domingo, 30 de noviembre de 2008

Benedicto XVI: la parusía, fuente de certeza y de valor para el cristiano



Intervención en la audiencia general

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 12 noviembre 2008 (ZENIT.org).-

Ofrecemos a continuación el texto íntegro de la catequesis pronunciada este miércoles por el Papa Benedicto XVI con ocasión de la Audiencia General, celebrada esta mañana en la Plaza de San Pedro.

* * *

Queridos hermanos y hermanas.

el tema de la resurrección, sobre el que nos detuvimos la semana pasada, abre una nueva perspectiva, la de la espera de la vuelta del Señor, y por ello nos lleva a reflexionar sobre la relación entre el tiempo presente, tiempo de la Iglesia y del Reino de Cristo, y el futuro (éschaton) que nos espera, cuando Cristo entregará el Reino al Padre (cfr 1 Cor 15,24). Todo discurso cristiano sobre las realidades últimas, llamado escatología, parte siempre del acontecimiento de la resurrección: en este acontecimiento las realidades últimas ya han empezado y, en un cierto sentido, ya están presentes.

Probablemente en el año 52 san Pablo escribió la primera de sus cartas, la primera Carta a los Tesalonicenses, donde habla de esta vuelta de Jesús, llamada parusía, adviento, nueva y definitiva y manifiesta presencia (cfr 4,13-18). A los Tesalonicenses, que tienen sus dudas y problemas, el Apóstol escribe así: "si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús" (4,14). Y continua: "los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires" (4,16-17). Pablo describe la parusía de Cristo con acentos muy vivos y con imágenes simbólicas, pero que transmiten un mensaje sencillo y profundo: al final estaremos siempre con el Señor. Este es, más allá de las imágenes, el mensaje esencial: nuestro futuro es "estar con el Señor"; en cuanto creyentes, en nuestra vida nosotros ya estamos con el Señor; nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado.

En la segunda Carta a los Tesalonicenses, Pablo cambia la perspectiva; habla de acontecimientos negativos, que deberán preceder al final y conclusivo. No hay que dejarse engañar -dice- como si el día del Señor fuese verdaderamente inminente, según un cálculo cronológico: "Por lo que respecta a la Venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestros ánimos, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera" (2,1-3). La continuación de este texto anuncia que antes de la llegada del Señor estará la apostasía y se revelará el no mejor identificado "hombre inicuo", el "hijo de la perdición" (2,3), que la tradición llamará después el Anticristo. Pero la intención de esta Carta de san Pablo es sobre todo práctica; escribe: "cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado de que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A esos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan" (3, 10-12). En otras palabras, la espera de la parusía de Jesús no dispensa del trabajo en este mundo, sino al contrario, crea responsabilidades ante el Juez divino sobre nuestro actuar en este mundo. Precisamente así crece nuestra responsabilidad de trabajar en y para este mundo. Veremos lo mismo el próximo domingo en el Evangelio de los talentos, donde el Señor nos dice que ha confiado talentos a todos y el Juez nos pedirá cuentas de ellos diciendo: ¿Habéis traído fruto? Por tanto la espera de su venida implica responsabilidad hacia este mundo.

La misma cosa y el mismo nexo entre parusía - vuelta del Juez-Salvador - y nuestro compromiso en la vida aparece en otro contexto y con aspectos nuevos en la Carta a los Filipenses. Pablo está en la cárcel y espera la sentencia, que puede ser de condena a muerte. En esta situación piensa en su futuro estar con el Señor, pero piensa también en la comunidad de Filipos, que necesita a su padre, Pablo, y escribe: "para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros. Y, persuadido de esto, sé que me quedaré y permaneceré con todos vosotros para progreso y gozo de vuestra fe, a fin de que tengáis por mi causa un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jesús, cuando yo vuelva a estar entre vosotros" (1, 21-26).

Pablo no tiene miedo a la muerte, al contrario: esta indica de hecho el completo ser con Cristo. Pero Pablo participa también de los sentimientos de Cristo, el cual no ha vivido para sí mismo, sino para nosotros. Vivir para los demás se convierte en el programa de su vida y por ello muestra su perfecta disponibilidad a la voluntad de Dios, a lo que Dios decida. Está disponible sobre todo, también en el futuro, a vivir en la tierra para los demás, a vivir por Cristo, a vivir por su presencia viva y así para la renovación del mundo. Vemos que este ser suyo con Cristo crea a gran libertad interior: libertad ante la amenaza de la muerte, pero libertad también ante todas las tareas y los sufrimientos de la vida. Estaba sencillamente disponible para Dios y realmente libre.

