sábado, 28 de mayo de 2011

Rosario del Papa con los obispos italianos


Hoy en Santa María la Mayor


ROMA, jueves 26 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las palabras que el Papa pronunció hoy durante el encuentro, en la Basílica de Santa María la Mayor, el rezo del rosario con los obispos de la Conferencia Episcopal Italiana, con motivo del 150 aniversario de la unidad de Italia.

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Venerados y queridos Hermanos,

habéis venido a esta espléndida Basílica – lugar en el que espiritualidad y arte se funden en una unión secular – para compartir un intenso momento de oración, con el que confiar a la protección materna de María, Mater unitatis, a todo el pueblo italiano, ciento cincuenta años después de la unidad política del país. Es significativo que esta iniciativa haya sido preparada por análogos encuentros en las diócesis: también de esta forma expresáis la solicitud de la Iglesia al hacerse cercana al destino de esta amada nación. A nuestra vez, nos sentimos en comunión con cada comunidad, incluso la más pequeña, en la que permanece viva la tradición que dedica el mes de mayo a la devoción mariana. Ésta encuentra expresión en muchos signos: santuarios, capillas, obras de arte y, sobre todo, en la oración del Santo Rosario, con el que el Pueblo de Dios da gracias por el bien que incesantemente recibe del Señor, a través de la intercesión de María Santísima, y le suplica por sus múltiples necesidades. La oración – que tiene su cumbre en la liturgia, cuya forma está custodiada por la tradición viva de la Iglesia – es siempre un dejar espacio a Dios: su acción nos hace partícipes de la historia de la salvación. Esta tarde, en particular, en la escuela de María hemos sido invitados a compartir los pasos de Jesús: a descender con él al río Jordán, para que el Espíritu confirme en nosotros la gracia del Bautismo; a sentarnos en el banquete de Caná, para recibir de Él el “vino bueno” de la fiesta; a entrar en la sinagoga de Nazaret, como pobres a los cuales se dirige el alegre mensaje del Reino de Dios; también, a subir al Monte Tabor, para recibir la cruz a la luz pascual; y finalmente, a participar en el Cenáculo en el nuevo y eterno sacrificio, que, anticipando los cielos nuevos y la tierra nueva, regenera toda la creación.

Esta Basílica es la primera en Occidente dedicada a la Virgen Madre de Dios. Al entrar en ella, mi pensamiento volvió al primer día del año 2000, cuando el Beato Juan Pablo II abrió su Puerta Santa, confiando el Año jubilar a María, para que velase sobre el camino de cuantos se reconocían peregrinos de gracia y de misericordia. Nosotros mismos hoy no dudamos en sentirnos tales, deseosos de atravesar el umbral de esa “Puerta” Santísima que es Cristo y queremos pedir a la Virgen María que sostenga nuestro camino e interceda por nosotros. El cuanto Hijo de Dios, Cristo es forma del hombre: es su verdad más profunda, la linfa que fecunda una historia de otro modo irremediablemente comprometida. La oración nos ayuda a reconocer en Él el centro de nuestra vida, a permanecer en su presencia, a conformar nuestra voluntad a la suya, a hacer “lo que él nos diga" (Jn 2,5), seguros de su fidelidad. Esta es la tarea esencial de la Iglesia, coronada por Él como mística esposa, como la contemplamos en el esplendor del ábside. María constituye su modelo: es la que nos presenta el espejo, en el que somos invitados a reconocer nuestra identidad. Su vida es un llamamiento a reconducir lo que somos a la escucha y a la acogida de la Palabra, llegando en la fe a proclamar la grandeza del Señor, ante la cual nuestra única posible grandeza es la que se expresa en la obediencia filial: “Sea en mí según tu palabra” (Lc 1,38). María se fió: ella es la “bendita” (cfr Lc 1, 42), que lo es por haber creído (cfr Lc 1,45), hasta ser de tal forma revestida de Cristo que entra en el “séptimo día”, partícipe del descanso de Dios. Las disposiciones de su corazón – la escucha, la acogida, la humildad, la fidelidad, la alabanza y la espera – corresponden a las actitudes interiores y a los gestos que plasman la vida cristiana. De ellos se nutre la Iglesia, consciente de que expresan lo que Dios espera de ella.

Sobre el bronce de la Puerta Santa de esta Basílica está grabada la representación del Concilio de Éfeso. El edificio mismo, que se remonta en su núcleo original al siglo V, está ligado a esa cumbre ecuménica, celebrada en el año 431. En Éfeso la Iglesia unida defendió y confirmó para María el título de Theotókos, Madre de Dios: título de contenido cristológico, que remite al misterio de la encarnación y que expresa en el Hijo la unidad de la naturaleza humana con la divina. Por lo demás, es la persona y la vivencia de Jesús de Nazaret la que ilumina el Antiguo Testamento y el rostro mismo de María. En ella se capta claramente el designio unitario que entrelaza a los dos Testamentos. En su vida personal está la síntesis de la historia de todo un pueblo, que pone a la Iglesia en continuidad con el antiguo Israel. Dentro de esta perspectiva reciben sentido las historias individuales, a partir de las de las grandes mujeres de la Antigua Alianza, en cuya vida se representa un pueblo humillado, derrotado y deportado. Son también las mismas que sin embargo personifican la esperanza; son el "resto santo", signo de que el proyecto de Dios no se queda en una idea abstracta, sino que encuentra correspondencia en una respuesta pura, en una libertad que se entrega sin reservarse nada, en un sí que es acogida plena y don perfecto. María es la expresión más alta de ello. Sobre ella, virgen, desciende el poder creador del Espíritu Santo, el mismo que “en el principio" aleteaba sobre el abismo informe (cfr Gen 1,1) y gracias al cual Dios llamo al ser de la nada; el Espíritu que fecunda y plasma la creación. Abriéndose a su acción, María engendra al Hijo, presencia del Dios que viene a habitar la historia y la abre a un inicio nuevo y definitivo, que es posibilidad para cada hombre de renacer de lo alto, de vivir en la voluntad de Dios y por tanto de realizarse plenamente.

