Benedicto XVI recogió esta tarde en la catedral de Aosta los miedos ante Dios que con frecuencia atenazan hoy al ser humano, explicando que en realidad en su omnipotencia se encuentra el amor que nunca abandona.
Dado que no puede escribir, a causa de su fractura de la muñeca, el Papa pronunció una homilía sin papeles en la catedral de esta ciudad de los Alpes, que se encuentra a 20 kilómetros de la localidad de Les Combes, donde transcurre sus vacaciones de verano.
Sus palabras se convirtieron en el momento culminante de las vísperas que presidió junto a unos cuatrocientos sacerdotes, religiosos y religiosas, y representantes laicos las parroquias de la diócesis.
Comentando un pasaje de la carta de san Pablo a los Romanos, el Papa explicó cómo Dios es la brújula de la vida, personal y comunitaria, pero al mismo tiempo se hizo portavoz de los miedos de contemporáneos ante su poder.
"Es verdad que nos sentimos como amenazados por la omnipotencia --reconoció--, parece limitar nuestra libertad, parece un peso demasiado fuerte".
"Pero tenemos que aprender que la omnipotencia de Dios no es un poder arbitrario, pues Dios es el Bien, es la Verdad y, por ello, Dios lo puede todo. No puede actuar contra el bien, no puede actuar contra la verdad, no puede actuar contra el amor y contra la libertad, pues él mismo es el Bien, es el Amor y la verdadera Libertad", aclaró .
"Y por ello todo lo que hace no puede ir contra la verdad, el amor y la libertad", subrayó. "Dios es el custodio de nuestra libertad, del amor, de la verdad".
No es un ojo malévolo
"Este ojo que nos mira no es un ojo malévolo, que nos vigila, sino la presencia de un amor que nunca nos abandona, y que nos da la certeza de que es bueno ser, es bueno vivir. Es el ojo del amor que nos da el aire para vivir".
"La cumbre de la potencia de Dios es la misericordia y el perdón", explicó, reconociendo que "hoy, en nuestro concepto mundial de poder, pensamos que tiene el poder quien tiene propiedades, quien tiene algo que decir en economía, quien dispone de capitales para influir en el mundo del mercado; quien dispone del poder militar, quien puede amenazar".
Constató que la famosa pregunta que hizo Stalin, "¿cuántos ejércitos tiene el Papa?", "sigue caracterizando la idea de poder que tienen los medios de comunicación: el poder lo tiene quien puede ser peligroso, quien puede amenazar, destruir...".
"Pero la Revelación nos dice que no es así --aclaró--. El verdadero poder es Gracia y Misericordia. En la Misericordia, Dios demuestra el verdadero poder".
"Dios ha sufrido y en el Hijo sufre con nosotros y esta es la última cumbre de su poder, que es capaz de sufrir con nosotros y de este modo demuestra el verdadero poder divino. Quería sufrir con nosotros y por nosotros, y en nuestros sufrimientos nunca nos ha dejado solos. Dios, en su hijo, ha sufrido, se ha acercado a nuestros sufrimientos".
La evangelización, explicó, "consiste precisamente en el hecho de que el Dios alejado se acerca, que Dios ya no está lejos, sino cerca".
Por último, el Papa constató el hambre de Dios que existe en el corazón del hombre y exclamó: "¡cuánta hambre existe en la tierra!".
"Hambre de pan en tantas partes del mundo", "hambre de justicia, hambre de amor". Por eso concluyó con esta imploración espontánea a Dios: "sacia nuestra hambre con la Verdad de tu Amor".
Bromas sobre su fractura
Al final de las vísperas, mientras llovía en el exterior de la catedral, el Papa saludó a los presentes, bromeando sobre su fractura de muñeca, para desearles felices vacaciones "sin accidentes para vosotros".
Más de veinte mil fieles habían recibido al Papa en Aosta, quien recorrió las calles de la ciudad en un auto descubierto desde el Arco de Augusto hasta la catedral.
El servicio de la fe al conocimiento, insustituible
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 13 de julio de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que Benedicto XVI pronunció este sábado al recibir en audiencia a los participantes del primer Encuentro Europeo de Estudiantes Universitarios promovido por la comisión Catequesis-Escuela-Universidad del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, en colaboración con la diócesis de Roma.
