miércoles, 31 de diciembre de 2008

Un año nuevo, no es cualquier cosa



Fuente: Catholic.net
Autor: P Mariano de Blas LC



Empezar un nuevo año, como si fuera cualquier cosa, es una enorme torpeza. Un año de vida es un regalo demasiado grande para echarlo a perder.

¿Alguna vez has sentido en lo más hondo de tu ser ese deseo profundo y enorme de mejorar o de cambiar? Si es así, no dejes que el deseo se escape, porque no todos los días lo sentirás. Si hoy sientes esa llamada a querer ser otro, a ser distinto, atrápala con fuerza y hazla realidad.

El inicio de un nuevo año es el momento para reunir las fuerzas y toda la ilusión para comenzar el mejor año de la vida, porque el que se proponga convertir éste en su mejor año, lo puede lograr.

El año nuevo es una oportunidad más para transformar la vida, el hogar, el trabajo en algo distinto. «Quiero algo diferente, voy a comenzar bien; así será más fácil seguir bien y terminar bien. Quizá el año pasado no fue mi mejor año, me dejó un mal sabor de boca. Éste va a ser distinto, quiero que así sea; es un deseo, es un propósito, y no lo voy a echar a perder.

Tengo otra oportunidad que no voy a desperdiciar, porque la vida es demasiado breve».

¿Quién es capaz de decir?: "Desde hoy, desde este primer día, todo será distinto" En mi hogar me voy a arrancar ese egoísmo que tantos males provoca; voy a estrenar un nuevo amor a mi cónyuge y a mi familia; seré mejor padre o madre. Seré también distinto en mi trabajo, no porque vaya a cambiar de trabajo, sino de humor. En él incluso voy a desempolvar mi fe, esa fe arrumbada y llena de polvo; voy a poner un poco más de oración, de cielo azul, de aire puro en mi jornada diaria. Ya me harté de vivir como he vivido, de ser egoísta, tracalero, injusto. Otro estilo de vida, otra forma de ser. ¿Por qué no intentarlo?”

En los ratos más negros y amargos, llenos de culpa, piensas: «¿Por qué no acabar con todo? Pero en esos mismos momentos se puede pensar otra cosa: ¿Por qué no comenzar de nuevo?».

Algunos ven que su vida pasada ha sido gris, vulgar y mediocre, y su gran argumento y razón para desesperarse es: «He sido un Don Nadie, ¿qué puedo hacer ya?» Pero otros sacan de ahí mismo el gran argumento, la gran razón para el cambio radical positivo: «No me resigno a ser vulgar; quiero resucitar a una vida mejor, quiero luchar, voy a trabajar, quiero volver a empezar».

Un año recién salido de las manos del autor de la vida es un año que aún no estrenas. ¿Qué vas a hacer con él? El año pasado ¿no te gustó?, ¿no diste la medida? Con éste ¿qué vas a hacer? Un nuevo año recién iniciado: todo comienza, si tú quieres; todo vuelve a empezar...

Yo me uno a los grandes insatisfechos, a los que reniegan de la mediocridad, a los que, aún conscientes de sus debilidades, confían y luchan por una vida mejor.

Todos desean a los demás y a sí mismos un buen año, pero pocos luchan por obtenerlo. Prefiero ser de los segundos.


miércoles, 24 de diciembre de 2008

La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.



Fuente: Catholic.net
Autor: P. Ángel Amo.


Con la solemnidad de la Navidad, la Iglesia celebra la manifestación del Verbo de Dios a los hombres”. En efecto, éste es el sentido espiritual más importante y sugerido por la misma liturgia, que en las tres misas celebradas por todo sacerdote ofrece a nuestra meditación “el nacimiento eterno del Verbo en el seno de los esplendores del Padre (primera misa); la aparición temporal en la humildad de la carne (segunda misa); el regreso final en el último juicio (tercera misa)” (Liber Sacramentorum).

Un antiguo documento del año 354 llamado el Cronógrafo confirma la existencia en Roma de esta fiesta el 25 de diciembre, que corresponde a la celebración pagana del solsticio de invierno “Natalis solis invicti”, esto es, el nacimiento del nuevo sol que, después de la noche más large del año, readquiría nuevo vigor.

A1 celebrar en este día el nacimiento de quien es el verdadero Sol, la luz del mundo, que surge de la noche del paganismo, se quiso dar un significado totalmente nuevo a una tradición pagana muy sentída por el pueblo, porque coincidía con las ferias de Saturno, durante las cuales los esclavos recibían dones de sus patrones y se los invitaba a sentarse a su mesa, como libres ciudadanos. Sin embargo, con la tradición cristiana, los regalos de Navidad hacen referencia a los dones de los pastores y de los reyes magos al Niño Jesús.

En oriente se celebraba la fiesta del nacimiento de Cristo el 6 de enero, con el nombre de Epifanía, que quiere decir “manifestación”; después la Iglesia oriental acogió la fecha del 25 de diciembre, práctica ya en uso en Antioquía hacia el 376, en tiempo de San Juan Crisóstomo, y en el 380 en Constantinopla. En occidente se introdujo la fiesta de la Epifanía, última del ciclo navideño, para conmemorar la revelación de la divinidad de Cristo al mundo pagano.

Los textos de la liturgia navideña, formulados en una época de reacción contra la herejía trinitaria de Arrio, subrayan con profundidad espiritual y al mismo tiempo con rigor teológico la divinidad y realeza del Niño nacido en el pesebre de Belén, para invitarnos a la adoración del insondable misterio de Dios revestido de carne humana, hijo de la purísima Virgen María.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Benedicto XVI al acercarse la Navidad: "El amor acerca"


Intervención con motivo del Ángelus en el Domingo "gaudete"


CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 14 diciembre 2008 (ZENIT.org).-

Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo a mediodía al rezar la oración mariana del Ángelus desde la ventana de su estudio junto a los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

Entre ellos se encontraban muchos niños de las parroquias de Roma que, como es tradición, en el tercer domingo de Adviento, traían las imágenes del Niño Jesús que colocarán el Nacimiento den sus casas, escuelas e iglesias.

* * *


Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo, tercero de Adviento, llamado "Domingo gaudete", "estad alegres", porque la antífona de entrada de la santa misa retoma una expresión de san Pablo en la Carta a los Filipenses, que dice así: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres". Y luego añade el motivo: "El Señor está cerca" (Fil 4,4-5). Esta es la razón de nuestra alegría. Pero, ¿qué significa: "el Señor está cerca"? Cómo tenemos que entender esta "cercanía" de Dios? El apóstol Pablo, al escribir a los cristianos de Filipos, piensa evidentemente en el regreso de Cristo, y les invita a estar alegres pues es seguro. Sin embargo, el mismo Pablo, en su Carta a los Tesalonicenses, advierte que nadie puede conocer el momento de la venida del Señor (Cf. 1 Ts 5,1-2) y pone en guardia ante todo alarmismo, como si el regreso de Cristo fuera inminente (Cf. 2 Ts 2,1-2). De este modo, ya entonces, la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, comprendía cada vez mejor que la "cercanía" de Dios no es una cuestión de espacio y de tiempo, sino más bien una cuestión de amor: ¡el amor acerca! La próxima Navidad vendrá para recordarnos esta verdad fundamental de nuestra fe y, ante el Nacimiento, podremos gustar la alegría cristiana, contemplando en el recién nacido Jesús el rostro de Dios que por amor se hizo como nosotros.