Y pasamos ahora, tras haber examinado los diversos aspectos de la espera de la parusía de Cristo, a preguntarnos: ¿cuáles son las actitudes fundamentales del cristiano hacia las realidades últimas: la muerte, el fin del mundo? La primera actitud es la certeza de que Jesús ha resucitado, está con el Padre, y por eso está con nosotros, para siempre. Y nadie es más fuerte que Cristo, porque Él está con el Padre, está con nosotros. Por eso estamos seguros, liberados del miedo. Este era un efecto esencial de la predicación cristiana. El miedo a los espíritus, a los dioses, estaba difundido en todo el mundo antiguo. Y también hoy los misioneros, junto con tantos elementos buenos de las religiones naturales, encuentran el miedo a los espíritus, a los poderes nefastos que nos amenazan. Cristo vive, ha vencido a la muerte y ha vencido a todos estos poderes. Con esta certeza, con esta libertad, con esta alegría vivimos. Este es el primer aspecto de nuestro vivir hacia el futuro.

En segundo lugar, la certeza de que Cristo está conmigo. Y de que en Cristo el mundo futuro ya ha comenzado, esto da también certeza de la esperanza. El futuro no es una oscuridad en la que nadie se orienta. No es así. Sin Cristo, también hoy para el mundo el futuro está oscuro, hay miedo al futuro, mucho miedo al futuro. El cristiano sabe que la luz de Cristo es más fuerte y por eso vive en una esperanza que no es vaga, en una esperanza que da certeza y valor para afrontar el futuro.

Finalmente, la tercera actitud. El Juez que vuelve -es juez y salvador a la vez- nos ha dejado la tarea de vivir en este mundo según su modo de vivir. Nos ha entregado sus talentos. Por eso nuestra tercera actitud es: responsabilidad hacia el mundo, hacia los hermanos ante Cristo, y al mismo tiempo también certeza de su misericordia. Ambas cosas son importantes. No vivimos como si el bien y el mal fueran iguales, porque Dios solo puede ser misericordioso. Esto sería un engaño. En realidad, vivimos en una gran responsabilidad. Tenemos los talentos, tenemos que trabajar para que este mundo se abra a Cristo, sea renovado. Pero incluso trabajando y sabiendo en nuestra responsabilidad que Dios es el juez verdadero, estamos seguros también de que este juez es bueno, conocemos su rostro, el rostro de Cristo resucitado, de Cristo crucificado por nosotros. Por eso podemos estar seguros de su bondad y seguir adelante con gran valor.

Un dato ulterior de la enseñanza paulina sobre la escatología es el de la universalidad de la llamada a la fe, que reúne a judíos y gentiles, es decir, a los paganos, como signo y anticipación de la realidad futura, por lo que podemos decir que estamos sentados ya en el cielo con Jesucristo, pero para mostrar a los siglos futuros la riqueza de la gracia (cfr Ef 2,6s): el después se convierte en un antes para hacer evidente el estado de realización incipiente en que vivimos. Esto hace tolerables los sufrimientos del momento presente, que no son comparables a la gloria futura (cfr Rm 8,18). Se camina en la fe y no en la visión, y aunque fuese preferible exiliarse del cuerpo y habitar con el Señor, lo que cuenta en definitiva, morando en el cuerpo o saliendo de él, es ser agradable a Dios (cfr 2 Cor 5,7-9).