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Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
¡queridos hermanos y hermanas!
Gracias de corazón por vuestra visita, que se produce en el día de la fiesta de san Benito, patrono de Europa, con motivo del primer Encuentro Europeo de Estudiantes Universitarios, promovido por la Comisión Catequesis-Escuela-Universidad del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE). A cada uno de los que estáis aquí presentes, mi más cordial bienvenida. Saludo, en primer lugar, al obispo Marek Jedraszewski, vicepresidente de la Comisión, y le agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo de un modo especial al cardenal vicario Agostino Vallini y le manifiesto toda mi gratitud por el precioso servicio que la pastoral universitaria de Roma presta a la Iglesia en Europa. Y no puedo dejar de elogiar a monseñor Lorenzo Leuzzi, infatigable animador de la oficina diocesana. Saludo también con profundo reconocimiento al profesor Renato Lauro, rector de la Universidad de Roma Tor Vergata. Y sobre os todo a vosotros, queridos jóvenes, dirijo mi saludo: ¡Bienvenidos a la casa de Pedro! Vosotros pertenecéis a 31 naciones, y os habéis estado preparando para asumir, en la Europa del tercer milenio, importantes funciones y tareas. Sed siempre conscientes de vuestro potencial y, al mismo tiempo, de vuestra responsabilidad.
¿Qué espera la Iglesia de vosotros? Es el mismo tema sobre el que estáis reflexionando para sugerir la respuesta oportuna: "Nuevos discípulos de Emaús. Como cristianos en la Universidad". Tras el encuentro europeo de profesores celebrado hace dos años, también vosotros, estudiantes, os reunís ahora para ofrecer a las Conferencias Episcopales de Europa vuestra disponibilidad para proseguir en el camino de elaboración cultural que san Benito intuyó como necesario para la maduración humana y cristiana de las poblaciones de Europa. Esto puede realizarse si vosotros, como los discípulos de Emaús, encontráis al Señor resucitado en la experiencia eclesial concreta, y particularmente en la celebración eucarística. "En cada Misa, de hecho --recordé a vuestros compañeros hace un año durante la Jornada Mundial de la Juventud en Sydney--, el Espíritu Santo desciende nuevamente, invocado en la solemne oración de la Iglesia, no sólo para transformar nuestros dones del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, sino también para transformar nuestra vida, para hacer de nosotros, con su fuerza, un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo". Vuestro compromiso misionero en el ámbito universitario consiste, por tanto, en testimoniar el encuentro personal que habéis tenido con Jesucristo, Verdad que ilumina el camino de cada hombre. Y es del encuentro con Él de donde mana esa "novedad del corazón" capaz de dar una orientación nueva a la existencia personal; y sólo así se convierte en fermento y levadura de una sociedad vivificada por el amor evangélico.
Como es comprensible, también la acción pastoral universitaria debe al mismo tiempo expresarse en toda su validez teológica y espiritual, ayudando a los jóvenes de manera que la comunión con Cristo les conduzca a percibir el misterio más profundo del hombre y de la historia. Y, precisamente por su específica acción evangelizadora, la comunidad eclesial comprometida en esa acción misionera, por ejemplo la capellanía universitaria, puede ser el lugar de la formación de creyentes maduros, hombres y mujeres conscientes de ser amados por Dios y llamados, en Cristo, a convertirse en animadores de la pastoral universitaria. En la Universidad, la presencia cristiana se hace cada vez más exigente y al mismo tiempo fascinante, porque la fe está llamada, como en los siglos pasados, a prestar su insustituible servicio al conocimiento que, en la sociedad contemporánea, es el verdadero motor del desarrollo. Del conocimiento, enriquecido con la aportación de la fe, depende la capacidad de un pueblo de saber mirar al futuro con esperanza, superando las tentaciones de una visión puramente materialista de nuestra esencia y de la historia.
