sábado, 27 de septiembre de 2008

San Pablo estaba en comunión con el resto de los Apóstoles




intervención que pronunció el miércoles Benedicto XVI durante la audiencia general que concedió a los peregrinos congregados en la plaza de San Pedro para la audiencia general, en la que continuó con el ciclo de catequesis dedicadas a la figura de san Pablo. En esta ocasión, la dedicó a su relación con los demás Apóstoles.

Ciudad del Vaticano, 24 de septiembre de 2008.

Queridos hermanos y hermanas,

Hoy quisiera hablar sobre la relación entre san Pablo y los Apóstoles que lo habían precedido en el seguimiento de Jesús. Estas relaciones estuvieron siempre marcadas por un profundo respeto y por la franqueza que en Pablo derivaba de la defensa de la verdad del Evangelio. Aunque él era prácticamente contemporáneo de Jesús de Nazaret, nunca tuvo la oportunidad de encontrarle, durante su vida pública. Por esto, tras el deslumbramiento en el camino de Damasco, advirtió la necesidad de consultar a los primeros discípulos del Maestro, que Él había elegido para que llevaran el Evangelio hasta el confín del mundo.

En la Carta a los Gálatas, Pablo desarrolla un importante informe sobre los contactos mantenidos con algunos de los Doce: ante todo con Pedro, que había sido elegido como Kephas, palabra aramea que significa roca, sobre la que se estaba edificando la Iglesia (cfr Gal 1,18), con Santiago, "el hermano del Señor" (cfr Gal 1,19), y con Juan (cfr Gal 2,9): Pablo no duda en reconocerles como las "columnas" de la Iglesia. Particularmente significativo es el encuentro con Cefas (Pedro), que tuvo lugar en Jerusalén: Pablo se quedó con él 15 días para "consultarle" (cfr Gal 1,19), es decir, para informarse sobre la vida terrena del Resucitado, que le había "atrapado" en el camino de Damasco y le estaba cambiando la existencia de modo radical: de perseguidor hacia la Iglesia de Dios había legado a ser evangelizador de que la fe en el Mesías crucificado e Hijo de Dios, que en el pasado habían intentado destruir (cfr Gal 1,23).

¿Qué tipo de información obtuvo Pablo sobre Jesús en los tres años sucesivos al encuentro de Damasco? En la primera Carta a los Corintios podemos encontrar dos pasajes, que Pablo había conocido en Jerusalén, y que ya habían sido formulados como elementos centrales de la tradición cristiana, tradición constitutiva. Él los transmite verbalmente, tal y como los ha recibido, con una fórmula muy solemne: "Os transmito cuanto he recibido". Insiste, por tanto, en la fidelidad a cuanto él mismo ha recibido y fielmente transmite a los nuevos cristianos. Son elementos constitutivos y conciernen a la Eucaristía y a la Resurrección; se trata de textos ya formulados en los años treinta. Llegamos así a la muerte, sepultura en el seno de la tierra y a la resurrección de Jesús. (cfr 1 Cor 15,3-4). Tomemos uno y otro: las palabras de Jesús en la Última Cena (cfr 1 Cor 11,23-25) son realmente para Pablo centro de la vida de la Iglesia: la Iglesia se edifica a partir de este centro, siendo así ella misma. Además de este centro eucarístico, del que vuelve a nacer siempre la Iglesia -también para toda la teología de Pablo, para todo su pensamiento- estas palabras tienen un notable impacto sobre la relación personal de Pablo con Jesús. Por una parte atestiguan que la Eucaristía ilumina la maldición de la cruz, convirtiéndola en bendición (Gal 3,13-14), y por otra, explican el alcance de la misma muerte y resurrección de Jesús. En sus Carta el "por vosotros" de la institución se convierte en el "por mí" (Gal 2,20), personalizando, sabiendo que en ese "vosotros" él mismo era conocido y amado por Jesús y por otra parte "por todos" (2 Cor 5,14): este "por vosotros" se convierte en "por mí" y "por la Iglesia" (Ef 5, 25), es decir, también "por todos" del sacrificio expiatorio de la cruz (cfr Rm 3,25). Por y en la Eucaristía, la Iglesia se edifica y se reconoce como "Cuerpo de Cristo" (1 Cor 12,27), alimentado cada día por la fuerza del Espíritu del Resucitado.