¡La fe, de hecho, no es alienación: son otras las experiencias que contaminan la dignidad del hombre y la calidad de la convivencia social! En cada época histórica el encuentro con la palabra siempre nueva del Evangelio fue manantial de civilización, construyó puentes entre los pueblos y enriqueció el tejido de nuestras ciudades, expresándose en la cultura, en las artes y, no en último lugar, en las mil formas de la caridad. Con razón Italia, celebrando los ciento cincuenta años de su unidad política, puede estar orgullosa de la presencia y de la acción de la Iglesia. Ésta no persigue privilegios ni pretende sustituir las responsabilidades de las instituciones políticas; respetuosa de la legítima laicidad del Estado, está atenta en apoyar los derechos fundamentales del hombre. Entre estos están ante todo las instancias éticas y por tanto la apertura a la trascendencia, que constituyen los valores previos a cualquier jurisdicción estatal, en cuanto que están inscritos en la naturaleza misma de la persona humana. En esta perspectiva, la Iglesia – fuerte por una reflexión colegial y por la experiencia directa sobre el terreno – sigue ofreciendo su propia contribución a la construcción del bien común, recordando a cada uno su deber de promover y tutelar la vida humana en todas sus fases y de sostener con los hechos la familia; esta sigue siendo, de hecho, la primera realidad en la que pueden crecer personas libres y responsabless, formadas en esos valores profundos que abren a la fraternidad y que permiten afrontar también las adversidades de la vida. No en último lugar, existe hoy dificultad en acceder a un empleo pleno y digno: me uno, por ello, a cuantos piden a la política y al mundo empresarial realizar todos los esfuerzos para superar la difundida precariedad laboral, que en los jóvenes compromete la serenidad de un proyecto de vida familiar, con grave daño para un desarrollo auténtico y armonioso de la sociedad.

Queridos hermanos, el aniversario del acontecimiento fundacional del Estado unitario os ha encontrado puntuales al recordar los fragmentos de una memoria compartida, y sensibles en señalar los elementos de una perspectiva futura. No dudéis en estimular a los fieles laicos a vencer todo espíritu de cerrazón, distracción e indiferencia, y a participar en primera persona en la vida pública. Animad las iniciativas de formación inspiradas en la doctrina social de la Iglesia, para que quien está llamado a responsabilidades políticas y administrativas no sea víctima de la tentación de explotar su posición por intereses personales o por sed de poder. Apoyar la vasta red de agregaciones y de asociaciones que promueven obras de carácter cultural, social y caritativo. Renovad las ocasiones de encuentro, en el signo de la reciprocidad, entre el Norte y el Sur. Ayudad al Norte a recuperar las motivaciones originarias de ese vasto movimiento cooperativista de inspiración cristiana que fue animador de una cultura de la solidaridad y del desarrollo económico. Igualmente, invitad al Sur a poner en circulación, en beneficio de todos, los recursos y las cualidades de que dispone y esos rasgos de acogida y hospitalidad que le caracterizan. Seguid cultivando un espíritu de colaboración sincera y leal con el Estado, sabiendo que esta relación es beneficiosa tanto para la Iglesia como para todo el país. Que vuestra palabra y vuestra acción sean de ánimo y de empuje para cuantos son llamados a gestionar la complejidad que caracteriza el tiempo presente. En una época en la que surge cada vez con más fuerza la petición de sólidas referencias espirituales, sabed plantear a todos lo que es peculiar de la experiencia cristiana: la victoria de Dios sobre el mal y sobre la muerte, como horizonte que arroja una luz de esperanza sobre el presente. Asumiendo la educación como hilo conductor del compromiso pastoral de esta década, habéis querido expresar la certeza de que la existencia cristiana – la vida buena del Evangelio – es precisamente la demostración de una vida realizada. Sobre este camino aseguráis un servicio no solo religioso o eclesial, sino también social, contribuyendo a construir la ciudad del hombre. ¡Por tanto, ánimo! A pesar de todas las dificultades, “nada es imposible para Dios" (Lc 1, 37), para Aquel que sigue haciendo "grandes cosas" (Lc 1,49) a través de cuantos, como María, saben entregarse a él con disponibilidad incondicional.