Desde esta perspectiva, es para mí un auténtico placer renovar la hermosa tradición de la bendición de las imágenes del Niño Jesús que se colocarán en el Nacimiento. Me dirijo en particular a vosotros, queridos chicos y chicas de Roma, que habéis venido esta mañana con las figuras del Niño Jesús que ahora bendeciré. Os invito a uniros a mí siguiendo atentamente esta oración:

Dios, Padre nuestro, tú que has amado a los hombres

hasta el punto de mandarnos a tu único Hijo, Jesús,

nacido de la Virgen María

para salvarnos y volvernos a llevar a ti.


Te pedimos que, con tu bendición, estas imágenes de Jesús,

que pronto vendrá entre nosotros, sean en nuestras casas

signo de su presencia y de tu amor.


Padre bueno, bendícenos también a nosotros,

a nuestros padres, a nuestras familias y nuestros amigos.


Abre nuestro corazón para que sepamos recibir a Jesús en la alegría,

hacer siempre lo que él pide

y verle en todo los que tienen necesidad de nuestro amor.


Te lo pedimos en el nombre de Jesús, tu Hijo amado,

que viene para dar al mundo la paz.

Él vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.



Y ahora, recemos juntos la oración del Angelus Domini, invocando la intercesión de María para que Jesús, que al nacer trae a los hombres la bendición de Dios, sea acogido con amor en todas las casas de Roma y del mundo.

[Después de rezar el Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En italiano, dijo:]

Hoy en la diócesis de Roma se celebra la jornada para la construcción de las nuevas iglesias. En los últimos años se han construido nuevas parroquias, pero todavía hay comunidades que sólo cuentan con locales provisionales e inadecuados. Doy las gracias de corazón a quienes han apoyado este compromiso tan importante de la diócesis y vuelvo a presentar a todos esta invitación: ayudemos a las parroquias de Roma a construir su iglesia.

[En español, dijo:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles provenientes de diversas parroquias de España. Al aproximarse la celebración del Nacimiento de Jesucristo, Príncipe de la Paz, os invito a prepararos a esta fiesta de gozo y salvación intensificando la plegaria, avivando la alegría interior y dedicándoos a la escucha meditativa de la Palabra de Dios, para después transmitirla con sencillez a los demás. Confío esta hermosa tarea a la maternal protección de la Virgen María, tan presente en estos días en el corazón de las queridas Naciones latinoamericanas bajo la advocación de Guadalupe. Feliz domingo.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

sábado, 13 de diciembre de 2008

Benedicto XVI presenta la ley natural como base de la ética universal



En su discurso a la Comisión Teológica Internacional

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 5 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).-

Benedicto XVI considera que es necesario redescubrir el valor de la ley moral natural para poder poner los cimientos de la auspiciada ética universal

Así lo explicó este viernes al recibir en audiencia a los miembros de la Comisión Teológica Internacional, que en su asamblea de esta semana han dado pasos casi definitivos para la redacción de un documento sobre el argumento.

El estudio llevará por título "En búsqueda de una ética universal. Nueva mirada sobre la ley natural".

Como reveló al Papa en la audiencia el arzobispo Luis Francisco Ladaria Ferrer S.I., secretario general de la Comisión, ha sido aprobado por la asamblea, aunque todavía quedan aprobaciones necesarias antes de su publicación.

Benedicto XVI, en su discurso, insistió en "la necesidad y urgencia, en el contexto actual, de crear en la cultura y en la sociedad civil y política las condiciones indispensables para una plena conciencia sobre el valor irrenunciable de la ley moral natural".

"Gracias también al estudio que habéis emprendido sobre este argumento fundamental, quedará claro que la ley natural constituye la verdadera garantía ofrecida a cada uno para vivir libremente y en respeto de su dignidad de persona, y para sentirse defendido de cualquier manipulación ideológica y de todo abuso perpetrado en virtud de la ley del más fuerte", dijo el Santo Padre.

Según el obispo de Roma, "en un mundo conformado por las ciencias naturales, el concepto metafísico de ley natural está casi ausente, incomprensible".

"Al ver esta importancia fundamental para nuestras sociedades, para la vida humana, es necesario que se vuelva a plantear y dar a comprender, en el contexto de nuestro pensamiento este concepto: el ser mismo lleva en sí un mensaje moral y una indicación para los caminos del derecho".

Según explica el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 1954, "La ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira". En definitiva, los diez mandamientos.

El número 1956 del Catecismo, añade: "La ley natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón, es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la persona y determina la base de sus derechos y sus deberes fundamentales".

En actuación de la propuesta hecha por la primera asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, el Papa Pablo VI, el 11 de abril de 1969 instituyó, en conexión con la Congregación para la Doctrina de la Fe, la Comisión Teológica Internacional.

La función de la Comisión es ayudar a la Santa Sede y especialmente a la Congregación para la Doctrina de la Fe a examinar cuestiones doctrinales de mayor importancia.

Presidente de la Comisión es el cardenal William Joseph Levada. La Comisión se compone de teólogos de diversas escuelas y naciones, eminentes por ciencia y fidelidad al Magisterio de la Iglesia.

Los miembros -no más de 30-- son nombrados por el Santo Padre por cinco años (se concluye ahora el último quinquenio) a propuesta del cardenal prefecto de la Congregación y tras consulta con las Conferencias Episcopales.

La Comisión se reúne en asamblea plenaria al menos una vez al año, pero puede desarrollar su actividad también por medio de subcomisiones. Los resultados de los estudios son presentados al Santo Padre y entregados para su oportuna utilización a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Por Jesús Colina


domingo, 7 de diciembre de 2008

El Papa propone a los jóvenes poner a Jesús en el centro de su vida


En preparación a la solemnidad de Cristo Rey

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 19 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).-

Poner a Cristo en el centro de la vida. Este es el consejo que dejó Benedicto XVI este miércoles, al concluir la audiencia general en particular a los chicas y chicos presentes en la plaza de San Pedro del Vaticano.

Antes de despedirse de los miles de peregrinos el Santo Padre dirigió un saludo particular a los jóvenes, los enfermos y los recién casados.

Comenzó recordando que "el próximo domingo, último del tiempo ordinario, celebraremos la solemnidad de Cristo, Rey del Universo".

"Queridos jóvenes --exhortó--, poned a Jesús en el centro de vuestra vida y recibiréis de él luz y valentía", dijo.