El otro texto, sobre la Resurrección, nos transmite de nuevo la misma fórmula de fidelidad. San Pablo escribe: "Os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce" (1 Cor 15,3-5). También en esta tradición transmitida a Pablo vuelve a mencionar la expresión "por nuestros pecados", que subraya el don que Jesús ha hecho de sí mismo al Padre, para liberarnos del pecado y de la muerte. De este don de sí mismo, Pablo saca las expresiones más conmovedoras y fascinantes de nuestra relación con Cristo: "A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Cor 5,21); "Conocéis la generosidad de Nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2 Cor 8,9). Vale la pena recordar el comentario con el que el entonces monje agustino, Martín Lutero, acompañaba estas expresiones paradójicas de Pablo: "Éste es el grandioso misterio de la gracia divina hacia los pecadores: por un admirable intercambio nuestros pecados ya no son nuestros, sino de Cristo, y la justicia de Cristo ya no es de Cristo, sino nuestra" (Comentario a los Salmos del 1513-1515). Y así hemos sido salvados.

En el kerygma original (anuncio), transmitido de boca a boca, merece señalarse el uso del verbo "ha resucitado", en lugar del "resucitó" que habría sido más lógico utilizar, en continuidad con el "murió" y "fue sepultado". La forma verbal "ha resucitado" se ha elegido para subrayar que la resurrección de Cristo incide hasta el presente de la existencia de los creyentes: podemos traducirlo por "ha resucitado y sigue vivo" en la Eucaristía y en la Iglesia. Así todas las Escrituras dan testimonio de la muerte y resurrección de Cristo, porque --como escribió Hugo de San Víctor-- "toda la divina Escritura constituye un único libro, y este libro es Cristo, porque toda la escritura habla de Cristo y encuentra en Cristo su cumplimiento" (De arca Noe, 2,8). Si san Ambrosio de Milán puede decir que "en la Escritura leemos a Cristo", es porque la Iglesia de los orígenes ha releído todas las Escrituras de Israel partiendo y volviendo a Cristo.

La enumeración de las apariciones del Resucitado a Cefas, a los Doce, a más de quinientos hermanos, y a Santiago se cierra con la referencia a la aparición personal, recibida por Pablo en el camino de Damasco: "Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo" (1 Cor 15,8). Debido a que él ha perseguido a la Iglesia de Dios, en esta confesión expresa su indignidad de ser considerado apóstol, al mismo nivel que aquellos que le han precedido: pero la gracia de Dios no ha sido vana en él (1 Cor 15,10). Por tanto, la afirmación prepotente de la gracia divina une a Pablo con los primeros testigos de la resurrección de Cristo: "Tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído" (1 Cor 15,11). Es importante la identidad y la unicidad del anuncio del Evangelio: tanto ellos como yo predicamos la misma fe, el mismo Evangelio de Jesucristo muerto y resucitado que se entrega en la Santísima Eucaristía.