Bajo la protección de la Mater unitatis ponemos a todo el pueblo italiano, para que el Señor le conceda los dones inestimables de la paz y de la fraternidad y, por tanto, del desarrollo solidario. Que ayude a las fuerzas políticas a vivir también el aniversario de la Unidad como ocasión para reforzar el vínculo nacional y superar toca contraposición perjudicial: que las sensibilidades, experiencias y perspectivas diversas y legítimas puedan recomponerse en un cuadro más amplio para buscar juntos lo que verdaderamente contribuye al bien del país. Que el ejemplo de María abra el camino a una sociedad más justa, madura y responsable, capaz de redescubrir los valores profundos del corazón humano. Que la Madre de Dios aliente a los jóvenes, sostenga a las familias, conforte a los enfermos, implore sobre cada uno una renovada efusión del Espíritu, ayudándonos a reconocer y a seguir también en este tiempo al Señor, que es el verdadero bien de la vida, porque es la vida misma.

De corazón os bendigo a vosotros y a vuestras comunidades.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez]

sábado, 21 de mayo de 2011

Benedicto XVI: La oración según el Patriarca Abraham


Hoy en la Audiencia General


CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 18 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- A continuación ofrecemos la catequesis que el Papa Benedicto XVI ha dirigido a los peregrinos y fieles provenientes de Italia y de todo el mundo, recibiéndolos en audiencia en la Plaza de San Pedro. Dicha catequesis forma parte del ya iniciado ciclo sobre la oración.

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Queridos hermanos y hermanas,

en las dos últimas catequesis hemos reflexionado sobre la oración como fenómeno universal, que -incluso de distintas formas- está presente en las culturas de todas las épocas. Hoy, sin embargo, querría comenzar un recorrido bíblico sobre este tema, que nos conducirá a profundizar en el diálogo de alianza entre Dios y el hombre, que anima la historia de salvación, hasta su culmen, la palabra definitiva que es Jesucristo. Este camino nos hará detenernos en algunos textos importantes y figuras paradigmáticas del Antiguo y Nuevo Testamento. Será Abraham, el gran Patriarca, padre de todos los creyentes (cfr Rm 4,11-12.16-17), el que nos ofrece el primer ejemplo de oración, en el episodio de intercesión por la ciudad de Sodoma y Gomorra. Y quisiera invitaros a aprovechar el recorrido que haremos en las próximas catequesis para aprender a conocer mejor la Biblia, que espero que tengáis en vuestras casas, y, durante la semana, deteneros a leerla y meditarla en la oración, para conocer la maravillosa historia de la relación entre Dios y el hombre, entre el Dios que se comunica con nosotros y el hombre que responde, que reza.

El primer texto sobre el que vamos a reflexionar, se encuentra en el capítulo 18 del Libro del Génesis; se cuenta que la maldad de los habitantes de Sodoma y Gomorra estaba llegando a su cima, tanto que era necesaria una intervención de Dios para realizar un gran acto de justicia y frenar el mal destruyendo aquellas ciudades. Aquí interviene Abraham con su oración de intercesión. Dios decide revelarle lo que le va a suceder y le hace conocer la gravedad del mal y sus terribles consecuencias, porque Abraham es su elegido, elegido para construir un gran pueblo y hacer que todo el mundo alcance la bendición divina. La suya es una misión de salvación, que debe responder al pecado que ha invadido la realidad del hombre; a través de él, el Señor quiere llevar a la humanidad a la fe, a la obediencia, a la justicia. Y entonces, este amigo de Dios se abre a la realidad y a las necesidades del mundo, reza por los que están a punto de ser castigados y pide que sean salvados.

Abraham afronta enseguida el problema en toda su gravedad, y dice al Señor: “Entonces Abraham se le acercó y le dijo: «¿Así que vas a exterminar al justo junto con el culpable? Tal vez haya en la ciudad cincuenta justos. ¿Y tú vas a arrasar ese lugar, en vez de perdonarlo por amor a los cincuenta justos que hay en él? ¡Lejos de ti hacer semejante cosa! ¡Matar al justo juntamente con el culpable, haciendo que los dos corran la misma suerte! ¡Lejos de ti! ¿Acaso el Juez de toda la tierra no va a hacer justicia?” (vv. 23-25). Con estas palabras, con gran valentía, Abraham plantea a Dios la necesidad de evitar la justicia sumaria: si la ciudad es culpable, es justo condenar el crimen e infligir la pena, pero -afirma el gran Patriarca- sería injusto castigar de modo indiscriminado a todos los habitantes. Si en la ciudad hay inocentes, estos no pueden ser tratados como culpables. Dios, que es un juez justo, no puede actuar así, dice Abraham, justamente, a Dios.