"Cristo, que hizo de la Cruz un trono regio, os enseñe a vosotros, queridos enfermos --siguió diciendo-- a comprender el valor redentor del sufrimiento vivido en unión con Él".

Por último, dirigiéndose a los recién casados, venidos al Vaticano con su traje de bodas, les deseó "reconocer la presencia del Señor en vuestro camino familiar".

La fiesta de Cristo Rey fue instituida en 1925 por el papa Pío XI, que la fijó en el domingo anterior a la solemnidad de todos los santos, como respuesta al avance del ateísmo y la secularización, según escribió en la encíclica "Quas primas".

El Papa Pablo VI, en 1970, quiso destacar más el carácter cósmico y escatológico del reinado de Cristo. La fiesta se convirtió en la de Cristo "Rey del Universo" y se fijó en el último domingo del año litúrgico.



martes, 2 de diciembre de 2008

Benedicto XVI: el Adviento, tiempo de santidad



El Papa clausuró ayer en Roma el Año Jubilar de san Lorenzo

ROMA, lunes 1 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).-

Con una invitación a todos los cristianos a vivir el Adviento como un "tiempo de santidad", Benedicto XVI clausuró este domingo en la Basílica romana de San Lorenzo Extramuros el Año jubilar convocado para conmemorar el 1750 aniversario del martirio de este diácono de origen español, muy venerado en Roma desde la Antigüedad.

El Papa presentó al santo como modelo para este tiempo de Adviento: "nos repite que la santidad, es decir, el salir al encuentro de Cristo que viene continuamente a visitarnos, no pasa de moda, al contrario, con el paso del tiempo resplandece de modo luminoso y manifiesta la perenne tensión del hombre hacia Dios".

El pontífice aprovechó la homilía para explicar que el Adviento no sólo es "preparación para la Navidad" sino que su "significado es más profundo" y "nos proyecta ya hacia la venida gloriosa del Señor, al final de la historia".

"Adviento significa por tanto hacer memoria de la primera venida del Señor en la carne, pensando ya en su vuelta definitiva y, al mismo tiempo, significa reconocer que Cristo presente entre nosotros se hace nuestro compañero de viaje en la vida de la Iglesia que celebra este misterio", explicó.

La conciencia de la próxima venida del Señor, según el Papa, "debería ayudarnos a ver el mundo con ojos distintos, a interpretar los distintos acontecimientos de la vida y de la historia como palabras que Dios nos dirige, como signos de su amor que nos aseguran su cercanía en cada situación".

Velar "significa seguir al Señor, elegir lo que Él ha elegido, amar lo que Él ha amado, conformar la propia vida a la suya; velar comporta transcurrir carda momento de nuestro tempo en el horizonte de su amor sin dejarnos abatir por las inevitables dificultades y problemas cotidianos".

"Así lo hizo san Lorenzo, así debemos hacer nosotros", añadió el Papa.

San Lorenzo Extramuros, una basílica singular

El Santo Padre repasó la historia antigua e inmediata de esta basílica romana, erigida por el emperador Constantino en honor de san Lorenzo, y en cuyo interior están sepultados el Papa Pío IX y el conocido político cristiano Alcide De Gasperi, uno de los constructores de la Unión Europea tras la segunda Guerra Mundial.

De hecho, antes de la celebración, el Papa entró un momento en el hipogeo para orar ante la tumba de su predecesor, y se detuvo unos minutos ante los restos de De Gasperi.

Tuvo un recuerdo especial para el Papa Pío XII, quien durante los bombardeos sufridos por la basílica durante ese conflicto protagonizó una de las imágenes más conocidas de la guerra al salir personalmente a visitar a los afectados entre las ruinas.

"Nunca podrá borrase de la memoria de la historia el gesto generoso llevado a cabo en aquella ocasión por mi venerado predecesor, que corrió a socorrer y consolar a la población duramente afectada, entre las ruinas aún humeantes", afirmó el Papa Benedicto XVI.

También se refirió a la peculiaridad de esta basílica, que custodia desde 1885 uno de los cementerios más antiguos de Roma, en el "Agro Verano", y donde están sepultados entre otros los papas Zósimo, Sixto III e Hilario.

De hecho, aludiendo a los muchos funerales que en ella se celebran, el Papa explicó que "el pensamiento de la presencia de Cristo y de su vuelta cierta al final de los tiempos, es muy significativo en esta Basílica".

Por Inma Álvarez


domingo, 30 de noviembre de 2008

Benedicto XVI: la parusía, fuente de certeza y de valor para el cristiano



Intervención en la audiencia general

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 12 noviembre 2008 (ZENIT.org).-

Ofrecemos a continuación el texto íntegro de la catequesis pronunciada este miércoles por el Papa Benedicto XVI con ocasión de la Audiencia General, celebrada esta mañana en la Plaza de San Pedro.

* * *

Queridos hermanos y hermanas.

el tema de la resurrección, sobre el que nos detuvimos la semana pasada, abre una nueva perspectiva, la de la espera de la vuelta del Señor, y por ello nos lleva a reflexionar sobre la relación entre el tiempo presente, tiempo de la Iglesia y del Reino de Cristo, y el futuro (éschaton) que nos espera, cuando Cristo entregará el Reino al Padre (cfr 1 Cor 15,24). Todo discurso cristiano sobre las realidades últimas, llamado escatología, parte siempre del acontecimiento de la resurrección: en este acontecimiento las realidades últimas ya han empezado y, en un cierto sentido, ya están presentes.

Probablemente en el año 52 san Pablo escribió la primera de sus cartas, la primera Carta a los Tesalonicenses, donde habla de esta vuelta de Jesús, llamada parusía, adviento, nueva y definitiva y manifiesta presencia (cfr 4,13-18). A los Tesalonicenses, que tienen sus dudas y problemas, el Apóstol escribe así: "si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús" (4,14). Y continua: "los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires" (4,16-17). Pablo describe la parusía de Cristo con acentos muy vivos y con imágenes simbólicas, pero que transmiten un mensaje sencillo y profundo: al final estaremos siempre con el Señor. Este es, más allá de las imágenes, el mensaje esencial: nuestro futuro es "estar con el Señor"; en cuanto creyentes, en nuestra vida nosotros ya estamos con el Señor; nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado.

En la segunda Carta a los Tesalonicenses, Pablo cambia la perspectiva; habla de acontecimientos negativos, que deberán preceder al final y conclusivo. No hay que dejarse engañar -dice- como si el día del Señor fuese verdaderamente inminente, según un cálculo cronológico: "Por lo que respecta a la Venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestros ánimos, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera" (2,1-3). La continuación de este texto anuncia que antes de la llegada del Señor estará la apostasía y se revelará el no mejor identificado "hombre inicuo", el "hijo de la perdición" (2,3), que la tradición llamará después el Anticristo. Pero la intención de esta Carta de san Pablo es sobre todo práctica; escribe: "cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado de que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A esos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan" (3, 10-12). En otras palabras, la espera de la parusía de Jesús no dispensa del trabajo en este mundo, sino al contrario, crea responsabilidades ante el Juez divino sobre nuestro actuar en este mundo. Precisamente así crece nuestra responsabilidad de trabajar en y para este mundo. Veremos lo mismo el próximo domingo en el Evangelio de los talentos, donde el Señor nos dice que ha confiado talentos a todos y el Juez nos pedirá cuentas de ellos diciendo: ¿Habéis traído fruto? Por tanto la espera de su venida implica responsabilidad hacia este mundo.