La importancia que él confiere a la Tradición viva de la Iglesia, que transmite a sus comunidades, demuestra cuán equivocada está la visión de quienes atribuyen a Pablo el invento del cristianismo: antes de proclamar el evangelio de Jesucristo, le encontró en el camino de Damasco y le conoció en la Iglesia, observando su vida en los Doce y en aquéllos que le habían seguido por los caminos de Galilea. En las próximas catequesis tendremos la oportunidad de profundizar en las contribuciones que Pablo ha dado a la Iglesia de los orígenes; pero la misión recibida por parte del Resucitado en orden a la evangelización de los gentiles necesita ser confirmada y garantizada por aquéllos que le dieron a él y a Bernabé la mano derecha, en signo de aprobación de su apostolado y de su evangelización, y de acogida en la única comunión de la Iglesia de Cristo (cfr Gal 2,9). Se comprende entonces que la expresión "Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así" (2 Cor 5,16) no significa que su existencia terrena tenga una escasa relevancia para nuestra maduración en la fe, sino que desde el momento de la Resurrección, cambia nuestra forma de relacionarnos con Él. Él es, al mismo tiempo, el hijo de Dios, "nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos", como recordará Pablo al principio de la Carta a los Romanos (1, 3-4).

Cuanto más intentamos seguir las huellas de Jesús de Nazaret por los caminos de Galilea, tanto más podemos comprender que él ha tomado a cargo nuestra humanidad, compartiéndola en todo excepto en el pecado. Nuestra fe no nace de un mito, ni de una idea, sino del encuentro con el Resucitado, en la vida de la Iglesia.


sábado, 20 de septiembre de 2008

Benedicto XVI examina el papado de Pío XII




Discurso que dirigió Benedicto XVI el jueves en la residencia pontificia de Castel Gandolfo a los participantes en el simposio organizado sobre la Pave the Way Foundation con el título "Examinando el papado de Pío XII", celebrado en Roma del 15 al 17 de septiembre.

Castel Gandolfo, 18 septiembre 2008.

Estimado señor Krupp,
señoras y señores:

Para mí es un auténtico placer tener este encuentro con vosotros al final del importante simposio organizado por la Pave the Way Foundation, en el que han participado eminentes expertos para reflexionar sobre la generosa obra realizada por mi venerado predecesor, el siervo de Dios Pío XII, durante el difícil período del siglo pasado, que gira en torno la segunda guerra mundial. A cada uno de vosotros os doy mi más cordial bienvenida. Saludo de manera particular al señor Gary Krupp, presidente de la Fundación, y le doy gracias por las sentimientos que ha expresado en nombre de todos los presentes. Le agradezco, además, la información que me ha presentado sobre el desarrollo de vuestras sesiones de trabajo de este congreso, en las que habéis analizado sin prejuicios los acontecimientos de la historia, preocupados sólo de buscar la verdad. Mi saludo se extiende a todos los que están unidos a vosotros en vuestra visita, y aprovecho con gusto la oportunidad para enviar mi cordial saludo a vuestros familiares y seres queridos.

Durante estos días vuestra atención se ha dirigido a la figura y a la incansable acción pastoral y humanitaria de Pío XII, Pastor Angelicus. Ha pasado medio siglo desde su fallecimiento, acaecido aquí, en Catel Gandolfo, en las primeras horas del 9 de octubre de 1958, después de una enfermedad que redujo paulatinamente su vigor físico. Este aniversario constituye una importante oportunidad para profundizar en su conocimiento, para meditar en sus ricas enseñanzas, y para analizar de una manera conjunta su obra. Se ha escrito y dicho mucho sobre él en estos cinco decenios y no siempre se han enfocado correctamente los diferentes aspectos de su multiforme acción pastoral. El objetivo de vuestro simposio consiste precisamente en colmar algunas de estas lagunas mediante un análisis documentado sobre muchas de sus intervenciones, sobre todo aquellas a favor de los judíos, que en aquellos años eran perseguidos en toda Europa de acuerdo con el plan criminal de quien quería eliminarlos de la faz de la tierra. Cuando uno se acerca sin prejuicios ideológicos a la noble figura de este Papa, además de quedar impresionado por su elevado nivel humano y espiritual, es conquistado por su vida ejemplar y por la extraordinaria riqueza de sus enseñanzas. Se aprecia la sabiduría humana y la tensión pastoral que le guiaron en su largo ministerio y, de manera particular, en la organización de las ayudas al pueblo judío.

