sábado, 9 de abril de 2016

El Papa pide «discernimiento» con los divorciados vueltos a casar y valorar también su «conciencia»



El punto más esperado de la exhortación apostólica postsinodal Amoris Laetitia, dada a conocer este viernes por la Santa Sede, era el relativo a la decisión que finalmente adoptaría el Papa sobre la admisión al sacramento de la Eucaristía de personas casadas por la Iglesia y que posteriormente mantienen una relación de adulterio objetivo con otra persona.

Francisco mantiene una línea continuista con la Relación postsinodal, citada con abundancia en el texto, e insiste en la necesidad del "discernimiento" a la hora de la pastoral con las personas en esta situación.

El Papa consagra a esta cuestión el capítulo octavo: Acompañar, discernir e integrar la fragilidad, y en particular el epígrafe Discernimiento de las situaciones llamadas "irregulares". En ningún momento este capítulo hace referencia de forma específica a la admisión a la Eucaristia.

El Papa cita, y por tanto hace suyas ("acojo las consideraciones de muchos Padres sinodales", dice), las palabras de la Relatio, en el sentido de que estos "bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo.... Su participación puede expresarse en diferentes servicios eclesiales: es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas. Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio" (n. 299).

El Papa, que poco antes ha distinguido entre una inexistente "gradualidad de la ley" y una necesaria "gradualidad en la pastoral", afirma que "los divorciados en nueva unión.. pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal" (n. 298).

Por tanto, "si se tiene en cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas... puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos", e insiste en que "sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares, que debería reconocer que, puesto que «el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos», las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas" (n. 300).

Posteriormente el Papa introduce un nuevo matiz: "A partir del reconocimiento del peso de los condicionamientos concretos, podemos agregar que la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio" (n. 303).

Pero eso no puede ser convertido en norma general porque "ello no sólo daría lugar a una casuística insoportable, sino que pondría en riesgo los valores que se deben preservar con especial cuidado" (n. 304).

La única referencia en toda esta parte a la Eucaristía está en una nota al pie: "A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia" (n. 305).

Y aquí Francisco añade en la nota 351: "En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, «a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor»", una cita de la exhortación apostólica Evangelii gaudium a la que añade esta otra del mismo documento: "Igualmente destaco que la Eucaristía «no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles»".


8 abril 2016

sábado, 2 de abril de 2016

La Resurrección de Cristo 2016





Día 27 Domingo de Pascua de Resurrección

En distintos momentos advierte Jesús que aceptar su doctrina reclama la virtud de la fe por parte de sus discípulos. Lo recuerda de modo especial a sus Apóstoles; a aquellos que escogió para que, siguiéndole más de cerca todos los días, vivieran para difundir su doctrina. Serían responsables de esa tarea, de modo especial, a partir de su Ascensión a los cielos, a partir del momento en que ya no le vería la gente, ni ellos contarían con su presencia física, ni con sus palabras, ni con la fuerza persuasiva de sus milagros. Metidos de lleno en la Pascua –tiempo de alegría porque consideramos la vida gloriosa a la que Dios nos ha destinado–, meditamos en la virtud de la fe, le decimos al Señor como los Apóstoles: auméntanos la fe: concédenos un convencimiento firme, inmutable de tu presencia entre nosotros y, por ello, de tu victoria, por el auxilio que nos has prometido. Que nos apoyemos en tu palabra, Señor, ya que son las tuyas palabras de vida eterna. Así lo declaró Pedro, cabeza de los Apóstoles, cuando bastantes dudaron y se alejaron: ¿A quién iremos? –afirmó, en cambio, el Príncipe de los Apóstoles– Tú tienes palabras de vida eterna. A poco de haber convivido con Jesús, todos comprendían que merecía un asentimiento de fe. Si tuvierais fe... Creed..., les animaba el Señor. Era necesario, sin embargo, afirmar su enseñanza expresamente, recordarla y establecerla como criterio básico de comportamiento. Era fundamental tener muy claro que si podían estar seguros, al declarar su doctrina infalible e inefable, era por ser doctrina de Jesucristo: el Hijo de Dios encarnado. Todos fueron testigos de los mismos milagros y escucharon las mismas palabras, con idéntica autoridad, con el mismo afán de entrega por todos; y, sin embargo, solamente Pedro es capaz de confesar expresamente la fe que Jesús merece: ¿A quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna, declara el Apóstol y Jesús confirma. Y lo que es de Dios, es para siempre: el Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán, nos aseguró.