Si leemos, más atentamente el texto, nos damos cuenta de que la petición de Abraham es todavía más seria y profunda, porque no se limita a pedir la salvación para los inocentes. Abraham pide el perdón para toda la ciudad y lo hace apelando a la justicia de Dios; dice, de hecho, al Señor: “Y tú vas a arrasar ese lugar, en vez de perdonarlo por amor a los cincuenta justos que hay en él?” (v. 24b). De esta manera pone en juego una nueva idea de justicia: no la que se limita a castigar a los culpables, como hacen los hombres, sino una justicia distinta, divina, que busca el bien y lo crea a través del perdón que transforma al pecador, lo convierte y lo salva. Con su oración, por tanto, Abraham no invoca una justicia meramente retributiva, sino una intervención de salvación que, teniendo en cuenta a los inocentes, libera de la culpa también a los impíos, perdonándoles. El pensamiento de Abraham, que parece casi paradójico, se podría resumir así: obviamente no se pueden tratar a los inocentes como a los culpables, esto sería injusto, es necesario, sin embargo, tratar a los culpables como a los inocentes, realizando un acto de justicia “superior”, ofreciéndoles una posibilidad de salvación, por que si los malhechores aceptan el perdón de Dios y confiesan su culpa, dejándose salvar, no continuarán haciendo el mal, se convertirán estos, también, en justos, sin necesitar nunca más ser castigados.

Es esta la petición de justicia que Abraham expresa en su intercesión, una petición que se basa en la certeza de que el Señor es misericordioso. Abraham no pide a Dios una cosa contraria a su esencia, llama a la puerta del corazón de Dios conociendo su verdadera voluntad. Ya que Sodoma es una gran ciudad, cincuenta justos parecen poca cosa, pero la justicia de Dios y su perdón ¿no son quizás la manifestación de la fuerza del bien, aunque si parece más pequeño y más débil que el mal? La destrucción de Sodoma debía frenar el mal presente en la ciudad, pero Abraham sabe que Dios tiene otro modos y medios para poner freno a la difusión del mal. Es el perdón el que interrumpe la espiral de pecado, y Abraham, en su diálogo con Dios, apela exactamente a esto. Y cuando el Señor acepta perdonar a la ciudad si encuentra cincuenta justos, su oración de intercesión comienza a descender hacia los abismos de la misericordia divina. Abraham -como recordamos- hace disminuir progresivamente el número de los inocentes necesarios para la salvación: si no son cincuenta, podrían ser cuarenta y cinco, y así hacia abajo, hasta llegar a diez, continuando con su súplica, que se hace audaz en las insistencia: “Quizá no sean más de cuarenta..treinta... veinte... diez” (cfr vv. 29, 30, 31, 32), y según es más pequeño el número, más grande se revela y se manifiesta la misericordia de Dios, que escucha con paciencia la oración, la acoge y repite después de cada súplica: “perdonaré... no la destruiré... no lo haré” (cfr vv. 26.28.29.30.31.32).

Así, por la intercesión de Abraham, Sodoma podrá ser salvada, si en ella se encuentran tan sólo diez inocentes. Esta es la potencia de la oración. Porque a través de la intercesión, la oración a Dios por la salvación de los demás, se manifiesta y se expresa el deseo de salvación que Dios tiene siempre hacia el hombre pecador. El mal, de hecho, no puede ser aceptado, debe ser señalado y destruido a través del castigo: la destrucción de Sodoma tenía esta intención. Pero el Señor no quiere la muerte del malvado, sino que se convierta y que viva (cfr Ez 18,23; 33,11); su deseo es perdonar siempre, salvar, dar la vida, transformar el mal en bien. Si bien, precisamente es este deseo divino el que, en la oración se convierte en el deseo del hombre y se expresa a través de las palabras de intercesión. Con su súplica, Abraham está prestando su propia voz, pero también su propio corazón, a la voluntad divina: el deseo de Dios es misericordia, amor y voluntad de salvación, y este deseo de Dios ha encontrado en Abraham y en su oración la posibilidad de manifestarse en modo concreto en en la historia de los hombres, para estar presente donde hay necesidad de gracia. Con la voz de su oración, Abraham está dando voz al deseo de Dios, que no es el de destruir, sino el de salvar a Sodoma, dar vida al pecador convertido.

Y esto es lo que el Señor quiere, y su diálogo con Abraham es una prolongada e inequívoca manifestación de su amor misericordioso. La necesidad de encontrar hombres justos en la ciudad se vuelve cada vez más, en menos exigente y al final sólo bastan diez para salvar a la totalidad de la población. Por qué motivo Abraham se detuvo en diez, no lo dice el texto. Quizás es un número que indica un núcleo comunitario mínimo (todavía hoy, diez personas, constituyen el quorum necesario para la oración pública hebrea). De todas maneras, se trata de un número exiguo, una pequeña parcela del bien para salvar a un gran mal. Pero ni siquiera diez justos se encontraban en Sodoma y Gomorra, y las ciudades fueron destruidas. Una destrucción paradójicamente necesaria por la oración de intercesión de Abraham. Porque precisamente esa oración ha revelado la voluntad salvífica de Dios: el Señor estaba dispuesto a perdonar, deseaba hacerlo, pero las ciudades estaban encerradas en un mal total y paralizante, sin tener unos pocos inocentes desde donde comenzar a transformar el mal en bien.