Gracias al amplio material de documentación que habéis recogido, enriquecido por múltiples y autorizados testimonios, vuestro simposio ofrece a la opinión pública la posibilidad de conocer mejor y de manera más completa lo que Pío XII promovió y realizó a favor de los judíos perseguidos por los regímenes nazi y fascista. Se puede ver, entonces, que no ahorró esfuerzos, allí donde fue posible, para intervenir directamente o a través de instrucciones dadas a personas e instituciones de la Iglesia católica en su favor. En las sesiones de vuestro congreso se han subrayado muchas intervenciones que realizó de manera secreta y silenciosa precisamente porque, al tener en cuenta las situaciones concretas de ese complejo momento histórico, sólo de esa manera era posible evitar lo peor y salvar al mayor número posible de judíos. Su entrega valiente y paterna fue, de hecho, reconocida y apreciada durante y después del tremendo conflicto mundial por comunidades y personalidades judías que no dejaron de manifestar su gratitud por lo que el Papa había hecho por ellos. Basta recordar el encuentro que mantuvo Pío XII el 29 de noviembre de 1945, con los 80 delegados de los campos de concentración alemanes, quienes en una audiencia especial que les concedió en el Vaticano, quisieron darle personalmente las gracias por la generosidad que demostró el Papa a los perseguidos durante el terrible período de nazifascismo.

Queridos señores y señoras: gracias por vuestra visita y por el trabajo de investigación que estáis realizando. Gracias a la Pave the Way Foundation por la constante acción que desarrolla para favorecer las relaciones de diálogo entre las diferentes religiones de manera que ofrezcan un testimonio de paz, de caridad y de reconciliación. Deseo vivamente que este año, que recuerda el quincuagésimo aniversario de la muerte de mi venerado predecesor, ofrezca la oportunidad de promover estudios más profundos sobre los diferentes aspectos de su persona y actividad para llegar a conocer juntos la verdad histórica, superando de este modo los prejuicios que aún quedan. Con estos sentimientos invoco sobre vuestras personas y sobre la labor de vuestro simposio la bendición de Dios.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Benedicto XVI sintetiza el mensaje de Lourdes: "El amor es más fuerte que el mal"




El mensaje que dejó María hace 150 años es un mensaje de esperanza


LOURDES, domingo, 14 septiembre 2008 (ZENIT.org).-

Benedicto XVI lanzó un mensaje de esperanza en la misa que presidió este domingo en esta localidad de los Pirineos franceses con motivo de los 150 años de las apariciones de la Virgen María: "El poder del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza".

En la homilía, el pontífice presentó "lo esencial del mensaje de Lourdes" a los 190 mil peregrinos reunidos bajo un cielo azul. Concelebraron la eucaristía con el Papa 230 obispos y mil sacerdotes. Para poder estar presentes, unas 5.000 personas habían dormido la noche anterior en la basílica subterránea de san Pío X.

En el día en el que la liturgia de la Iglesia celebraba la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el pontífice recordó que "es significativo" que en la primera aparición a santa Bernadette Soubirous (1844-1879) María comenzó su encuentro con la señal de la Cruz.

"La señal de la Cruz es de alguna forma el compendio de nuestra fe, porque nos dice cuánto nos ha amado Dios; nos dice que, en el mundo, hay un amor más fuerte que la muerte, más fuerte que nuestras debilidades y pecados. El poder del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza", afirmó.

Según Benedicto XVI, "este misterio de la universalidad del amor de Dios por los hombres, es el que María reveló aquí, en Lourdes. Ella invita a todos los hombres de buena voluntad, a todos los que sufren en su corazón o en su cuerpo, a levantar los ojos hacia la Cruz de Jesús para encontrar en ella la fuente de la vida, la fuente de la salvación", aseguró.

