domingo, 5 de octubre de 2008

El Papa anima a los benedictinos a compartir con todos sus riquezas espirituales

Discurso de Benedicto XVI pronunció el pasado sábado en la Sala de los Suizos del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, al recibir en audiencia a los participantes en el Congreso Internacional de Abades Benedictinos.

Castel
Gandolfo 22 de septiembre de 2008

Queridos Padres Abades,
Queridas Hermanas Abadesas,

con gran alegría os acojo y saludo con ocasión del Congreso Internacional que cada cuatro años reúne en Roma a todos los Abades de vuestra Confederación y a los Superiores de los Priorados independientes, para reflexionar y discutir sobre las modalidades a través de las cuales encarnar el carisma benedictino en el presente contexto social y cultural, y responder a los nuevos desafíos que éste pone al testimonio del Evangelio. Saludo sobre todo al Abad Primado Dom Notker Wolf y le agradezco todo lo que ha expresado en nombre de todos. Saludo también al grupo de Abadesas, que han acudido en representación de la Communio Internationalis Benedictinarum, como también a los Representantes ortodoxos.

En un mundo desacralizado y en una época marcada por una preocupante cultura del vacío y del "sinsentido", vosotros estáis llamados a anunciar sin compromiso el primado de Dios y de hacer propuestas de nuevos caminos de evangelización. La tarea de santificación, personal y comunitaria, que buscáis en la oración litúrgica que cultiváis os permiten dar un testimonio de particular eficacia. En vuestros monasterios, sois los primeros en renovar y profundizar día a día el encuentro con la persona de Cristo, que tenéis siempre con vosotros como huésped, amigo y compañero. Por esto vuestros conventos son lugares adonde hombres y mujeres, también en nuestra época, corren a buscar a Dios y a aprender a reconocer los signos de la presencia de Cristo, de su caridad, de su misericordia. Con humilde confianza, no os canséis de compartir, con cuantos se dirigen a vuestras solicitudes espirituales, la riqueza del mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, dispuesto a abrazar en Cristo a toda persona. Continuaréis así ofreciendo vuestra preciosa contribución a la vitalidad y santificación del Pueblo de Dios, según el carisma particular de san Benito de Nursia.

Queridos Abades y Abadesas, vosotros sois los custodios del patrimonio de una espiritualidad radicalmente anclada en el Evangelio. Per ducatum evangelii pergamus itinera eius, dice san Benito en el Prólogo de la Regla. Por esto os compromete en comunicar y dar a los demás los frutos de vuestra experiencia interior. Conozco y aprecio mucho la generosa y competente obra cultural y formativa que tantos de vuestros monasterios llevan a cabo, especialmente en favor de las nuevas generaciones, creando un clima de acogida fraterna que favorece una singular experiencia de Iglesia. En efecto, es de importancia primaria preparar a los jóvenes a afrontar su porvenir y a medirse con las múltiples exigencias de la sociedad, teniendo una referencia constante en el mensaje evangélico, que siempre es actual, inagotable y vivificante. Dedicaos por tanto a los jóvenes con renovado ardor apostólico, pues son el futuro de la Iglesia y de la humanidad. Para construir una Europa "nueva" es necesario empezar con las nuevas generaciones, ofreciéndoles la posibilidad de acercarse íntimamente a las riquezas espirituales de la liturgia, de la meditación y de la lectio divina.

Esta acción pastoral formativa, en realidad, es cada vez más necesaria para la entera familia humana. En muchas partes del mundo, especialmente en Asia y en África, hay gran necesidad de espacios vitales de encuentro con el Señor, en los que a través de la oración y la contemplación se recuperen la serenidad y la paz con uno mismo y con los demás. Por tanto, no dejéis de salir al encuentro con corazón abierto a las esperanzas de cuantos, incluso fuera de Europa, expresan el deseo verdadero de vuestra presencia y de vuestro apostolado para poder sacar las riquezas de la espiritualidad benedictina. Dejaos guiar por el íntimo deseo de servir con caridad a todo hombre, sin distinción de raza y de religión. Con profética libertad y sabio discernimiento, sed presencias significativas allí donde la Providencia os llame a estableceros, distinguiéndoos siempre por el equilibrio armónico de oración y trabajo que caracteriza vuestro estilo de vida.

¿Y qué decir de la célebre hospitalidad benedictina? Esta es una peculiar vocación vuestra, una experiencia plenamente espiritual, humana y cultural. También aquí debe haber un equilibrio: el corazón de la comunidad debe estar abierto, pero los tiempos y modos de la acogida deben estar bien proporcionados. Así podréis ofrecer a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo la posibilidad de profundizar en el sentido de la existencia en el horizonte infinito de la esperanza cristiana, cultivando el silencio interior en la comunión de la Palabra de salvación. Una comunidad capaz de una auténtica vida fraterna, ferviente en la oración litúrgica, en el estudio, en el trabajo, en la disponibilidad cordial al prójimo sediento de Dios, constituye el mejor impulso para hacer brotar en los corazones, especialmente de los jóvenes, la vocación monástica y, en general, un camino de fe fecundo.

Quisiera dirigir una palabra especial a las representantes de las monjas y hermanas benedictinas. Queridas hermanas, también vosotras como otras familias religiosas sufrís, sobre todo en algunos países, la escasez de nuevas vocaciones. No os dejéis desanimar, sino afrontad estas situaciones dolorosas de crisis con serenidad y con la conciencia de que a cada uno no se nos pide tanto el éxito como el empeño y la fidelidad. Lo que se debe evitar absolutamente es el debilitarse de la adhesión espiritual al Señor y a la propia vocación y misión. Perseverando fielmente en ella se confiesa, en cambio, con gran eficacia también de cara al mundo, la propia confianza firme en el Señor de la historia, en cuyas manos están los tiempos y los destinos de las personas, de las instituciones, de los pueblos, y a él confiamos lo tocante a las realizaciones históricas de sus dones. Haced vuestra la actitud espiritual de la Virgen María, contenta de ser ancilla Domini, totalmente disponible a la voluntad del Padre celeste.

Queridos monjes, monjas y hermanas, ¡gracias por esta agradable visita! Os acompaño con mi oración, para que en vuestros encuentros de estos días de congreso podáis discernir las modalidades más oportunas para dar testimonio visible y claramente en vuestro estilo de vida, en el trabajo y en la oración, del empeño en una imitación radical del Señor. María Santísima sostenga todos vuestros proyectos de bien, os ayude siempre a tener ante los ojos a Dios, antes que otras cosas, y os acompañe maternalmente en vuestro camino. Mientras invoco los dones celestes en apoyo de todo propósito generoso vuestro, imparto de corazón a vosotros y a la entera Familia Benedictina una especial bendición apostólica.