Queridos jóvenes, vosotros sois el futuro de Europa. Inmersos en estos años de estudio en el mundo del conocimiento, estáis llamados a invertir vuestros mejores recursos, no sólo intelectuales, para consolidar vuestra personalidad y para contribuir al bien común. Trabajar para el desarrollo del conocimiento es la vocación específica de la Universidad, y requiere cualidades morales y espirituales cada vez más elevadas frente a la vastedad y la complejidad del saber que la humanidad tiene a su disposición. La nueva síntesis cultural, que en estos momentos se está elaborando en Europa y en el mundo globalizado, tiene necesidad de la aportación de intelectuales capaces de volver a proponer en las aulas académicas el mensaje sobre Dios, o mejor dicho, de hacer renacer ese deseo del hombre de buscar a Dios --"quarere Deum"-- al que me he referido en otras ocasiones.
Mientras agradezco a todos los que trabajan en el campo de la pastoral universitaria, bajo la guía de los organismos del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa, auspicio que prosiga el fructífero camino iniciado hace algunos años por el que expreso mi más profundo aprecio y aliento. Estoy seguro de que vuestro encuentro de estos días en Roma podrá indicar ulteriores etapas por recorrer para una planificación más orgánica, que favorezca la participación y la comunión entre las diversas experiencias que ya funcionan en tantos países. Vosotros, queridos jóvenes, contribuid, junto a vuestros profesores, a crear laboratorios de la fe y de la cultura, compartiendo la fatiga del estudio y de la investigación con todos los amigos que os encontréis en la Universidad. Amad a vuestras Universidades, que son palestras de virtud y de servicio. La Iglesia en Europa confía mucho en el compromiso apostólico de todos vosotros, consciente de los desafíos y de las dificultades, pero también de tantos potenciales de la acción pastoral en el ámbito universitario. Por mi parte, os aseguro el apoyo de la oración, y sé que yo también puedo contar con vuestro entusiasmo, vuestro testimonio y sobre todo vuestra amistad, que hoy me habéis manifestado y que os agradezco de corazón. Que San Benito, patrono de Europa y mi patrono personal en el pontificado, y sobre todo que la Virgen María, que vosotros invocáis como Sede de la Sabiduría, acompañen y guíen vuestros pasos. A todos, mi bendición.
[Traducción del original italiano por Patricia Navas]
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 8 de julio de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles, celebrada en el Aula Pablo VI, con peregrinos procedentes de todo el mundo, dedicada a presentar la encíclica que publicó este martes, "Caritas in veritate".
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Queridos hermanos y hermanas:
Mi nueva encíclica "Caritas in veritate", que ayer se presentó oficialmente, se inspira en su visión fundamental en un pasaje de la carta de san Pablo a los Efesios, en el que el apóstol habla del actuar según la verdad en la caridad: "Actuando --lo acabamos de escuchar-- según la verdad en la caridad, crecemos en todo hasta aquel que es la cabeza, Cristo" (4, 15). La caridad en la verdad es, por tanto, la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. Por esto, en torno al principio "caritas in veritate", gira toda la doctrina social de la Iglesia. Sólo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un valor human y humanizador. La caridad en la verdad "es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, un principio que adquiere forma operativa en criterios orientadores de la acción moral" (n. 6). La encíclica alude en seguida en la introducción a dos criterios fundamentales: la justicia y el bien común. La justicia es parte integrante de ese amor "con los hechos y en la verdad" (1 Juan 3,18), a la que exhorta el apóstol Juan (Cf. n. 6). Y "amar a alguien es querer su bien y obrar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien ligado a la vida social de las personas... Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja" por el bien común. Por tanto, dos son los criterios operativos, la justicia y el bien común; gracias a éste último, la caridad adquiere una dimensión social. Todo cristiano --dice la encíclica-- está llamado a esta caridad, y añade: "Ésta es la vía institucional... de la caridad" (cfr n. 7).