Bernadette dio testimonio de 18 apariciones de la Virgen entre el 11 de febrero y el 18 de julio de 1858 en la gruta Massabielle. Hoy Lourdes reúne cada año a unos seis millones de peregrinos. Desde entonces la Oficina Médica de los Santuarios ha reconocido 67 milagros (curaciones científicamente inexplicables). Cada año esta institución recibe indicaciones de unos 35 casos de posibles milagros. En la mayoría de los casos, la investigación no prospera.

Al profundizar en el mensaje de Lourdes, el sucesor de Pedro recordó que la Virgen se presentó a Bernadette con este nombre: "Yo soy la Inmaculada Concepción".

"María le desvela de este modo la gracia extraordinaria que Ella recibió de Dios, la de ser concebida sin pecado, porque 'ha mirado la humillación de su esclava'". De esta forma, aclaró, "al presentarse en una dependencia total de Dios, María expresa en realidad una actitud de plena libertad, cimentada en el completo reconocimiento de su genuina dignidad".

"Es el camino que María abre también al hombre. Ponerse completamente en manos de Dios, es encontrar el camino de la verdadera libertad. Porque, volviéndose hacia Dios, el hombre llega a ser él mismo. Encuentra su vocación original de persona creada a su imagen y semejanza", aseguró.

En Lourdes, recordó, "María sale a nuestro encuentro como la Madre, siempre disponible a las necesidades de sus hijos. Mediante la luz que brota de su rostro, se trasparenta la misericordia de Dios. Dejemos que su mirada nos acaricie y nos diga que Dios nos ama y nunca nos abandona", exhortó.

Por este motivo, concluyó, "el mensaje de María es un mensaje de esperanza para todos los hombres y para todas las mujeres de nuestro tiempo, sean del país que sean".

El Papa confesó que le gusta invocar a María como "Estrella de la esperanza", como lo hace en el número 50 de su segunda encíclica, Spe salvi.

"En el camino de nuestras vidas, a menudo oscuro, Ella es una luz de esperanza, que nos ilumina y nos orienta en nuestro caminar. Por su sí, por el don generoso de sí misma, Ella abrió a Dios las puertas de nuestro mundo y nuestra historia", terminó.

Tras la homilía, interrumpida en varios momentos por aplausos, con una iniciativa poco común, el Papa dejó un largo momento de silencio para dejar espacio a la meditación sobre el mensaje de Lourdes.

sábado, 13 de septiembre de 2008

El Papa propone combatir y prevenir la violencia apoyando a la familia

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Al recibir a los obispos de El Salvador


CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 28 febrero 2008 (ZENIT.org).-

Benedicto XVI ha propuesto combatir y prevenir la violencia apoyando a la familia, al reunirse este jueves con los obispos de El Salvador.

En el encuentro que tuvo con los prelados, tras haberse reunido personalmente con ellos en los días pasados y de haber leídos sus informes, redactados con motivo de su quinquenal visita ad limina apostolorum, el Papa reconoció que la violencia es el problema más grave de esa nación.

En su discurso, en respuesta a las palabras que le había dirigido monseñor Fernando Sáez Lacalle, arzobispo de San Salvador y presidente de la Conferencia Episcopal, el Santo Padre constató cómo los corazones de los obispos «se conmueven al contemplar las graves necesidades del pueblo que os ha sido encomendado, y al que queréis servir con amor y dedicación».

«A causa de la situación de pobreza muchos se ven obligados a emigrar en busca de mejores condiciones de vida --denunció--, lo cual provoca a menudo consecuencias negativas para la estabilidad del matrimonio y de la familia».

Más de dos millones y medio de salvadoreños viven en los Estados Unidos.

El obispo de Roma reconoció también los esfuerzos que los obispos hacen «para promover la reconciliación y la paz en vuestro país, y superar así dolorosos acontecimientos del pasado».