Porque es este el camino de salvación que también Abraham pedía: ser salvados no quiere decir simplemente escapar del castigo, sino ser liberados del mal que nos habita. No es el castigo el que debe ser eliminado, sino el pecado, ese rechazo a Dios y del amor que lleva en sí el castigo. Dirá el profeta Jeremías al pueblo rebelde: “¡Que tu propia maldad te corrija y tus apostasías te sirvan de escarmiento! Reconoce, entonces, y mira qué cosa tan mala y amarga es abandonar al Señor, tu Dios” (Jer 2,19). Es de esta tristeza y amargura de donde el Señor quiere salvar al hombre liberándolo del pecado. Pero es necesaria una transformación desde el interior, una pizca de bien, un comienzo desde donde partir para cambiar el mal en bien, el odio en amor, la venganza en perdón. Por esto los justos tenían que estar dentro de la ciudad, y Abraham continuamente repite: “Quizás allí se encuentren...” “allí”: es dentro de la realidad enferma donde tiene que estar ese germen de bien que puede resanar y devolver la vida. Y una palabra dirigida también a nosotros: que en nuestras ciudades haya un germen de bien, que hagamos lo necesario para que no sean sólo diez justos, para conseguir realmente, hacer vivir y sobrevivir a nuestras ciudades y para salvarlas de esta amargura interior que es la ausencia de Dios. Y en la realidad enferma de Sodoma y Gomorra aquel germen de bien no estaba.

Pero la misericordia de Dios en la historia de su pueblo se amplía más tarde. Si para salvar Sodoma eran necesarios diez justos, el profeta Jeremías dirá, en nombre del Omnipotente, que basta sólo un justo para salvar Jerusalén: “Recorred las calles de Jerusalén, mirad e informaos bien; buscad por sus plazas a ver si encontráis un hombre, si hay alguien que practique el derecho, que busque la verdad y yo perdonaré a la ciudad” (Jer 5,1). El número ha bajado aún más, la bondad de Dios se muestra aún más grande. -y ni siquiera esto basta, la sobreabundante misericordia de Dios no encuentra la respuesta del bien que busca, y Jerusalén cae bajo asedio de los enemigos. Será necesario que Dios se convierta en ese justo. Y este es el misterio de la Encarnación: para garantizar un justo, Él mismo se hace hombre. El justo estará siempre porque es Él: es necesario que Dios mismo se convierta en ese justo. El infinito y sorprendente amor divino será manifestado en su plenitud cuando el Hijo de Dios se hace hombre, el Justo definitivo, el perfecto Inocente, que llevará la salvación al mundo entero muriendo en la cruz, perdonando e intercediendo por quienes “no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Entonces la oración de todo hombre encontrará su respuesta , entonces todas nuestras intercesiones serán plenamente escuchadas.

Queridos hermanos y hermanas, la súplica de Abraham, nuestro padre en la fe, nos enseñe a abrir cada vez más, el corazón a la misericordia sobreabundante de Dios, para que en la oración cotidiana sepamos desear la salvación de la humanidad y pedirla con perseverancia y con confianza al Señor que es grande en el amor. Gracias.

[En español dijo:]

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Colombia, Venezuela, Chile, Argentina, México y otros países latinoamericanos. Invito a todos a conocer cada vez más la Biblia, a leerla y meditarla en la oración para profundizar así en la maravillosa historia de Dios con el hombre, y abrir el corazón a la sobreabundante misericordia divina. Muchas gracias.

[En italiano dijo]

Saludo finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, espero que sepáis reconocer en medio de tantas otras voces del este mundo, la de Cristo, que continua invitando al corazón de quien sabe escuchar. Sed generosos en seguirlo, no tengáis en poner todas vuestras energías y vuestro entusiasmo al servicio del Evangelio. Y vosotros, queridos enfermos, abrid el corazón con confianza; Él no os dejará sin la luz consoladora de su presencia. Finalmente a vosotros, queridos recién casados, espero que vuestras familias respondan a la vocación de ser transparentes al amor de Dios. Gracias.

[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez]

sábado, 14 de mayo de 2011

Separado de Dios el cuerpo se rebela contra el hombre, alerta el Papa


VATICANO, 13 May. 11 / 11:29 am (ACI/EWTN Noticias)

Al recibir hoy a los participantes del encuentro promovido por el Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre matrimonio y familia, el Papa Benedicto XVI explicó que el drama actual de la sexualidad está en que cuando el cuerpo se separa de su Creador, entonces se rebela contra el hombre y pierde su capacidad de expresar la comunión.

El Santo Padre refirió en su discurso que el cuerpo humano posee un lenguaje negativo que no pertenece al plan original de Dios sino que es fruto del pecado: "nos habla de opresión del otro, del deseo de poseer y de explotar (…) Cuando se separa de su sentido filial, de su conexión con el Creador, el cuerpo se rebela contra el hombre, pierde su capacidad de mostrar la comunión y se convierte en terreno de apropiación del otro".

"¿No es este el drama de la sexualidad, que hoy permanece encerrada en el círculo estrecho del propio cuerpo y en la emotividad, pero que en realidad sólo se puede realizar en la llamada a algo más grande?", cuestionó luego.

Benedicto XVI recordó que hace treinta años, el nuevo Beato Juan Pablo II fundó este Instituto y el Pontificio Consejo para la Familia, y precisamente el 13 de mayo de hace también treinta años "sufrió el terrible atentado en la Plaza de San Pedro".

Seguidamente indicó algunos puntos de reflexión a los miembros del Instituto para "conjugar la teología del cuerpo con la teología del amor y encontrar la unidad del camino del hombre".