Como otros documentos del Magisterio, también esta encíclica retoma, continúa y profundiza el análisis y la reflexión de la Iglesia sobre cuestiones sociales de vital interés para la humanidad de nuestro tiempo. De modo especial, enlaza con cuanto escribió Pablo VI, hace ahora más de cuarenta años, en la "Populorum progressio", piedra angular de la enseñanza social de la Iglesia, en la que el gran pontífice traza algunas líneas decisivas, y siempre actuales, para el desarrollo integral del hombre y del mundo moderno. La situación mundial, como ampliamente demuestra la crónica de los últimos meses, sigue presentando no pocos problemas y el "escándalo" de desigualdades clamorosas, que permanecen a pesar de los compromisos adoptados en el pasado. Por una parte, se registran signos de graves desequilibrios sociales y económicos; por la otra, se invocan desde muchas partes reformas que no pueden demorarse por más tiempo para superar la brecha en el desarrollo de los pueblos. El fenómeno de la globalización puede, en este sentido, constituir una oportunidad real, pero por esto es importante que se acometa una profunda renovación moral y cultural y un discernimiento responsable sobre las elecciones que hay que realizar para el bien común. Un futuro mejor para todos es posible, si se funda en el descubrimiento de los valores éticos fundamentales. Es necesaria por tanto una nueva proyección económica que vuelva a diseñar el desarrollo de forma global, basándose en el fundamento ético de la responsabilidad ante Dios y ante el ser humano como criatura de Dios.
La encíclica ciertamente no mira a ofrecer soluciones técnicas a las grandes problemáticas sociales del mundo actual --no es la competencia del magisterio de la Iglesia (Cf. n. 9)--. Ésta recuerda sin embargo los grandes principios que se revelan indispensables para construir el desarrollo humano en los próximos años. Entre éstos, en primer lugar, la atención a la vida del hombre, considerada como centro de todo verdadero progreso; el respeto del derecho a la libertad religiosa, siempre unido íntimamente al desarrollo del hombre; el rechazo de una visión prometeica del ser humano, que lo considera artífice absoluto de su propio destino. Una ilimitada confianza en las potencialidades de la tecnología se revelaría finalmente ilusoria. Se necesitan hombres rectos tanto en la política cuanto en la economía, que estén sinceramente atentos al bien común. En particular, viendo las emergencias mundiales, es urgente llamar la atención de la opinión pública ante el drama del hambre y de la seguridad alimentaria, que afecta a una parte considerable de la humanidad. Un drama de tales dimensiones interpela a nuestra conciencia: es necesario afrontarlo con decisión, eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo agrícola de los países más pobres. Estoy seguro de que esta vía solidaria al desarrollo de los países más pobres ayudará ciertamente a elaborar un proyecto de solución de la crisis global actual. Indudablemente debe revalorarse atentamente el papel y el poder político de los Estados, en una época en la que existen de hecho limitaciones a su soberanía a causa del nuevo contexto económico-comercial y financiero internacional. Y por otro lado, no debe faltar la participación de los ciudadanos en la política nacional e internacional, gracias también a un compromiso renovado de las asociaciones de los trabajadores llamados a instaurar nuevas sinergias a nivel local e internacional. Un papel de primer nivel desempeñan, también en este campo, los medios de comunicación social para la potenciación del diálogo entre culturas y tradiciones diversas.
Queriendo por tanto programar un desarrollo no viciado por las disfunciones y distorsiones hoy ampliamente presentes, se impone por parte de todos una seria reflexión sobre el sentido mismo de la economía y sobre sus finalidades. Lo exige el estado de salud ecológica del planeta; lo pide la crisis cultural y moral del hombre que aparece con evidencia en cada lugar del globo. La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; necesita recuperar la importante contribución del principio de gratuidad y de la "lógica del don" en la economía de mercado, en el que la regla no puede ser el provecho propio. Pero esto sólo es posible únicamente gracias al compromiso de todos, economistas y políticos, productores y consumidores, y presupone una formación de las conciencias que dé fuerza a los criterios morales en la elaboración de los proyectos políticos y económicos. Justamente, desde muchas partes se apela al hecho de que los derechos presuponen deberes correspondientes, sin los cuales los derechos corren el riesgo de transformarse en libre arbitrio. Es necesario, se repite cada vez más, un estilo diverso de vida por parte de toda la humanidad, en el que los deberes de cada uno hacia el ambiente se unan con los de la persona considerada en sí misma y en relación con los demás. La humanidad es una sola familia y el diálogo fecundo entre fe y razón no puede más que enriquecerla, haciendo más eficaz la obra de la caridad en lo social, constituyendo además el marco apropiado para incentivar la colaboración entre creyentes y no creyentes, en la perspectiva compartida de trabajar por la justicia y la paz en el mundo. Como criterios-guía por esta interacción fraterna, en la encíclica indico los principios de subsidiariedad y de solidaridad, en estrecha conexión entre sí. He señalado finalmente, ante problemáticas tan vastas y profundas del mundo de hoy, la necesidad de una Autoridad política mundial regulada por el derecho, que se atenga a los mencionados principios de subsidiariedad y solidaridad y que esté firmemente orientada por la realización del bien común, en el respeto de las grandes tradiciones morales y religiosas de la humanidad.