Ahora bien, junto a los obispos, el Papa constató que el «problema de la violencia», puede considerarse «como el más grave en vuestra nación».

Analizando sus causas, mencionó que «el incremento de la violencia es consecuencia inmediata de otras lacras sociales más profundas, como la pobreza, la falta de educación, la progresiva pérdida de aquellos valores que han forjado desde siempre el alma salvadoreña y la disgregación familiar».

«En efecto --aseguró--, la familia es un bien indispensable para la Iglesia y la sociedad, así como un factor básico para construir la paz».

Por este motivo subrayó «la necesidad de revitalizar y fortalecer en todas las diócesis una adecuada y eficaz pastoral familiar, que ofrezca a los jóvenes una sólida formación espiritual y afectiva, que les ayude a descubrir la belleza del plan de Dios sobre el amor humano, y les permita vivir con coherencia los auténticos valores del matrimonio y de la familia, como la ternura y el respeto mutuo, el dominio de sí, la entrega total y la fidelidad constante».

El Salvador tiene seis millones y medio de habitantes, en un 80% católicos


domingo, 7 de septiembre de 2008

La evangelización combate toda pobreza, asegura Benedicto XVI

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Al recibir a los obispos de El Salvador


CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 28 febrero 2008 (ZENIT.org).-

La obra de evangelización, es decir, el anuncio del amor de Dios en Cristo, permite luchar contra las mismas causas de la pobreza, no sólo material sino también espiritual, considera Benedicto XVI.

Así lo explicó este jueves a los obispos de El Salvador, con quienes se reunió al concluir su quinquenal visita ad limina apostolorum.

Analizando la situación del país, el Papa reconoció que «frente a la pobreza de tantas personas, se siente como una necesidad ineludible la de mejorar las estructuras y condiciones económicas que permitan a todos llevar una vida digna».

«Pero no se ha de olvidar que el hombre no es un simple producto de las condiciones materiales o sociales en que vive», añadió.

«Necesita más --constató--, aspira a más de lo que la ciencia o cualquier iniciativa humana puede dar. Hay en él una inmensa sed de Dios».

«Los hombres anhelan a Dios en lo más íntimo de su corazón, y Él es el único que puede apagar su sed de plenitud y de vida, porque sólo Él nos puede dar la certeza de un amor incondicionado, de un amor más fuerte que la muerte».

«El hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza», aseguró, sintetizando una idea central de su última encíclica Spe salvi.

Por ello, aseguró el pontificio, «es preciso impulsar un ambicioso y audaz esfuerzo de evangelización en vuestras comunidades diocesanas, orientado a facilitar en todos los fieles ese encuentro íntimo con Cristo vivo que está a la base y en el origen del ser cristiano».

«Una pastoral, por tanto --recalcó--, que esté centrada en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste».

El obispo de Roma sugirió ayudar a los «laicos a que descubran cada vez más la riqueza espiritual de su bautismo, por el cual están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor, y que iluminará su compromiso de dar testimonio de Cristo en medio de la sociedad humana».

Para cumplir esta altísima vocación, aclaró, «necesitan estar bien enraizados en una intensa vida de oración, escuchar asidua y humildemente la Palabra de Dios y participar frecuentemente en los sacramentos, así como adquirir un fuerte sentido de pertenencia eclesial y una sólida formación doctrinal, especialmente en cuanto se refiere a la doctrina social de la Iglesia, donde encontrarán criterios y orientaciones claras para poder iluminar cristianamente la sociedad en la que viven».

En su discurso, el Papa hizo un reconocimiento de la obra de los primeros misioneros en El Salvador, así como de «pastores llenos de amor de Dios, como monseñor Óscar Arnulfo Romero», que ha tenido el país a lo largo de su historia cristiana.

En su misión el Papa mostró su cercanía a los obispos salvadoreños. «Os estrecho en mi corazón con un abrazo de paz, en el que incluyo a los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos de vuestras Iglesias locales».