La misma cosa y el mismo nexo entre parusía - vuelta del Juez-Salvador - y nuestro compromiso en la vida aparece en otro contexto y con aspectos nuevos en la Carta a los Filipenses. Pablo está en la cárcel y espera la sentencia, que puede ser de condena a muerte. En esta situación piensa en su futuro estar con el Señor, pero piensa también en la comunidad de Filipos, que necesita a su padre, Pablo, y escribe: "para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros. Y, persuadido de esto, sé que me quedaré y permaneceré con todos vosotros para progreso y gozo de vuestra fe, a fin de que tengáis por mi causa un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jesús, cuando yo vuelva a estar entre vosotros" (1, 21-26).

Pablo no tiene miedo a la muerte, al contrario: esta indica de hecho el completo ser con Cristo. Pero Pablo participa también de los sentimientos de Cristo, el cual no ha vivido para sí mismo, sino para nosotros. Vivir para los demás se convierte en el programa de su vida y por ello muestra su perfecta disponibilidad a la voluntad de Dios, a lo que Dios decida. Está disponible sobre todo, también en el futuro, a vivir en la tierra para los demás, a vivir por Cristo, a vivir por su presencia viva y así para la renovación del mundo. Vemos que este ser suyo con Cristo crea a gran libertad interior: libertad ante la amenaza de la muerte, pero libertad también ante todas las tareas y los sufrimientos de la vida. Estaba sencillamente disponible para Dios y realmente libre.

Y pasamos ahora, tras haber examinado los diversos aspectos de la espera de la parusía de Cristo, a preguntarnos: ¿cuáles son las actitudes fundamentales del cristiano hacia las realidades últimas: la muerte, el fin del mundo? La primera actitud es la certeza de que Jesús ha resucitado, está con el Padre, y por eso está con nosotros, para siempre. Y nadie es más fuerte que Cristo, porque Él está con el Padre, está con nosotros. Por eso estamos seguros, liberados del miedo. Este era un efecto esencial de la predicación cristiana. El miedo a los espíritus, a los dioses, estaba difundido en todo el mundo antiguo. Y también hoy los misioneros, junto con tantos elementos buenos de las religiones naturales, encuentran el miedo a los espíritus, a los poderes nefastos que nos amenazan. Cristo vive, ha vencido a la muerte y ha vencido a todos estos poderes. Con esta certeza, con esta libertad, con esta alegría vivimos. Este es el primer aspecto de nuestro vivir hacia el futuro.

En segundo lugar, la certeza de que Cristo está conmigo. Y de que en Cristo el mundo futuro ya ha comenzado, esto da también certeza de la esperanza. El futuro no es una oscuridad en la que nadie se orienta. No es así. Sin Cristo, también hoy para el mundo el futuro está oscuro, hay miedo al futuro, mucho miedo al futuro. El cristiano sabe que la luz de Cristo es más fuerte y por eso vive en una esperanza que no es vaga, en una esperanza que da certeza y valor para afrontar el futuro.

Finalmente, la tercera actitud. El Juez que vuelve -es juez y salvador a la vez- nos ha dejado la tarea de vivir en este mundo según su modo de vivir. Nos ha entregado sus talentos. Por eso nuestra tercera actitud es: responsabilidad hacia el mundo, hacia los hermanos ante Cristo, y al mismo tiempo también certeza de su misericordia. Ambas cosas son importantes. No vivimos como si el bien y el mal fueran iguales, porque Dios solo puede ser misericordioso. Esto sería un engaño. En realidad, vivimos en una gran responsabilidad. Tenemos los talentos, tenemos que trabajar para que este mundo se abra a Cristo, sea renovado. Pero incluso trabajando y sabiendo en nuestra responsabilidad que Dios es el juez verdadero, estamos seguros también de que este juez es bueno, conocemos su rostro, el rostro de Cristo resucitado, de Cristo crucificado por nosotros. Por eso podemos estar seguros de su bondad y seguir adelante con gran valor.

Un dato ulterior de la enseñanza paulina sobre la escatología es el de la universalidad de la llamada a la fe, que reúne a judíos y gentiles, es decir, a los paganos, como signo y anticipación de la realidad futura, por lo que podemos decir que estamos sentados ya en el cielo con Jesucristo, pero para mostrar a los siglos futuros la riqueza de la gracia (cfr Ef 2,6s): el después se convierte en un antes para hacer evidente el estado de realización incipiente en que vivimos. Esto hace tolerables los sufrimientos del momento presente, que no son comparables a la gloria futura (cfr Rm 8,18). Se camina en la fe y no en la visión, y aunque fuese preferible exiliarse del cuerpo y habitar con el Señor, lo que cuenta en definitiva, morando en el cuerpo o saliendo de él, es ser agradable a Dios (cfr 2 Cor 5,7-9).

Finalmente, un último punto que quizás parece un poco difícil para nosotros. San Pablo en la conclusión de su segunda Carta a los Corintios repite y pone en boca también a los Corintios una oración nacida en las primeras comunidades cristianas del área de Palestina: Maranà, thà! que literalmente significa "Señor nuestro, ¡ven!" (16,22). Era la oración de la primera comunidad cristiana, y también el último libro del Nuevo testamento, el Apocalipsis, se cierra con esta oración: "¡Señor, ven!". ¿Podemos rezar también nosotros así? Me parece que para nosotros hoy, en nuestra vida, en nuestro mundo, es difícil rezar sinceramente para que perezca este mundo, para que venga la nueva Jerusalén, para que venga el juicio último y el juez, Cristo. Creo que si no nos atrevemos a rezar sinceramente así por muchos motivos, sin embargo de una forma justa y correcta podemos también decir con los primeros cristianos: "¡Ven, Señor Jesús!". Ciertamente, no queremos que venga ahora el fin del mundo. Pero, por otra parte, queremos que termine este mundo injusto. También nosotros queremos que el mundo sea profundamente cambiado, que comience la civilización del amor, que llegue un mundo de justicia y de paz, sin violencia, sin hambre. Queremos todo esto: ¿y cómo podría suceder sin la presencia de Cristo? Sin la presencia de Cristo nunca llegará realmente un mundo justo y renovado. Y aunque de otra manera, totalmente y en profundidad, podemos y debemos decir también nosotros, con gran urgencia y en las circunstancias de nuestro tiempo: ¡Ven, Señor! Ven a tu mundo, en la forma que tu sabes. Ven donde hay injusticia y violencia. Ven a los campos de refugiados, en Darfur y en Kivu del norte, en tantos lugares del mundo. Ven donde domina la droga. Ven también entre esos ricos que te han olvidado, que viven solo para sí mismos. Ven donde eres desconocido. Ven a tu mundo y renueva el mundo de hoy. Ven también a nuestros corazones, ven y renueva nuestra vida, ven a nuestro corazón para que nosotros mismos podamos ser luz de Dios, presencia suya. En este sentido rezamos con san Pablo: ¿Maranà, thà! "¡Ven, Señor Jesús"!, y rezamos para que Cristo esté realmente presente hoy en nuestro mundo y lo renueve.