Finalmente, un último punto que quizás parece un poco difícil para nosotros. San Pablo en la conclusión de su segunda Carta a los Corintios repite y pone en boca también a los Corintios una oración nacida en las primeras comunidades cristianas del área de Palestina: Maranà, thà! que literalmente significa "Señor nuestro, ¡ven!" (16,22). Era la oración de la primera comunidad cristiana, y también el último libro del Nuevo testamento, el Apocalipsis, se cierra con esta oración: "¡Señor, ven!". ¿Podemos rezar también nosotros así? Me parece que para nosotros hoy, en nuestra vida, en nuestro mundo, es difícil rezar sinceramente para que perezca este mundo, para que venga la nueva Jerusalén, para que venga el juicio último y el juez, Cristo. Creo que si no nos atrevemos a rezar sinceramente así por muchos motivos, sin embargo de una forma justa y correcta podemos también decir con los primeros cristianos: "¡Ven, Señor Jesús!". Ciertamente, no queremos que venga ahora el fin del mundo. Pero, por otra parte, queremos que termine este mundo injusto. También nosotros queremos que el mundo sea profundamente cambiado, que comience la civilización del amor, que llegue un mundo de justicia y de paz, sin violencia, sin hambre. Queremos todo esto: ¿y cómo podría suceder sin la presencia de Cristo? Sin la presencia de Cristo nunca llegará realmente un mundo justo y renovado. Y aunque de otra manera, totalmente y en profundidad, podemos y debemos decir también nosotros, con gran urgencia y en las circunstancias de nuestro tiempo: ¡Ven, Señor! Ven a tu mundo, en la forma que tu sabes. Ven donde hay injusticia y violencia. Ven a los campos de refugiados, en Darfur y en Kivu del norte, en tantos lugares del mundo. Ven donde domina la droga. Ven también entre esos ricos que te han olvidado, que viven solo para sí mismos. Ven donde eres desconocido. Ven a tu mundo y renueva el mundo de hoy. Ven también a nuestros corazones, ven y renueva nuestra vida, ven a nuestro corazón para que nosotros mismos podamos ser luz de Dios, presencia suya. En este sentido rezamos con san Pablo: ¿Maranà, thà! "¡Ven, Señor Jesús"!, y rezamos para que Cristo esté realmente presente hoy en nuestro mundo y lo renueve.

[Al final de la audiencia, el papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

San Pablo enseña que el evento escatológico se ha realizado ya en Cristo, con su muerte y resurrección, aunque su cumplimiento definitivo tendrá lugar al final de los tiempos. Por eso vivimos en el presente esperando la completa redención. Además, mientras la morada terrena del cuerpo se deshace, el cristiano espera de Dios una mansión en el cielo, nuestra verdadera patria. Con su doctrina sobre la espera de la parusía, o segunda venida de Cristo, san Pablo proclama la conexión de la salvación con el acontecimiento pascual y el futuro escatológico. Estos dos aspectos, la pascua y el futuro que nos aguarda, aparecen unidos en una expresión de la carta a los Romanos: "en esperanza fuimos salvados" (8, 24). Relacionada íntimamente con la fe, nuestra esperanza no se funda en una utopía, sino en una novedad de vida real y en crecimiento. La fe cristiana es una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida (cf. Spes salvi, 10). Con la expresión Maranà, thà!, Ven, Señor nuestro (1 Co 16, 22), se expresa la conciencia de la salvación ya realizada en la Pascua y la esperanza gozosa del creyente que, sostenido por esta esperanza, se dirige al encuentro de su Señor.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. En particular, a los peregrinos y grupos venidos de Chile, España, Guatemala, México, Paraguay y de otros países latinoamericanos. Que la enseñanza y el ejemplo de san Pablo ayude a todos a orientar nuestra vida hacia el encuentro definitivo con el Salvador. Con ocasión de su inauguración, saludo también al Canal de la Iglesia Católica en Colombia "Cristovisión", deseando que esta iniciativa contribuya a difundir los valores del evangelio en ese amado País. Que Dios os bendiga.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez


sábado, 22 de noviembre de 2008

Benedicto XVI pide a los religiosos que “no antepongan nada al amor de Cristo”




Discurso a una asamblea sobre el monaquismo

CIUDAD DEL VATICANO, jueves 20 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).-

"La vocación de los monasterios es la de indicar al mundo qué es lo esencial: buscar a Cristo y no anteponer nada a su amor", considera Benedicto XVI.

Así lo afirmó este jueves al recibid en audiencia a los participantes en la asamblea plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, que este año conmemora el centenario de vida.

En su respuesta a las palabras que le dirigió el cardenal Franc Rodé C.M., prefecto de ese dicasterio vaticano, el Papa se refirió al tema de esta plenaria, que ha tenido como eje central el monaquismo y su importancia en la sociedad actual, una cuestión "particularmente querida" por el pontífice que ha tomado el nombre de san Benito, fundador del monaquismo occidental.

Los monasterios, "buscando a Cristo y fijando la mirada en las realidades eternas", explicó, "se convierten en oasis espirituales que indican a la humanidad el primado absoluto de Dios, a través de la adoración continua de esa misteriosa, pero real, presencia divina en el mundo, y de la comunión fraterna vivida en el mandamiento nuevo del amor y del servicio recíproco".