Tras resaltar que "el cuerpo es el lugar donde el espíritu puede habitar", el pontífice señaló que "a la luz de esto se puede entender que nuestros cuerpos no son materia inerte, pesada, pero hablan si sabemos escuchar, el lenguaje del amor verdadero".

Luego de indicar que el cuerpo "nos habla de un origen que no nos hemos conferido a nosotros mismos", el Papa aseguró que "solo cuando reconoce el amor originario que le ha dado la vida, el ser humano puede aceptarse a sí mismo, puede reconciliarse con la naturaleza y con el mundo".

El Papa recordó también que "los cuerpos de Adán y Eva, antes de la caída, aparecen en perfecta armonía. En ellos hay un lenguaje que no han creado, un eros enraizado en su naturaleza, que les invita a recibirse mutuamente por el Creador, para poderse donar".

"La unión en una sola carne se convierte entonces en unión de toda la vida, hasta que el hombre y la mujer llegan a ser un solo espíritu".

"En este sentido –continuó– la virtud de la castidad recibe un nuevo sentido. No es un ‘no’ a los placeres y a la alegría de la vida, sino el gran ‘sí’ al amor como comunicación profunda entre las personas, que requiere tiempo y respeto, como camino juntos hacia la plenitud y como amor que llega a ser capaz de generar vida y de acoger generosamente la vida nueva que nace".

Ante las distorsiones del entendimiento del cuerpo que ha generado el desorden de la sexualidad actual, el Papa dijo que "Dios ofrece al hombre un camino de redención del cuerpo, cuyo lenguaje es preservado en la familia" y es en ella "donde se entrelazan la teología del cuerpo y la teología del amor. Aquí se vive el don de sí en una sola carne, en la caridad conyugal que une a los esposos".

"Aquí se experimenta la fecundidad del amor y la vida se une a la de otras generaciones. En la familia el hombre descubre su relacionalidad, no como un individuo autónomo que se auto-realiza, sino como hijo, esposo, padre, cuya identidad se basa en el ser llamado al amor, a recibirse de otros y a darse a los demás".

Finalmente Benedicto XVI recordó que "Dios asumió el cuerpo y se reveló en él. Como Hijo, recibió el cuerpo filial en la gratitud y en la escucha del Padre, y donó este cuerpo por nosotros, para generar así el cuerpo nuevo de la Iglesia".

sábado, 7 de mayo de 2011

Cristo resucitado es luz en las tinieblas del mundo, dice el Papa


VATICANO, 06 May. 11 / 10:41 am (ACI/EWTN Noticias)

Al encontrarse esta mañana con los 34 nuevos reclutas de la Guardia Suiza Pontificia y sus demás miembros, el Papa Benedicto XVI resaltó que Cristo resucitado es la luz en medio de las tinieblas del mundo y que con su entrega exige una vida cristiana coherente y fiel a la voluntad de Dios.

En su discurso en alemán, francés e italiano, el Santo Padre recordó el famoso "Saco de Roma", en el que los guardias suizos defendieron con vigor al Papa, hasta dar la vida por él, y explicó que "el recuerdo de aquel saqueo terreno tiene que hacer reflexionar sobre la existencia de la amenaza de un saqueo más peligroso, que podríamos llamar espiritual".

"En el contexto social actual, muchos jóvenes corren el riesgo de caer en un empobrecimiento progresivo del alma, porque siguen ideales y perspectivas de vida superficiales, que solo colman necesidades y exigencias materiales", alertó.

Por ello, continuó Benedicto XVI, "cuando algunos de ustedes juren desarrollar fielmente el servicio en la Guardia Suiza Pontificia y otros renueven este juramente en sus corazones, piensen en el rostro luminoso de Cristo, que os llama a ser auténticos hombres y verdaderos cristianos, protagonistas de vuestra existencia".

"Su pasión, muerte y resurrección son un elocuente reclamo a afrontar con madurez consciente los obstáculos y desafíos de la vida, sabiendo bien, como nos ha recordado la Liturgia en el curso de la Vigilia pascual, que el Señor resucitado es ‘Rey eterno que ha vencido a las tinieblas del mundo’".

El Papa subrayó que solo Cristo es "el Camino, la Verdad y la Vida. Él debe convertirse cada día más en al parámetro de nuestro vida y nuestro comportamiento, así como Él ha elegido la plena y total fidelidad a la misión de salvación confiada por el Padre como medida y fulcro de su vida".

"El Señor, queridos jóvenes, camina con vosotros, os sonríe, os alienta a seguirLo con la misma fidelidad: os auguro de corazón experimentar siempre la alegría y el consuelo de su presencia luminosa y corroborante".

Benedicto XVI alentó a la Guardia Suiza a que hagan que "vuestra estancia en Roma sea un tiempo propicio para aprovechar al máximo las innumerables posibilidades que ofrece esta ciudad para dar un sentido cada vez más sólido y profundo a vuestra vida".

"Aprovechad las oportunidades que se os ofrecen para ampliar vuestro horizonte cultural, lingüístico, y sobre todo, espiritual. El tiempo que transcurráis en la ‘Ciudad eterna’ será un momento excepcional en vuestra vida: vividlo con un espíritu de sincera fraternidad, ayudándoos mutuamente a llevar una vida cristiana ejemplar, que corresponda a vuestra fe y a vuestra misión peculiar en la Iglesia".