El Evangelio nos recuerda que no sólo de pan vive el hombre: no sólo con bienes materiales se puede satisfacer la profunda sed de su corazón. El horizonte del hombre es indudablemente más alto y más vasto; por esto todo programa de desarrollo debe tener presente, junto a lo material, el crecimiento espiritual de la persona humana, que está dotada de alma y cuerpo. Este es el desarrollo integral, al que constantemente se refiere la doctrina social de la Iglesia, desarrollo que tiene su criterio orientador en la fuerza propulsora de la "caridad en la verdad". Queridos hermanos y hermanas, oremos para que también esta encíclica pueda ayudar a la humanidad a sentirse una única familia comprometida en realizar un mundo de justicia y de paz. Oremos para que los creyentes, que trabajan en los sectores de la economía y de la política, adviertan cuán importante es la coherencia de su testimonio evangélico en el servicio que ofrecen a la sociedad. Particularmente, os invito a rezar por los jefes de Estado y de Gobierno del G8 que se reúnen en estos días en L'Aquila. Que de esta importante cumbre mundial broten decisiones y orientaciones útiles para el verdadero progreso de todos los pueblos, especialmente de los más pobres. Confiamos estas intenciones a la maternal intercesión de María, Madre de la Iglesia y de la humanidad.
[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo: ]
Queridos hermanos y hermanas:
La encíclica "Caritas in veritate", que ayer se publicó oficialmente, pone de relieve que la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de la persona y la humanidad, así como el eje de toda la doctrina social de la Iglesia. Este documento profundiza la reflexión eclesial sobre importantes cuestiones sociales, teniendo en cuenta, sobre todo, cuanto Pablo Sexto dijo en su encíclica "Populorum progressio". A este respecto, la Iglesia no desea ofrecer soluciones técnicas a los problemas de nuestros días, sino recordar los grandes principios sobre los que puede construirse el desarrollo humano en los próximos años, entre los que destaca la atención a la vida del hombre, núcleo de cualquier progreso auténtico. Os exhorto a orar para que esta Encíclica ayude a la humanidad a sentirse una única familia, comprometida en la realización de un futuro mejor para todos. Asimismo, recemos para que en el encuentro de Jefes de Estado y de Gobierno que se celebra en estos días en L'Aquila se tomen decisiones que beneficien a todos los pueblos, especialmente a los más pobres.
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los Seminaristas de Lugo, acompañados por su obispo, monseñor Alfonso Carrasco Rouco, a los jóvenes de la Parroquia de Illescas, de Toledo, a los miembros de la Corporación Musical "Santa Cecilia", de Ibagué, a los participantes en el curso internacional de formadores del Regnum Christi, así como a los demás grupos procedentes de España, México, Argentina, Colombia y otros países latinoamericanos. Os invito a intensificar vuestro conocimiento de la doctrina social de la Iglesia, para que seáis, con vuestra palabra y ejemplo personal, sal de la tierra y luz del mundo. Muchas gracias.
[Al despedirse de los peregrinos, hablando en italiano, añadió:]
Como de costumbre, el pensamiento final se dirige a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados hoy presentes. Queridos jóvenes, sé que muchos de vosotros aprovechan el tiempo veraniego para vivir una experiencia significativa de servicio: os animo en esto y os recomiendo el ejemplo de un coetáneo vuestro, el beato Piergiorgio Frassati. A vosotros, queridos enfermos, os auguro que encontréis consuelo en las palabras del apóstol Pablo, que la liturgia nos ha vuelto a proponer el pasado domingo: "Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo" (2 Cor 12,9). Y vosotros, queridos recién casados, sabed siempre cultivar, con la oración y el amor mutuo, la relación conyugal que habéis sellado con el Sacramento nupcial.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 3 de julio de 2009 (ZENIT.org).-
La Oficina de Información de la Santa Sede hizo público este viernes el programa del viaje apostólico del Papa a la República Checa, que tendrá lugar del 26 al 28 del próximo mes de septiembre.