El Papa invitó a los monjes contemplativos a "vivir el Evangelio de forma radical", "cultivando profundamente la unión esponsal con Cristo" en la espera "de la manifestación gloriosa del Salvador".

Si se vive la vocación de esta forma, "entonces el monaquismo puede constituir para todas las formas de vida religiosa y de consagración una memoria de lo que es esencial y que tiene el primado en la vida de todo bautizado: buscar a Cristo y no anteponer nada a su amor".

Añadió que los monasterios "deben ser cada vez más oasis de vida ascética", donde se cultive el conocimiento de las Escrituras. "El camino señalado por Dios para esta búsqueda y para alcanzar este amor en su misma Palabra, que se ofrece en las Sagradas Escrituras".

"Es a partir de esta escucha orante de la Palabra desde donde se eleva en los monasterios una oración silenciosa, que se convierte en testimonio para cuantos son acogidos como si fueran el mismo Cristo en estos lugares de paz".

Posteriormente, el ministro general de los frailes menores (franciscanos), padre José Rodriguez Carballo, presente durante la audiencia, subrayó en declaraciones a Radio Vaticano "el amor y la confianza" mostradas por el Papa "en la presencia y el testimonio de la vida consagrada".

"El Santo Padre, en el discurso de hoy, ha centrado la vocación monástica en la búsqueda de Dios, y esta es la gran vocación y el signo profético de la vida monástica en el mundo de hoy. En un tiempo en que parece que Dios no existe, o al menos muchos se comportan como si fuera así, el monje recuerda que Dios no solo existe, sino que es el centro de la vida y su realización plena".


domingo, 16 de noviembre de 2008

Benedicto XVI muestra la influencia de Pío XII en el Concilio Vaticano II



Recoge su herencia en el quincuagésimo aniversario de su fallecimiento

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 11 noviembre 2008 (ZENIT.org).-

No es posible entender el Concilio Vaticano II sin tener en cuenta el magisterio de Pío XII, considera Benedicto XVI, constatando que ese Papa es, tras la Escritura, la fuente más citada por sus documentos.

El Papa Joseph Ratzinger llegó a esta conclusión al recoger la herencia dejada a la Iglesia por el pontificado de Eugenio Pacelli (1939-1958) en el discurso que dirigió este sábado a los participantes en un congreso sobre "La herencia del magisterio de Pío XII y el Concilio Vaticano II", promovido por las universidades pontificias Gregoriana y Lateranense, en el quincuagésimo aniversario de la muerte del siervo de Dios.

La intervención del Papa muestra cómo ese concilio ecuménico no supuso una ruptura con el pasado, sino que se puso en continuidad con la Tradición de la Iglesia, recibida y expuesta por el sumo pontífice, que había precedido a su convocatoria.

"Ciertamente la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, es un organismo vivo y vital, que no está inmovilizado en lo que era hace cincuenta años, reconoció el Papa después de repasar los grandes documentos del pontificado de Eugenio Pacelli.

"Pero el desarrollo tiene lugar con coherencia. Por esto la herencia del magisterio de Pío XII ha sido recogida por el Concilio Vaticano II y propuesta a las generaciones cristianas sucesivas".

El Papa constató que "en las intervenciones orales y escritas presentadas por los padres del concilio Vaticano II se encuentran más de mil referencias al magisterio de Pío XII".

No todos los documentos del Concilio tienen un aparato de notas, pero en los documentos que cuentan con él "el nombre de Pío XII aparece más de doscientas veces", informó.

Esto quiere decir, aclaró, que, "con la excepción de la Sagrada Escritura, este Papa es la fuente autorizada que el Concilio cita con más frecuencia".

"Además --subrayó--, las notas de esos documentos no son, en general, meras referencias explicativas, sino que con frecuencia constituyen auténticas partes integrantes de los textos conciliares; no sólo ofrecen justificaciones de apoyo para lo que afirma el texto, sino que además ofrecen una clave de interpretación".

El discurso del Papa se convirtió, por tanto, en una reivindicación del papel histórico del fallecido pontífice, en particular de su magisterio, pues "en los últimos años, cuando se ha hablado de Pío XII, la atención se ha concentrado de manera excesiva en un solo problema, tratado generalmente de manera más bien unilateral".