[Al final de la audiencia, el papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

San Pablo enseña que el evento escatológico se ha realizado ya en Cristo, con su muerte y resurrección, aunque su cumplimiento definitivo tendrá lugar al final de los tiempos. Por eso vivimos en el presente esperando la completa redención. Además, mientras la morada terrena del cuerpo se deshace, el cristiano espera de Dios una mansión en el cielo, nuestra verdadera patria. Con su doctrina sobre la espera de la parusía, o segunda venida de Cristo, san Pablo proclama la conexión de la salvación con el acontecimiento pascual y el futuro escatológico. Estos dos aspectos, la pascua y el futuro que nos aguarda, aparecen unidos en una expresión de la carta a los Romanos: "en esperanza fuimos salvados" (8, 24). Relacionada íntimamente con la fe, nuestra esperanza no se funda en una utopía, sino en una novedad de vida real y en crecimiento. La fe cristiana es una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida (cf. Spes salvi, 10). Con la expresión Maranà, thà!, Ven, Señor nuestro (1 Co 16, 22), se expresa la conciencia de la salvación ya realizada en la Pascua y la esperanza gozosa del creyente que, sostenido por esta esperanza, se dirige al encuentro de su Señor.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. En particular, a los peregrinos y grupos venidos de Chile, España, Guatemala, México, Paraguay y de otros países latinoamericanos. Que la enseñanza y el ejemplo de san Pablo ayude a todos a orientar nuestra vida hacia el encuentro definitivo con el Salvador. Con ocasión de su inauguración, saludo también al Canal de la Iglesia Católica en Colombia "Cristovisión", deseando que esta iniciativa contribuya a difundir los valores del evangelio en ese amado País. Que Dios os bendiga.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez


sábado, 22 de noviembre de 2008

Benedicto XVI pide a los religiosos que “no antepongan nada al amor de Cristo”




Discurso a una asamblea sobre el monaquismo

CIUDAD DEL VATICANO, jueves 20 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).-

"La vocación de los monasterios es la de indicar al mundo qué es lo esencial: buscar a Cristo y no anteponer nada a su amor", considera Benedicto XVI.

Así lo afirmó este jueves al recibid en audiencia a los participantes en la asamblea plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, que este año conmemora el centenario de vida.

En su respuesta a las palabras que le dirigió el cardenal Franc Rodé C.M., prefecto de ese dicasterio vaticano, el Papa se refirió al tema de esta plenaria, que ha tenido como eje central el monaquismo y su importancia en la sociedad actual, una cuestión "particularmente querida" por el pontífice que ha tomado el nombre de san Benito, fundador del monaquismo occidental.

Los monasterios, "buscando a Cristo y fijando la mirada en las realidades eternas", explicó, "se convierten en oasis espirituales que indican a la humanidad el primado absoluto de Dios, a través de la adoración continua de esa misteriosa, pero real, presencia divina en el mundo, y de la comunión fraterna vivida en el mandamiento nuevo del amor y del servicio recíproco".

El Papa invitó a los monjes contemplativos a "vivir el Evangelio de forma radical", "cultivando profundamente la unión esponsal con Cristo" en la espera "de la manifestación gloriosa del Salvador".

Si se vive la vocación de esta forma, "entonces el monaquismo puede constituir para todas las formas de vida religiosa y de consagración una memoria de lo que es esencial y que tiene el primado en la vida de todo bautizado: buscar a Cristo y no anteponer nada a su amor".

Añadió que los monasterios "deben ser cada vez más oasis de vida ascética", donde se cultive el conocimiento de las Escrituras. "El camino señalado por Dios para esta búsqueda y para alcanzar este amor en su misma Palabra, que se ofrece en las Sagradas Escrituras".

"Es a partir de esta escucha orante de la Palabra desde donde se eleva en los monasterios una oración silenciosa, que se convierte en testimonio para cuantos son acogidos como si fueran el mismo Cristo en estos lugares de paz".

Posteriormente, el ministro general de los frailes menores (franciscanos), padre José Rodriguez Carballo, presente durante la audiencia, subrayó en declaraciones a Radio Vaticano "el amor y la confianza" mostradas por el Papa "en la presencia y el testimonio de la vida consagrada".

"El Santo Padre, en el discurso de hoy, ha centrado la vocación monástica en la búsqueda de Dios, y esta es la gran vocación y el signo profético de la vida monástica en el mundo de hoy. En un tiempo en que parece que Dios no existe, o al menos muchos se comportan como si fuera así, el monje recuerda que Dios no solo existe, sino que es el centro de la vida y su realización plena".


domingo, 16 de noviembre de 2008

Benedicto XVI muestra la influencia de Pío XII en el Concilio Vaticano II



Recoge su herencia en el quincuagésimo aniversario de su fallecimiento

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 11 noviembre 2008 (ZENIT.org).-

No es posible entender el Concilio Vaticano II sin tener en cuenta el magisterio de Pío XII, considera Benedicto XVI, constatando que ese Papa es, tras la Escritura, la fuente más citada por sus documentos.

El Papa Joseph Ratzinger llegó a esta conclusión al recoger la herencia dejada a la Iglesia por el pontificado de Eugenio Pacelli (1939-1958) en el discurso que dirigió este sábado a los participantes en un congreso sobre "La herencia del magisterio de Pío XII y el Concilio Vaticano II", promovido por las universidades pontificias Gregoriana y Lateranense, en el quincuagésimo aniversario de la muerte del siervo de Dios.

La intervención del Papa muestra cómo ese concilio ecuménico no supuso una ruptura con el pasado, sino que se puso en continuidad con la Tradición de la Iglesia, recibida y expuesta por el sumo pontífice, que había precedido a su convocatoria.

"Ciertamente la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, es un organismo vivo y vital, que no está inmovilizado en lo que era hace cincuenta años, reconoció el Papa después de repasar los grandes documentos del pontificado de Eugenio Pacelli.

"Pero el desarrollo tiene lugar con coherencia. Por esto la herencia del magisterio de Pío XII ha sido recogida por el Concilio Vaticano II y propuesta a las generaciones cristianas sucesivas".

El Papa constató que "en las intervenciones orales y escritas presentadas por los padres del concilio Vaticano II se encuentran más de mil referencias al magisterio de Pío XII".