Benedicto XVI tiene previsto emprender el viaje apostólico décimo tercero de su pontificado el 26 de septiembre a las 9:20 horas en el Aeropuerto de Ciampino de Roma.
Su avión llegará, según el programa, a las 11:30 horas al Aeropuerto Internacional Stará Ruzyne de Praga.
Allí, el Santo Padre pronunciará un discurso y tendrá lugar la ceremonia de bienvenida.
Una hora después, la primera visita que Benedicto XVI realizará en el país será al “Niño Jesús de Praga”, en la iglesia de Santa María de la Victoria, donde el Papa también ofrecerá un saludo.
A las 16:30 horas, el pontífice hará una visita de cortesía al presidente de la República, en el Palacio Presidencial de Praga.
Media hora más tarde, mantendrá un encuentro con las autoridades políticas y civiles y con el cuerpo diplomático, a los que dirigirá un discurso, en el mismo lugar.
A las seis de la tarde, tiene previsto llegar a la catedral de los santos Vito, Venceslao y Adalberto de Praga, donde presidirá la oración de Vísperas con los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y movimientos de laicos.
Al día siguiente, el Papa se trasladará a la ciudad de Brno, que visitará por primera vez.
En el Aeropuerto Turany tiene previsto presidir, a las diez de la mañana, una misa multitudinaria, a la que se espera que acudan unos 150.000 creyentes, y el rezo del Ángelus.
A las 12:45 horas, volará de nuevo a Praga, donde a las 17:15 horas tiene previsto participar en un encuentro ecuménico en la Sala del Trono del Arzobispado de Praga, en el que ofrecerá también un discurso.
A las seis de la tarde, tiene previsto mantener un encuentro con el mundo académico en el Salón de Vladislav del Castillo de Praga y pronunciar otro discurso.
La siguiente escala está llena de simbolismo: el 28 de septiembre, día nacional de la República Checa, Benedicto XVI se desplazará a la ciudad de Stará Boleslav, donde participará en los actos de conmemoración del día de san Venceslao, patrono del país.
A las 8:50 horas está prevista la visita del Papa a la iglesia de San Venceslao y a las 9:45, el inicio de la misa en la explanada sobre la Vía de Melnik, donde después ofrecerá un mensaje a los jóvenes.
Según el programa, el Papa y sus acompañantes compartirán una comida con los obispos de la República Checa en el Arzobispado de Praga a las 13:15 horas.
Tras una despedida en la nunciatura apostólica de Praga a las 16:45 horas, tendrá lugar la ceremonia de despedida en el Aeropuerto Internacional Stará Ruzyne de Praga a las 17:15 horas.
Después del discurso final del Santo Padre, el avión de Praga a Roma está previsto que salga a las 17:45 horas y que llegue al Aeropuerto de Ciampino de Roma a las 19:50 horas.
El Papa realizará esta histórica visita a la República Checa "acogiendo las invitaciones del presidente de la República y de la Conferencia Episcopal Checa".
Así lo señaló la Oficina de Información de la Santa Sede el pasado 1 de junio, cuando anunció este viaje, tras la audiencia del Papa al presidente del país, Václav Klaus.
En aquel momento, el mandatario expresó su satisfacción por el hecho de que el máximo representante de la Iglesia católica visite el país en una fecha tan memorable.
"El Papa viajará con un mensaje claro y legible para todos, por lo que ansiosos esperamos su visita", declaró entonces Klaus.
En la audiencia, el presidente también trató con el Papa la pendiente firma del Concordato entre la República Checa y la Santa Sede, que se sigue posponiendo aún 20 años después de la derrota del régimen comunista.
El mandatario explicó que para que el acuerdo salga adelante es necesario que en el Parlamento se dé la mayoría necesaria, pero que este retraso no altera las relaciones mutuas.