intervención que pronunció el miércoles Benedicto XVI durante la audiencia general que concedió a los peregrinos congregados en la plaza de San Pedro para la audiencia general, en la que continuó con el ciclo de catequesis dedicadas a la figura de san Pablo. En esta ocasión, la dedicó a su relación con los demás Apóstoles.
Ciudad del Vaticano, 24 de septiembre de 2008.
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy quisiera hablar sobre la relación entre san Pablo y los Apóstoles que lo habían precedido en el seguimiento de Jesús. Estas relaciones estuvieron siempre marcadas por un profundo respeto y por la franqueza que en Pablo derivaba de la defensa de la verdad del Evangelio. Aunque él era prácticamente contemporáneo de Jesús de Nazaret, nunca tuvo la oportunidad de encontrarle, durante su vida pública. Por esto, tras el deslumbramiento en el camino de Damasco, advirtió la necesidad de consultar a los primeros discípulos del Maestro, que Él había elegido para que llevaran el Evangelio hasta el confín del mundo.
En la Carta a los Gálatas, Pablo desarrolla un importante informe sobre los contactos mantenidos con algunos de los Doce: ante todo con Pedro, que había sido elegido como Kephas, palabra aramea que significa roca, sobre la que se estaba edificando la Iglesia (cfr Gal 1,18), con Santiago, "el hermano del Señor" (cfr Gal 1,19), y con Juan (cfr Gal 2,9): Pablo no duda en reconocerles como las "columnas" de
¿Qué tipo de información obtuvo Pablo sobre Jesús en los tres años sucesivos al encuentro de Damasco? En
El otro texto, sobre la Resurrección, nos transmite de nuevo la misma fórmula de fidelidad. San Pablo escribe: "Os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce" (1 Cor 15,3-5). También en esta tradición transmitida a Pablo vuelve a mencionar la expresión "por nuestros pecados", que subraya el don que Jesús ha hecho de sí mismo al Padre, para liberarnos del pecado y de
En el kerygma original (anuncio), transmitido de boca a boca, merece señalarse el uso del verbo "ha resucitado", en lugar del "resucitó" que habría sido más lógico utilizar, en continuidad con el "murió" y "fue sepultado". La forma verbal "ha resucitado" se ha elegido para subrayar que la resurrección de Cristo incide hasta el presente de la existencia de los creyentes: podemos traducirlo por "ha resucitado y sigue vivo" en la Eucaristía y en
La enumeración de las apariciones del Resucitado a Cefas, a los Doce, a más de quinientos hermanos, y a Santiago se cierra con la referencia a la aparición personal, recibida por Pablo en el camino de Damasco: "Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo" (1 Cor 15,8). Debido a que él ha perseguido a la Iglesia de Dios, en esta confesión expresa su indignidad de ser considerado apóstol, al mismo nivel que aquellos que le han precedido: pero la gracia de Dios no ha sido vana en él (1 Cor 15,10). Por tanto, la afirmación prepotente de la gracia divina une a Pablo con los primeros testigos de la resurrección de Cristo: "Tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído" (1 Cor 15,11). Es importante la identidad y la unicidad del anuncio del Evangelio: tanto ellos como yo predicamos la misma fe, el mismo Evangelio de Jesucristo muerto y resucitado que se entrega en
La importancia que él confiere a la Tradición viva de la Iglesia, que transmite a sus comunidades, demuestra cuán equivocada está la visión de quienes atribuyen a Pablo el invento del cristianismo: antes de proclamar el evangelio de Jesucristo, le encontró en el camino de Damasco y le conoció en la Iglesia, observando su vida en los Doce y en aquéllos que le habían seguido por los caminos de Galilea. En las próximas catequesis tendremos la oportunidad de profundizar en las contribuciones que Pablo ha dado a la Iglesia de los orígenes; pero la misión recibida por parte del Resucitado en orden a la evangelización de los gentiles necesita ser confirmada y garantizada por aquéllos que le dieron a él y a Bernabé la mano derecha, en signo de aprobación de su apostolado y de su evangelización, y de acogida en la única comunión de la Iglesia de Cristo (cfr Gal 2,9). Se comprende entonces que la expresión "Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así" (2 Cor 5,16) no significa que su existencia terrena tenga una escasa relevancia para nuestra maduración en la fe, sino que desde el momento de la Resurrección, cambia nuestra forma de relacionarnos con Él. Él es, al mismo tiempo, el hijo de Dios, "nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos", como recordará Pablo al principio de la Carta a los Romanos (1, 3-4).
Cuanto más intentamos seguir las huellas de Jesús de Nazaret por los caminos de Galilea, tanto más podemos comprender que él ha tomado a cargo nuestra humanidad, compartiéndola en todo excepto en el pecado. Nuestra fe no nace de un mito, ni de una idea, sino del encuentro con el Resucitado, en la vida de la Iglesia.