domingo, 29 de diciembre de 2019

Mensaje Navideño y Bendición "Urbi et Orbi"



En su mensaje de Navidad, previo a la Bendición “Urbi et Orbi” (a la ciudad y al mundo) de este 25 de diciembre, el Papa Francisco recordó que Jesucristo es “Palabra más luminosa que el sol, encarnada en un pequeño hijo de hombre, Jesús, luz del mundo”. En su mensaje, pronunciado desde la logia de la Basílica de San Pedro del Vaticano, el Santo Padre reconoció que “hay tinieblas en los corazones humanos, pero más grande es la luz de Cristo”.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

NAVIDADAD 2019





¿Qué es la Navidad?

 La Iglesia en su misión de ir por el mundo llevando la Buena Nueva ha querido dedicar un tiempo a profundizar, contemplar y asimilar el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios; a este tiempo lo conocemos como Navidad.
Cerca de la antigua fiesta judía de las luces y buscando dar un sentido cristiano a las celebraciones paganas del solsticio de invierno, la Iglesia aprovechó el momento para celebrar la Navidad. En este tiempo los cristianos por medio del Adviento se preparan para recibir a Cristo,"luz del mundo" (Jn 8, 12) en sus almas, rectificando sus vidas y renovando el compromiso de seguirlo.
Durante el Tiempo de Navidad al igual que en el Triduo Pascual de la semana Santa celebramos la redención del hombre gracias a la presencia y entrega de Dios; pero a diferencia del Triduo Pascual en el que recordamos la pasión y muerte del Salvador, en la Navidad recordamos que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros.
 Así como el sol despeja las tinieblas durante el alba, la presencia de Cristo irrumpe en las tinieblas del pecado, el mundo, el demonio y de la carne para mostrarnos el camino a seguir.
Con su luz nos muestra la verdad de nuestra existencia. Cristo mismo es la vida que renueva la naturaleza caída del hombre y de la naturaleza.

La Navidad celebra esa presencia renovadora de Cristo que viene a salvar al mundo.
 La Iglesia en su papel de madre y maestra por medio de una serie de fiestas busca concientizar al hombre de este hecho tan importante para la salvación de sus hijos.
Por ello, es necesario que todos los feligreses vivamos con recto sentido la riqueza de la vivencia real y profunda de la Navidad.

 Por último, es necesario recordar que durante la Navidad celebramos en tres días consecutivos, 26, 27 y 28 de diciembre, tres fiestas que nos hacen presente la entrega total al Señor: San Esteban, mártir que representa a aquellos que murieron por Cristo voluntariamente. San Juan Evangelista, que representa aquellos que estuvieron dispuestos a morir por Cristo pero no los mataron. San Juan fue el único Apóstol que se arriesgó a estar con La Virgen al pie de la cruz.

 Los Santos Inocentes que representan a aquellos que murieron por Cristo sin saberlo.



Santa Misa de Nochebuena 2019-12-24



  Desde la Basílica de San Pedro, Santa Misa de Nochebuena presidida por el Papa Francisco, en la Solemnidad de la Navidad del Señor





domingo, 22 de diciembre de 2019

DOMINGO IV de Adviento 2019





 Día 22 IV Domingo de Adviento

 A cualquiera nos resulta evidente que el mundo que contemplamos y su concreta configuración no se debe a nosotros mismos. Es algo que reconocemos, que captamos con más o menos profundidad, intentando tener un conocimiento lo más exacto posible de esta realidad, así como de las normas o leyes que rigen el comportamiento y destino de cada uno de los seres que componen nuestro mundo. El hombre no es creador, sino, en todo caso, descubridor de una realidad anterior a él mismo, en la que está incluído, con las excelentes características que lo determinan como persona: pero es uno más de los seres existentes en el mundo. Constituído sobre el resto de la Creación, el hombre no se ha otorgado a sí mismo esta superioridad, pues ninguno nos hemos conformado en personas, ni decidido, por tanto, nuestro modo de ser. Más bien, nos corresponde descubrir y aceptar nuestra propia verdad, como condición previa para todo comportamiento personal ulterior, pues sólo a partir del conocimiento propio cabe pensar en una acción verdaderamente libre y humana. De hecho, nada más llamamos humana, a aquella conducta que es libre: decidida por cada uno, en la que el sujeto no se siente forzado a actuar, y de la que conoce sus diversas posibilidades de acción y las consecuencias. Como conclusión del relato evangélico que hoy consideramos, dice el evangelista que al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había ordenado, y recibió a su esposa. José actúa libremente, aunque no llevara él la iniciativa, queriendo secundar en todo la voluntad que Dios, que el ángel le mostraba como divina. Tenemos en él un ejemplo permanente de fidelidad a la vocación, pues, cada vez que aparece en los escritos evangélicos, lo vemos colaborando con la misión del Verbo encarnado –que se le confió como hijo–, casi siempre recibiendo indicaciones de parte de Dios que le concretan de modo explícito lo que espera de él. En esto está la grandeza de José. Humanamente no es un personaje famoso de su tiempo, ni aparece para sus parientes y conocidos como autor de grandes hazañas; sin embargo, sólo con su vida –ordinaria casi siempre–, porque en todo momento respondió a las llamadas divinas, ha merecido un puesto de privilegio en la Gloria del Cielo, y ser recordado con admiración por todos los cristianos. En este tiempo nuestro, cuando para muchos parece decisivo triunfar ante la gente, y que en eso estaría el valor personal; el Esposo de María nos enseña verdadera eficacia y sencillez: José cumple lo que Dios esperaba de él sin pensar en el propio lucimiento ni en satisfacciones personales. Actúa tan sólo a impulsos del querer divino, de modo que le basta conocer lo que el Señor espera de él para procurar ponerlo por obra, empleando para ello lo mejor de sus cualidades. Fe, esperanza y caridad eran hábitos corrientes en su conducta. Es más, por la docilidad con que reacciona a los estímulos sobrenaturales, manifiesta cuánto le movía ya en la tierra el amor de Dios. Un amor plasmado en obras de fidelidad: obediente enseguida a la indicación del ángel de recibir a María como esposa, en contra de lo que él ya había decidido; o, como veremos, poco tiempo después, saliendo enseguida, en plena noche hacia un país extraño, porque fiado del aviso recibido, también en sueños, descansa en la esperanza de encontrar en Egipto el mejor lugar para establecer su familia, por increíble que pudiera parecer, con las razonables dificultades del viaje y las demás incomodidades, lógicas en una tierra desconocida.