No todos los documentos del Concilio tienen un aparato de notas, pero en los documentos que cuentan con él "el nombre de Pío XII aparece más de doscientas veces", informó.

Esto quiere decir, aclaró, que, "con la excepción de la Sagrada Escritura, este Papa es la fuente autorizada que el Concilio cita con más frecuencia".

"Además --subrayó--, las notas de esos documentos no son, en general, meras referencias explicativas, sino que con frecuencia constituyen auténticas partes integrantes de los textos conciliares; no sólo ofrecen justificaciones de apoyo para lo que afirma el texto, sino que además ofrecen una clave de interpretación".

El discurso del Papa se convirtió, por tanto, en una reivindicación del papel histórico del fallecido pontífice, en particular de su magisterio, pues "en los últimos años, cuando se ha hablado de Pío XII, la atención se ha concentrado de manera excesiva en un solo problema, tratado generalmente de manera más bien unilateral".

"Independientemente de otras consideraciones, esto ha impedido una visión adecuada de una figura de gran profundidad histórico-teológica como la de Pío XII", consideró.

No sorprende, por tanto, dijo su sucesor "que su enseñanza siga difundiendo luz todavía hoy en la Iglesia".

"En la persona del sumo pontífice Pío XII, el Señor ha hecho a su Iglesia un don excepcional, por el que todos debemos darle las gracias", afirmó.

Conclusiones del congreso

En sus palabras de saludo al Papa, el arzobispo Rino Fisichella, rector de la Universidad Pontificia Lateranense, mostró cómo "el magisterio de Pío XII, recogido principalmente en sus 43 encíclicas y en sus numerosos discursos, no sólo fue propedéutico para el Concilio, sino que marcó positivamente su desarrollo".

Por eso, al explicar el espíritu del Vaticano II, dijo: "no vige la ley de la discontinuidad sino la de una continuidad que se realiza en un desarrollo armonioso capaz de mostrar el progreso de la doctrina sin alteración alguna".

Por su parte, en la audiencia, el padre Gianfranco Ghirlanda S.I., rector de la Universidad Pontificia Gregoriana, explicó al Papa que el congreso, que se ha celebrado en la sede de las dos universidades, "ha subrayado una vez más la profundidad del magisterio de Pío XII, que fue una fuente riquísima de tantos documentos del Concilio Vaticano II, así como del magisterio postconciliar".


sábado, 8 de noviembre de 2008

Benedicto XVI reafirma la importancia de la lectura espiritual de la Biblia



Hoy durante el rezo del Ángelus

CIUDAD DEL VATICANO, domingo 26 de octubre de 2008 (ZENIT.org).-

El Papa Benedicto XVI explicó, en el saludo a los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro con motivo del rezo del Ángelus, la importancia de aunar la lectura espiritual con la exégesis científica, a la hora de acercarse a la lectura de la Biblia.

Este tema, explicó el Papa, ha sido un aspecto sobre el que se ha reflexionado durante el Sínodo; “la relación entre la Palabra y las palabras, es decir, entre el verbo divino y las escrituras que lo expresan”.

La Sagrada Escritura es Palabra de Dios en palabras humanas. Esto comporta que todo texto debe ser leído teniendo presente la unidad de toda la Escritura, la viva tradición de la Iglesia y la luz de la fe”, afirmó el Papa.

“Si es verdad que la Biblia es también una obra literaria, es más, el gran código de la cultura universal, es también verdad que ella no debe despojarse del elemento divino, sino que debe leerse en el mismo Espíritu en que se compuso”.

Por tanto, añadió, tan importante es la “exegesis científica” como la “lectio divina”, “son ambas necesarias y complementarias para buscar, a través del significado literal, el espiritual, que Dios quiere comunicarnos hoy”.

En este sentido, refiriéndose a las enseñanzas de la constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II, recordó que “una buena exégesis bíblica exige tanto el método histórico-crítico como el teológico”.

El Papa se refirió también al recientemente concluido Sínodo de los Obispos como “ una experiencia fuerte de comunión eclesial, pero esta aún más porque en el centro de atención se ha puesto lo que ilumina y guía a la Iglesia: la Palabra de Dios, que es Cristo en persona”.

“Hemos vivido cada jornada en escucha religiosa, advirtiendo toda la gracia y la belleza de ser sus discípulos y servidores”, añadió, y “hemos experimentado la alegría de ser convocados por la Palabra, y especialmente en la liturgia, nos hemos encontrado en camino dentro de ella, como en nuestra tierra prometida, que nos hace pregustar el Reino de los cielos”.

[Por Inma Álvarez]


domingo, 2 de noviembre de 2008

Intervención de Benedicto XVI en el Sínodo de los Obispos


Intervención que Benedicto XVI pronunció el martes 14 de octubre durante la décimo cuarta congregación del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra. El texto ha sido transcrito posteriormente y publicado por la Oficina de Información de la Santa Sede. El Papa pronunció estas palabras a partir de unas notas que había escrito en su cuaderno.

Ciudad del Vaticano, 19 de octubre de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

El trabajo con motivo de mi libro sobre Jesús da la oportunidad de ver todo el bien que nos llega de la exégesis moderna, pero también permite reconocer sus problemas y sus riesgos.

La Dei Verbum 12 ofrece dos indicaciones metodológicas para un adecuado trabajo exegético. En primer lugar, confirma la necesidad de la utilización del método histórico-crítico, cuyos elementos esenciales describe brevemente. Esta necesidad es la consecuencia del principio cristiano formulado en Juan 1, 14: "Verbum caro factum est". El hecho histórico es una dimensión constitutiva de la fe cristiana. La historia de la salvación no es una mitología, sino una verdadera historia y, por lo tanto, hay que estudiarla con los métodos de la investigación histórica seria.

Sin embargo, esta historia posee otra dimensión, la de la acción divina. En consecuencia la Dei Verbum habla de un segundo nivel metodológico necesario para la interpretación justa de las palabras, que son al mismo tiempo palabras humanas y Palabra divina. El Concilio dice, siguiendo una regla fundamental para la interpretación de cualquier texto literario, que la Escritura hay que interpretarla en el mismo espíritu en el que fue escrita y para ello indica tres elementos metodológicos fundamentales cuyo fin es tener en cuenta la dimensión divina, pneumatológica de la Biblia: es decir se debe 1) interpretar el texto teniendo presente la unidad de toda la Escritura; esto hoy se llama exégesis canónica; en los tiempos del Concilio este término no había sido creado aún, pero el Concilio dice la misma cosa: es necesario tener presente la unidad de toda la Escritura; 2) también se debe tener presente la viva tradición de toda la Iglesia, y finalmente 3) es necesario observar la analogía de la fe. Sólo allí donde los dos niveles metodológicos, el histórico-crítico y el teológico, son observados, se puede hablar de una exégesis teológica - de una exégesis adecuada a este Libro. Mientras que con respecto al primer nivel la actual exégesis académica trabaja a un altísimo nivel y nos ayuda realmente, la misma cosa no se puede decir del otro nivel. A menudo este segundo nivel, el nivel constituido por los tres elementos teológicos indicados por la Dei Verbum, casi no aparece. Y esto tiene consecuencias más bien graves.