El Papa dijo luego que este encuentro le ofrece "la posibilidad de manifestar a los nuevos reclutas mi profunda gratitud por la decisión de estar, durante un periodo de tiempo, a disposición del Sucesor de Pedro y de contribuir así a garantizar el orden necesario y la seguridad dentro de la Ciudad del Vaticano".

Finalmente señaló que "vuestra presencia significativa en el corazón de la cristiandad, donde multitud de fieles llegan sin descanso para encontrar al Sucesor de Pedro y para visitar las tumbas de los Apóstoles, suscite cada vez más en cada uno el propósito de intensificar la dimensión espiritual de la vida, así como el compromiso de profundizar en la fe cristiana, testimoniándola con alegría mediante una conducta de vida coherente".

domingo, 1 de mayo de 2011

La Fiesta de la Divina Misericordia


"La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia" (Diario, 300).


La Fiesta de la Divina Misericordia tiene como fin principal hacer llegar a los corazones de cada persona el siguiente mensaje: Dios es Misericordioso y nos ama a todos ... "y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia" (Diario, 723). En este mensaje, que Nuestro Señor nos ha hecho llegar por medio de Santa Faustina, se nos pide que tengamos plena confianza en la Misericordia de Dios, y que seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones... "porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil" (Diario, 742).

En 1997, en peregrinación al Santuario de Jesús Misericordioso en Cracovia, ante la tumba de la Santa Faustina Kowalska, Juan Pablo II agradeció el haber podido "contribuir personalmente al cumplimiento de la voluntad de Cristo, mediante la institución de la fiesta de la Divina Misericordia", que de la Diócesis de Cracovia, donde él era Arzobispo, se difundió en tantas otras diócesis del mundo entero. Es difícil estimar cuántos millones de fieles, cada año, celebran en la Iglesia universal, bajo la guía de los propios Pastores, la fiesta de la Misericordia en el primer Domingo después de Pascua.

Realmente esta devoción de la Divina Misericordia se difundió rápidamente por un impulso divino, como Juan Pablo II dijo en el día de la beatificación de la Hna. Faustina, el 18 de abril de 1993: "¡Es verdaderamente maravilloso el modo en el que la devoción a Jesús Misericordioso se abre camino en el mundo contemporáneo y conquista tantos corazones humanos! Esto es, sin duda, un signo de los tiempos, un signo de nuestro siglo XX".

El Santo Padre, en la Audiencia general del 12 de enero de 1994, también decía que: "el mensaje de la Misericordia de Dios es una fuerte llamada a una confianza más viva, "Jesús, ¡confío en Ti!". Es difícil encontrar palabras más elocuentes de las transmitidas a nosotros por la Hna. Faustina". Por esto, "La Iglesia relee el Mensaje de la Misericordia para llevar con más eficacia a la generación de finales del milenio y las futuras, la luz de la esperanza" (Juan Pablo II en Cracovia, el 7 de junio de 1997). Para la hora de la Misericordia, baste recordar que el Señor dijo a la Hna. Faustina: "Cada vez que sientas el reloj dar las tres, acuérdate de introducirte totalmente en mi Misericordia, adorándola y exaltándola; invoca Su omnipotencia para el mundo entero y especialmente para los pobres pecadores, porque fue en aquella hora cuando fue abierta para todas las almas".

Por la difusión del culto de la Divina Misericordia, Jesús confió que, "A las almas que difunden el culto de mi Misericordia, las protegeré toda la vida, como una tierna madre (protege) a su hijo todavía lactante y en la hora de la muerte no seré para ellas Juez, sino Salvador misericordioso"... "En aquella hora obtendrás todo para ti misma y para los demás; en aquella hora se otorgó gracia al mundo entero; la misericordia venció a la justicia".


Palabras de Jesús Misericordioso a Santa María Faustina


Al anochecer, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica en el pecho, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido. En silencio, atentamente miraba al Señor, mi alma estaba llena del temor, pero también de una gran alegría. Después de un momento, Jesús me dijo: Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en Ti confío. Deseo que esta imagen sea venerada primero en su capilla y luego en el mundo entero. (47)

Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos y sobretodo, a la hora de la muerte. Yo mismo la defenderé como Mi gloria. (48)

Cuando lo dije al confesor (48), recibí como respuesta que ese se refería a mi alma. Me dijo: Pinta la imagen de Dios en tu alma. Cuando salí del confesionario, oí nuevamente estas palabras: Mi imagen está en tu alma. Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel, sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia. (49)

Hija Mía, mira hacia el abismo de Mi misericordia y rinde honor y gloria a esta misericordia Mía, y hazlo de este modo: Reúne a todos los pecadores del mundo entero y sumérgelos en el abismo de Mi misericordia. Deseo darme a las almas, deseo las almas, hija Mía. El día de Mi Fiesta, la Fiesta de la Misericordia - recorrerás el mundo entero y traerás a las almas desfallecidas a la fuente de Mi Misericordia. Yo las sanaré y las fortificaré. (206)

Una vez, cuando el confesor me mandó preguntar al Señor Jesús por el significado de los dos rayos que están en esta imagen; contesté que sí, que se lo preguntaría al Señor.