sábado, 21 de diciembre de 2019

DOMINGO III de Adviento 2019





Día 15 III DOMINGO DE ADVIENTO

En el pasaje de san Mateo que hoy nos presenta la Liturgia de la Iglesia contemplamos un interesante momento de la vida del Señor en relación con Juan el Bautista. Por una parte, con su respuesta a los discípulos de Juan, les confirma, por las obras que de Él contemplaban, que ya no debían esperar a otro: se cumplía en su Persona lo anunciado por los profetas cuando se referían al Mesías prometido por Dios. Advierte Jesús, por otra parte, que el talante y la conducta del Precursor, por su heroísmo, lealtad y fortaleza, debían ser un ejemplo estimulante para siempre. Una prueba de la mesianidad de

Jesús de Nazaret consiste, en efecto, en el cumplimiento inequívoco en su persona de las profecías que, durante siglos, habían anunciado la llegada de un libertador enviado por Dios a los hombres.


Aparte de las diversas circunstancias de lugar y de tiempo en que vendría el Mesías y que se cumplen en Jesús, se cumplen también en Él otros fenómenos –los milagros–, que siendo hechos sobrenaturales, por cuanto los simples hombres no tenemos capacidad para ellos, prueban el carácter asimismo sobrenatural de su Autor. La doctrina que se nos propone a los cristianos, al ser del mismo

Jesús de Nazaret, es mucho más que una enseñanza válida que conformó la vida de los hombres en unas determinadas circunstancias de hace dos mil años. Las suyas son palabras definitivas para los hombres de todos los tiempos –el Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán, nos dijo–, su doctrina debe reflejarse siempre en la vida de los hombres, cualesquiera que sean nuestras circunstancias Pero el poder del Señor, demostrado con sus obras, es una garantía de la solidez de su doctrina y confirma la autoridad de sus palabras; que, junto al amor que nos demuestra con su entrega hasta la muerte, estimula la respuesta humana en su seguimiento. Aunque, si es cierto que nos anima a la confianza, nos propone también una vida exigente, como la de Juan Bautista. Una vida, que debe ser también hoy completamente opuesta a la blandura imperante y a lo simplemente fácil o agradable.

Quienes hayan puesto su ideal en el confort no deben buscarlo en el cristianismo: el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza, dirá, refiriéndose a su caminar por este mundo y a la vida que promete a sus apóstoles. De diversos modos y con frecuencia, a lo largo de su vida pública, insistirá Nuestro Señor en la necesidad de la virtud de la fortaleza.

Por ejemplo, enseñando a la gente: que el Reino de los Cielos padece violencia, y los esforzados lo conquistan; que, si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame; pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. Son palabras que el mismo Dios nos dirige, sin dejar de amarnos como Padre cariñoso, aunque sean palabras exigentes con las que previene la tendencia nuestra a la flojera y al egoísmo.