La primera consecuencia de la ausencia de este segundo nivel metodológico es que la Biblia se convierte en un libro del pasado solamente. Se pueden extraer de él consecuencias morales, se puede aprender la historia, pero el libro como tal habla sólo del pasado y la exégesis ya no es realmente teológica, sino que se convierte en pura historiografía, historia de la literatura. Esta es la primera consecuencia: la Biblia queda como algo del pasado, habla sólo del pasado.
Existe también una segunda consecuencia aún más grave: donde desaparece la hermenéutica de la fe indicada por la Dei Verbum, aparece necesariamente otro tipo de hermenéutica, una hermenéutica secularizada, positivista, cuya clave fundamental es la convicción de que lo Divino no aparece en la historia humana. Según esta hermenéutica, cuando parece que hay un elemento divino, se debe explicar de dónde viene esa impresión y reducir todo al elemento humano. Por consiguiente, se proponen interpretaciones que niegan la historicidad de los elementos divinos.

Hoy, el llamado mainstream de la exégesis en Alemania niega, por ejemplo, que el Señor haya instituido la Santa Eucaristía y dice que el cuerpo de Jesús permaneció en la tumba. La Resurrección no sería un hecho histórico, sino una visión teológica. Esto sucede porque falta una hermenéutica de la fe: se consolida entonces una hermenéutica filosófica profana, que niega la posibilidad de la entrada y de la presencia real de lo Divino en la historia. La consecuencia de la ausencia del segundo nivel metodológico es la creación de un profundo foso entre exégesis científica y Lectio divina. Y ello a veces provoca también una cierta perplejidad en la preparación de las homilías. Cuando la exégesis no es teología, la Escritura no puede ser el alma de la teología y, al revés, cuando la teología no es esencialmente interpretación de la Escritura en la Iglesia, esta teología ya no tiene fundamento.

Por eso para la vida y para la misión de la Iglesia, para el futuro de la fe, es absolutamente necesario superar este dualismo entre exégesis y teología. La teología bíblica y la teología sistemática son dos dimensiones de una única realidad, que llamamos teología. Por consiguiente, sería deseable que en una de las propuestas se hablara de la necesidad de tener presente en la exégesis los dos niveles metodológicos indicados por la Dei Verbum 12, en la que se habla de la necesidad de desarrollar una exégesis no sólo histórica, sino también teológica. Así pues, será necesario ampliar la formación de los futuros exégetas en este sentido, para abrir realmente los tesoros de la Escritura al mundo de hoy y a todos nosotros.

jueves, 30 de octubre de 2008

Benedicto XVI invita a meditar en la eternidad en la solemnidad de los difuntos



Una reflexión diferente a Halloween

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 29 de octubre de 2008 (ZENIT.org).-

Benedicto XVI ha propuesto meditar en la eternidad en este fin de semana en el que el 2 de noviembre se conmemora a los difuntos.

Con su propuesta el Papa invitó a orientar la vida hacia los valores que no perecen, una auténtica alternativa a muchas de las fiestas de Halloween que tendrán lugar en este fin de semana.

Hablando en eslovaco, el pontífice explicó que "el domingo próximo, la Iglesia invita a rezar por los difuntos".

"Que su recuerdo nos lleve a meditar en la eternidad, orientando nuestra vida hacia los valores que no perecen".

El día anterior, 1 de noviembre, la Iglesia celebrará la solemnidad de todos los santos. Esta fiesta, como todas las solemnidades, comienza la noche anterior. Por eso, a la noche del 31 de octubre se le llama, en inglés antiguo, "All hallow's eve" (víspera de todos los santos). Mas tarde "All hallow´s eve" se abrevió a "Halloween".

Pero, como las celebraciones de un pueblo reflejan su cultura y su fe, Halloween dejó de ser una fiesta cristiana para convertirse en una fantasía de brujas y fantasmas.


sábado, 25 de octubre de 2008

“La verdadera libertad consiste en el amor al prójimo”



Catequesis que el Papa pronunció ante los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro, con motivo de la Audiencia General.

Ciudad del Vaticano, 1 de octubre de 2008.

Queridos hermanos y hermanas,

El respeto y la veneración que Pablo ha cultivado siempre hacia los Doce no disminuyen cuando él defendió con franqueza la verdad del Evangelio, que no es otro que Jesucristo, el Señor. Queremos hoy detenernos en dos episodios que demuestran la veneración y, al mismo tiempo, la libertad con la que el Apóstol se dirige a Cefas y a los otros Apóstoles: el llamado "Concilio" de Jerusalén y el incidente de Antioquía de Siria, relatados en la Carta a los Gálatas (cfr 2,1-10; 2,11-14).

Todo Concilio y Sínodo de la Iglesia es "acontecimiento del Espíritu" y reúne en su realización las solicitudes de todo el Pueblo de Dios: lo han experimentado en primera persona quienes tuvieron el don de participar en el Concilio Vaticano II. Por esto san Lucas, al informarnos sobre el primer Concilio de la Iglesia, que tuvo lugar en Jerusalén, introduce así la carta que los Apóstoles enviaron en esta circunstancia a las comunidades cristianas de la diáspora: "Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros..." (Hch 15, 28). El Espíritu, que obra en toda la Iglesia, conduce de la mano a los Apóstoles a la hora de tomar nuevos caminos para realizar sus proyectos: Él es el artífice principal de la edificación de la Iglesia.

Y sin embargo, la asamblea de Jerusalén tuvo lugar en un momento de no poca tensión dentro de la Comunidad de los orígenes. Se trataba de responder a la pregunta de si era oportuno exigir a los paganos que se estaban convirtiendo a Jesucristo, el Señor, la circuncisión, o si era lícito dejarlos libres de la Ley mosaica, es decir, de la observación de las normas necesarias para ser hombres justos, obedientes a la Ley, y sobre todo libres de las normas relativas a las purificaciones rituales, los alimentos puros e impuros y el sábado. A la Asamblea de Jerusalén se refiere también san Pablo en Ga 2, 1-10: tras catorce años de su encuentro con el Resucitado en Damasco -estamos en la segunda mitad de los años 40 d.C.- Pablo parte con Bernabé desde Antioquía de Siria y se hace acompañar de Tito, su fiel colaborador que, aún siendo de origen griego, no había sido obligado a hacerse circuncidar cuando entró en la Iglesia. En esta ocasión Pablo expuso a los Doce, definidos como las personas más relevantes, su evangelio de libertad de la Ley (cfr Ga 2,6). A la luz del encuentro con Cristo resucitado, él había comprendido que en el momento del paso al Evangelio de Jesucristo, a los paganos ya no les eran necesarios la circuncisión, las leyes sobre el alimento, y sobre el sábado, como muestra de justicia: Cristo es nuestra justicia y "justo" es todo lo que está conforme a Él. No son necesarios otros signos para ser justos. En la Carta a los Gálatas refiere, con pocas palabras, el desarrollo de la Asamblea: recuerda con entusiasmo que el evangelio de la libertad de la Ley fue aprobado por Santiago, Cefas y Juan, "las columnas", que le ofrecieron a él y a Bernabé la mano derecha en signo de comunión eclesial en Cristo (Gal 2,9). Si, como hemos notado, para Lucas el Concilio de Jerusalén expresa la acción del Espíritu Santo, para Pablo representa el reconocimiento de la libertad compartida entre todos aquellos que participaron en él: libertad de las obligaciones provenientes de la circuncisión y de la Ley; esa libertad por la que "Cristo nos ha liberado, para que seamos libres" y no nos dejemos imponer ya el yugo de la esclavitud (cfr Ga 5,1). Las dos modalidades con que Pablo y Lucas describen la Asamblea de Jerusalén se unen por la acción liberadora del Espíritu, porque "donde está el Espíritu del Señor hay libertad", dirá en la Segunda Carta a los Corintios (cfr 3,17).