"Independientemente de otras consideraciones, esto ha impedido una visión adecuada de una figura de gran profundidad histórico-teológica como la de Pío XII", consideró.

No sorprende, por tanto, dijo su sucesor "que su enseñanza siga difundiendo luz todavía hoy en la Iglesia".

"En la persona del sumo pontífice Pío XII, el Señor ha hecho a su Iglesia un don excepcional, por el que todos debemos darle las gracias", afirmó.

Conclusiones del congreso

En sus palabras de saludo al Papa, el arzobispo Rino Fisichella, rector de la Universidad Pontificia Lateranense, mostró cómo "el magisterio de Pío XII, recogido principalmente en sus 43 encíclicas y en sus numerosos discursos, no sólo fue propedéutico para el Concilio, sino que marcó positivamente su desarrollo".

Por eso, al explicar el espíritu del Vaticano II, dijo: "no vige la ley de la discontinuidad sino la de una continuidad que se realiza en un desarrollo armonioso capaz de mostrar el progreso de la doctrina sin alteración alguna".

Por su parte, en la audiencia, el padre Gianfranco Ghirlanda S.I., rector de la Universidad Pontificia Gregoriana, explicó al Papa que el congreso, que se ha celebrado en la sede de las dos universidades, "ha subrayado una vez más la profundidad del magisterio de Pío XII, que fue una fuente riquísima de tantos documentos del Concilio Vaticano II, así como del magisterio postconciliar".


sábado, 8 de noviembre de 2008

Benedicto XVI reafirma la importancia de la lectura espiritual de la Biblia



Hoy durante el rezo del Ángelus

CIUDAD DEL VATICANO, domingo 26 de octubre de 2008 (ZENIT.org).-

El Papa Benedicto XVI explicó, en el saludo a los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro con motivo del rezo del Ángelus, la importancia de aunar la lectura espiritual con la exégesis científica, a la hora de acercarse a la lectura de la Biblia.

Este tema, explicó el Papa, ha sido un aspecto sobre el que se ha reflexionado durante el Sínodo; “la relación entre la Palabra y las palabras, es decir, entre el verbo divino y las escrituras que lo expresan”.

La Sagrada Escritura es Palabra de Dios en palabras humanas. Esto comporta que todo texto debe ser leído teniendo presente la unidad de toda la Escritura, la viva tradición de la Iglesia y la luz de la fe”, afirmó el Papa.

“Si es verdad que la Biblia es también una obra literaria, es más, el gran código de la cultura universal, es también verdad que ella no debe despojarse del elemento divino, sino que debe leerse en el mismo Espíritu en que se compuso”.

Por tanto, añadió, tan importante es la “exegesis científica” como la “lectio divina”, “son ambas necesarias y complementarias para buscar, a través del significado literal, el espiritual, que Dios quiere comunicarnos hoy”.

En este sentido, refiriéndose a las enseñanzas de la constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II, recordó que “una buena exégesis bíblica exige tanto el método histórico-crítico como el teológico”.

El Papa se refirió también al recientemente concluido Sínodo de los Obispos como “ una experiencia fuerte de comunión eclesial, pero esta aún más porque en el centro de atención se ha puesto lo que ilumina y guía a la Iglesia: la Palabra de Dios, que es Cristo en persona”.

“Hemos vivido cada jornada en escucha religiosa, advirtiendo toda la gracia y la belleza de ser sus discípulos y servidores”, añadió, y “hemos experimentado la alegría de ser convocados por la Palabra, y especialmente en la liturgia, nos hemos encontrado en camino dentro de ella, como en nuestra tierra prometida, que nos hace pregustar el Reino de los cielos”.

[Por Inma Álvarez]


domingo, 2 de noviembre de 2008

Intervención de Benedicto XVI en el Sínodo de los Obispos


Intervención que Benedicto XVI pronunció el martes 14 de octubre durante la décimo cuarta congregación del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra. El texto ha sido transcrito posteriormente y publicado por la Oficina de Información de la Santa Sede. El Papa pronunció estas palabras a partir de unas notas que había escrito en su cuaderno.

Ciudad del Vaticano, 19 de octubre de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

El trabajo con motivo de mi libro sobre Jesús da la oportunidad de ver todo el bien que nos llega de la exégesis moderna, pero también permite reconocer sus problemas y sus riesgos.