Son, por eso, ocasión de que aseguremos nuestra conducta, leal a la enseñanza del Señor, con algunos propósitos que trataremos de cumplir con la ayuda que Él mismo nos ofrece.


sábado, 14 de diciembre de 2019

Solemnidad de Sta. María de Guadalupe





Este 12 de diciembre

 Papa Francisco presidió en la Basílica de San Pedro la Eucaristía en la Solemnidad de Santa María de Guadalupe. En su homilía, el Santo Padre sugirió tres títulos o adjetivos para la Virgen, “Mujer, Madre y Mestiza”, y pidió que la Virgen nos hable como habló a Juan Diego “con ternura, con calidez femenina y con la cercanía del mestizaje”.

domingo, 8 de diciembre de 2019

DOMINGO II de Adviento 2019






SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
 Ciclo A

Señor Jesús, yo me coloco en tu presencia en oración, y confiado en tu Palabra abro totalmente mi corazón a Ti. Reconozco mis pecados y te pido perdón por cada uno. Yo te presento toda mi vida, desde el momento en que fui concebido hasta ahora. En ella están todos mis errores, fracasos, angustias, sufrimientos y toda mi ignorancia de tu Palabra. Señor Jesús, Hijo del Dios vivo, ¡ten compasión de mí que soy pecador! ¡Sálvame, Jesús! Perdona mis pecados, conocidos y desconocidos. Libérame, Señor, de todo yugo de Satanás en mi vida. Libérame, Jesús, de todo vicio y de todo dominio del mal en mi mente. Yo te pido, Señor, que esa vieja naturaleza mía, vendida al pecado, sea crucificada en tu cruz. ¡Lávame con tu Sangre, purifícame, libérame, Señor! Te espero en esta Navidad, Señor. Quiero prepararte los caminos de mi ser y así recibirte como Salvador, Rey y Señor de mi vida. Te entrego mi vida y mi familia y mis amigos.








DOMINGO I de ADVIENTO 2019





Día 1 I Domingo de Adviento

 ¡Qué cierto es que la muerte nos puede sorprender! Aunque en muchas ocasiones no sucede así y hasta es posible que los médicos se aventuren a pronosticar cuánto tiempo de vida le queda a un enfermo y lo más frecuente en nuestros días es que la muerte sobrevenga a partir de una edad ya avanzada. A nadie le admira, sin embargo, la noticia del fallecimiento inesperado de personas jóvenes o de mediana edad, por accidente, por ejemplo, y también por enfermedad. Quizá sea ésta una de las manifestaciones más claras e innegables de que no somos señores de nuestra existencia. Jesús parte de esta realidad, que es evidente para todos, y estimula a la vigilancia. Ese momento –el de la muerte– debe encontrarnos preparados, pues es para cada uno el momento de encuentro con el Señor como Juez de nuestros actos. No es la vida del hombre tan sólo una ocasión, más o menos larga y más o menos grata, de desarrollo de las propias capacidades. Ni se trata de un tiempo nuestro, de nuestra propiedad, como si a nadie debiéramos dar cuenta de su aprovechamiento. Las palabras de Jesús indican, por el contrario, que al terminar esta vida habremos de responder de ella y que ese momento se puede presentar de improviso. Velad, aconseja el Señor. Así hacemos cuando queremos asegurar la buena marcha de cualquier negocio. Lo hacemos todos para garantizar la eficacia de lo que nos traemos entre manos: en el trabajo, en la vida familiar y social, en la diversión...; sí, hasta en nuestros juegos. Nos interesa evaluar esfuerzos, tiempo empleado, gastos... Luego, a la vista del resultado obtenido, quizá advertimos que todo va bien o, por el contrario, que es preciso modificar de algún modo nuestra pauta. Y así hacernos, entonces, como consecuencia. Si actuamos de este modo en casi todas nuestras ocupaciones, aunque sean de poca importancia, con mayor razón haremos en las importantes y, sobre todo, en lo que se refiere al sentido y razón de ser de nuestra existencia. Querremos vivir permanentemente vigilantes, calibrando si nuestro quehacer contribuye al desarrollo de la vida en Dios a la que Él nos llama. Será preciso, pues –al igual que para lo menos importante, y como aconseja la experiencia–, dedicar algunos tiempos a ese examen vigilante. El interés por vivir la vida según Dios –la única que vale la pena para el hombre–, que descubrimos más y más en la oración, impulsa a un examen sobre la realidad sobrenatural de lo concreto de nuestra vida; y, más en particular, acerca de los medios que de hecho ponemos en práctica para que nuestras jornadas sean como Dios espera. Sabremos así lo que tendremos que rectificar con la ayuda del Señor, ya que sólo eso está al alcance de la voluntad humana; no propiamente la santidad misma que es efecto de la Gracia, obra del Espíritu Santo en nosotros. Dios no niega su auxilio a sus hijos: nos quiere santos y espera poder otorgarnos sus dones según vamos configurando la vida nuestra con su querer, que descubrimos en un diligente examen de conciencia. ¿Cómo ha sido mi trato con los que me rodean, cuánto recé por ellos? ¿Agradecí al Señor lo que soy, lo que me ha concedido por encima de otros seres? ¿Respondo a esos talentos: a mis condiciones humanas, a los medios materiales de que dispongo, a la ayuda que se me ofrece? ¿Soy conscientes de que son dones de Dios para que los haga fructificar? ¿Medito en oración sobre la realidad sobrenatural de mi vida, me considero ante todo hijo de Dios?