Con todo, como aparece con gran claridad en las Cartas de san Pablo, la libertad cristiana no se identifica nunca con el libertinaje o con el arbitrio de hacer lo que se quiere; esta se realiza en conformidad con Cristo y por eso, en el auténtico servicio a los hermanos, sobre todo a los más necesitados. Por esto, el relato de Pablo sobre la asamblea se cierra con el recuerdo de la recomendación que le dirigieron los Apóstoles: "sólo que nosotros debíamos tener presentes a los pobre, cosa que he procurado cumplir con todo esmero" (Ga 2, 10). Cada Concilio nace de la Igelsia y vuelve a la Iglesia: en aquella ocasión vuelve con la atención a los pobres que, de las diversas anotaciones de Pablo en sus Cartas, son sobre todo los de la Iglesia de Jerusalén. En la preocupación por los pobres, atestiguada particularmente por la segunda Carta a los Corintios (cfr 8-9) y en la conclusión de la Carta a los Romanos (cfr. Rm 15), Pablo demuestra su fidelidad a las decisiones maduradas durante la Asamblea.

Quizás ya no estemos en grado de comprender plenamente el significado que Pablo y sus comunidades atribuyeron a la colecta para los pobres de Jerusalén. Se trató de una iniciativa del todo nueva en el panorama de las actividades religiosas: no fue obligatoria, pero libre y espontánea; tomaron parte todas las Iglesias fundadas por Pablo en Occidente. La colecta expresaba la deuda de sus comunidades a la Iglesia madre de Palestina, de la que habían recibido el don inenarrable del Evangelio. Tan grande es el valor que Pablo atribuye a este gesto de participación que raramente la llama "colecta": es más bien "servicio", "bendición", "amor", "gracia", es más, "liturgia" (2 Cor, 9). Sorprende, particularmente, este último término, que confiere a la recogida de dinero un valor incluso de culto: por una parte es un gesto litúrgico o "servicio", ofrecido por cada comunidad a Dios, y por otra es acción de amor cumplida a favor del pueblo. Amor por los pobres y liturgia divina van juntas, el amor por los pobres es liturgia. Los dos horizontes están presentes en toda liturgia celebrada y vivida en la Iglesia, que por su naturaleza se opone a la separación entre el culto y la vida, entre la fe y las obras, entre la oración y la caridad a los hermanos. Así el Concilio de Jerusalén nace para dirimir la cuestión sobre cómo comportarse con los paganos que llegaban a la fe, eligiendo la libertad de la circuncisión y por las observancias impuestas por la Ley, y se resuelve en la solicitud pastoral que pone en el centro la fe en Cristo Jesús y el amor por los pobres de Jerusalén y de toda la Iglesia.

El segundo episodio es el conocido incidente de Antioquía, en Siria, que da a entender la libertad interior de que gozaga Pablo: ¿cómo comportarse en ocasión de la comunión en la mesa entre creyentes de origen judío y los de matriz gentil? Aquí se pone de manifiesto el otro epicentro de la observancia mosaica: la distinción entre alimentos puros e impuros, que dividía profundamente a los hebreos observantes de los paganos. Inicialmente Cefas, Pedro, compartía la mesa con unos y con otros: pero con la llegada de algunos cristianos ligados a Santiago, "el hermano del Señor" (Ga 1,19), Pedro había empezado a evitar los contactos en la mesa con los paganos, para no escandalizar a los que continuaban observando las leyes de pureza alimentaria; y la elección era compartida por Bernabé. Tal elección dividía profundamente a los cristianos venidos de la circuncisión y los cristianos venidos del paganismo. Este comportamiento, que amenazaba realmente la unidad y la libertad de la Iglesia, suscitó encendidas reacciones de Pablo, que llegó a acusar a Pedro y a los demás de hipocresía: "Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?" (Ga 2, 14). En realidad, las preocupaciones de Pablo, por una parte, y de Pedro y Bernabé, por otro, eran distintas: para los últimos la separación de los paganos representaba una modalidad para tutelar y para no escandalizar a los creyentes provenientes del judaísmo; para Pablo constituía, en cambio, un peligro de malentendimiento de la salvación universal en Cristo ofrecida tanto a los paganos como a los judíos. Si la justificación se realiza sólo en virtud de la fe en Cristo, de la conformidad con Él, sin obra alguna de la Ley, ¿qué sentido tiene observar aún la pureza alimentaria con ocasión de la participación en la mesa? Muy probablemente las perspectivas de Pedro y de Pablo eran distintas: para el primero, no perder a los judíos que se habían adherido al Evangelio, para el segundo no disminuir el valor salvífico de la muerte de Cristo para todos los creyentes.

Es extraño decirlo, pero escribiendo a los cristianos de Roma, algunos años después (hacia la mitad de los años 50) Pablo mismo se encontrará ante una situación análoga y pedirá a los fuertes que no coman comida impura para no perder o para no escandalizar a los débiles: "Lo bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad" (Rm 14, 21). El incidente de Antioquía se reveló así como una lección tanto para Pedro como para Pablo. Solo el diálogo sincero, abierto a la verdad del Evangelio, pudo orientar el camino de la Iglesia: "Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo (Rm 14,17). Es una lección que debemos aprender también nosotros: con los diversos carismas confiados a Pedro y a Pablo, dejémonos todos guiar por el Espíritu, intentando vivir en la libertad que encuentra su orientación en la fe en Cristo y se concreta en el servicio a los hermanos. Es esencial ser cada vez más conformes a Cristo. Es así que se es realmente libre, así se expresa en nosotros el núcleo más profundo de la Ley: el amor a Dios y al prójimo. Pidamos al Señor que nos enseñe a compartir sus sentimientos, para aprender de Él la verdadera libertad y el amor evangélico que abraza a todo ser humano.