La Dei Verbum 12 ofrece dos indicaciones metodológicas para un adecuado trabajo exegético. En primer lugar, confirma la necesidad de la utilización del método histórico-crítico, cuyos elementos esenciales describe brevemente. Esta necesidad es la consecuencia del principio cristiano formulado en Juan 1, 14: "Verbum caro factum est". El hecho histórico es una dimensión constitutiva de la fe cristiana. La historia de la salvación no es una mitología, sino una verdadera historia y, por lo tanto, hay que estudiarla con los métodos de la investigación histórica seria.

Sin embargo, esta historia posee otra dimensión, la de la acción divina. En consecuencia la Dei Verbum habla de un segundo nivel metodológico necesario para la interpretación justa de las palabras, que son al mismo tiempo palabras humanas y Palabra divina. El Concilio dice, siguiendo una regla fundamental para la interpretación de cualquier texto literario, que la Escritura hay que interpretarla en el mismo espíritu en el que fue escrita y para ello indica tres elementos metodológicos fundamentales cuyo fin es tener en cuenta la dimensión divina, pneumatológica de la Biblia: es decir se debe 1) interpretar el texto teniendo presente la unidad de toda la Escritura; esto hoy se llama exégesis canónica; en los tiempos del Concilio este término no había sido creado aún, pero el Concilio dice la misma cosa: es necesario tener presente la unidad de toda la Escritura; 2) también se debe tener presente la viva tradición de toda la Iglesia, y finalmente 3) es necesario observar la analogía de la fe. Sólo allí donde los dos niveles metodológicos, el histórico-crítico y el teológico, son observados, se puede hablar de una exégesis teológica - de una exégesis adecuada a este Libro. Mientras que con respecto al primer nivel la actual exégesis académica trabaja a un altísimo nivel y nos ayuda realmente, la misma cosa no se puede decir del otro nivel. A menudo este segundo nivel, el nivel constituido por los tres elementos teológicos indicados por la Dei Verbum, casi no aparece. Y esto tiene consecuencias más bien graves.

La primera consecuencia de la ausencia de este segundo nivel metodológico es que la Biblia se convierte en un libro del pasado solamente. Se pueden extraer de él consecuencias morales, se puede aprender la historia, pero el libro como tal habla sólo del pasado y la exégesis ya no es realmente teológica, sino que se convierte en pura historiografía, historia de la literatura. Esta es la primera consecuencia: la Biblia queda como algo del pasado, habla sólo del pasado.
Existe también una segunda consecuencia aún más grave: donde desaparece la hermenéutica de la fe indicada por la Dei Verbum, aparece necesariamente otro tipo de hermenéutica, una hermenéutica secularizada, positivista, cuya clave fundamental es la convicción de que lo Divino no aparece en la historia humana. Según esta hermenéutica, cuando parece que hay un elemento divino, se debe explicar de dónde viene esa impresión y reducir todo al elemento humano. Por consiguiente, se proponen interpretaciones que niegan la historicidad de los elementos divinos.

Hoy, el llamado mainstream de la exégesis en Alemania niega, por ejemplo, que el Señor haya instituido la Santa Eucaristía y dice que el cuerpo de Jesús permaneció en la tumba. La Resurrección no sería un hecho histórico, sino una visión teológica. Esto sucede porque falta una hermenéutica de la fe: se consolida entonces una hermenéutica filosófica profana, que niega la posibilidad de la entrada y de la presencia real de lo Divino en la historia. La consecuencia de la ausencia del segundo nivel metodológico es la creación de un profundo foso entre exégesis científica y Lectio divina. Y ello a veces provoca también una cierta perplejidad en la preparación de las homilías. Cuando la exégesis no es teología, la Escritura no puede ser el alma de la teología y, al revés, cuando la teología no es esencialmente interpretación de la Escritura en la Iglesia, esta teología ya no tiene fundamento.

Por eso para la vida y para la misión de la Iglesia, para el futuro de la fe, es absolutamente necesario superar este dualismo entre exégesis y teología. La teología bíblica y la teología sistemática son dos dimensiones de una única realidad, que llamamos teología. Por consiguiente, sería deseable que en una de las propuestas se hablara de la necesidad de tener presente en la exégesis los dos niveles metodológicos indicados por la Dei Verbum 12, en la que se habla de la necesidad de desarrollar una exégesis no sólo histórica, sino también teológica. Así pues, será necesario ampliar la formación de los futuros exégetas en este sentido, para abrir realmente los tesoros de la Escritura al mundo de hoy y a todos nosotros.