Durante la oración oí interiormente estas palabras: Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas...

Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza.

Estos rayos protegen a las almas de la indignación de Mi PAdre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la justa mano de Dios. Deseo que el primer domingo después de la Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la Misericordia. (299)

Pide a Mi siervo fiel (132) que en aquel día hable al mundo entero de esta gran misericordia Mía; que quien se acerque ese día a la Fuente de Vida, recibirá el perdón total de las culpas y de las penas. (300)

"Hija Mía, necesito sacrificios hechos por amor, porque sólo éstos tienen valor para Mí. Es grande la deuda del mundo contraída Conmigo, la pueden pagar las almas puras con sus sacrificios, practicando la misericordia espiritualmente." (Diario #1316, p. 471)

"Si el alma no practica la misericordia de alguna manera no conseguirá Mi misericordia e el día del juicio. Oh, si las almas supieran acumular los tesoros eternos, no serían juzgadas, porque su misericordia anticiparía Mi juicio." (Diario #1317, p. 472)

"Oh alma sumergida en las tinieblas, no te desesperes, todavía no todo está perdido, habla con tu Dios que es el Amor y la Misericordia Misma. Alma, escucha la voz de tu padre Misericordioso." (Diario #1486, p. 522)

"Has de saber hija mía, que mi corazón es la Misericordia misma. Desde este mar de Misericordia las Gracias se derraman sobre el mundo entero. Ningún alma que se haya acercado a Mí ha partido sin haber sido consolada. Cada miseria se hunde en mi Misericordia y de este manantial brota toda Gracia salvadora y santificante..." (Diario # 1777, p. 626)

"Mi corazón se alegra de este título de misericordia. Proclama que la misericordia es el atributo más grande de Dios. Todas las obras de Mis manos están coronadas por la misericordia." (Diario #300 p.153)

"Ésta es la hora de la gran misericordia para el mundo entero. Te permitiré penetrar en mi tristeza mortal. En esta hora nada le será negado al alma que lo pida por los méritos de Mi Pasión." (Diario #1320, p.472)

"A las tres, ruega por Mi misericordia, en especial para los pecadores y aunque sólo sea por un brevísimo momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en Mi abandono en el momento de Mi agonía." (Diario #1320, p.472)

"Aun si un alma estuviese en descomposición como un cadáver y humanamente sin ninguna posibilidad de resurrección y todo estuviera perdido, no sería así para Dios: un milagro de la Divina Misericordia resucitaría esta alma en toda su plenitud. ¡Infelices los que no aprovechan de este milagro de la Misericordia Divina! ¡Lo invocaran en vano, cuando sea demasiado tarde!." (Diario #1448, p.510)

"Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas...Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza. Estos rayos protegen a las almas de la indignación de Mi Padre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la justa mano de Dios." (Diario #299, p.153)

"La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia. Oh, cuánto Me hiere la desconfianza del alma. Esta alma reconoce que soy santo y justo, y no cree que Yo soy la Misericordia, no confía en Mi bondad. También los demonios admiran Mi justicia, pero no creen en Mi bondad." (Diario #300, p.153)

"¡Cuánto deseo la salvación de las almas! Mi querida secretaria, escribe que deseo volcar mi Vida Divina en las almas humanas y santificarlas, con tal de que quieran recibir mi Gracia. Los más grandes pecadores podrían alcanzar una gran santidad si solamente tuvieran confianza en mi Misericordia. Mis entrañas están colmadas de Misericordia, que es derramada sobre todo lo que he creado. Mi delicia consiste en el obrar en las almas de los hombres, llenarlas con mi Misericordia y justificarlas. Mi Reino en la tierra es mi Vida en las almas de los hombres." (Diario #1784, p. 628)

"Reza incesantemente este Rosario que te he enseñado. Todo aquel que lo rece se hará acreedor a la Misericordia a la hora de la muerte...Los Sacerdotes lo recomendaran a los pecadores como última tabla de salvación. Hasta el pecador mas empedernido, si lo reza una vez tan solo, recibirá la Gracia de mi Misericordia infinita. Deseo que todo el mundo conozca mi Misericordia. Quiero conceder gracias inauditas a aquellos que confíen en mi Misericordia. (Diario #687, p. 290)

"A las almas que recen esta coronilla, Mi Misericordia las envolverá en vida y especialmente en la hora de la muerte." (Diario #754, p. 310)

"A través de ella obtendrás todo, si lo que pides está de acuerdo con Mi voluntad." (Diario #1731, p. 608)

"Oh que enorme caudal de Gracias derramaré sobre las almas que recen esta coronilla: las entrañas de mi Misericordia se enternecen por aquellos que rezan la coronilla. Anota estas palabras, hija mía, habla al mundo de mi Misericordia. Que toda la humanidad conozca mi insondable Misericordia. Es la señal de los últimos tiempos, después de ella vendrá el día de la justicia. Cuando todavía queda tiempo, recurran al manantial de mi Misericordia; que aprovechen de la Sangre y el Agua que brotó para ellos." (Diario # 848, p.338)

" Mi Misericordia es mas grande que tus miserias y de aquellas del mundo entero. ¿Quién ha medido mi bondad? Por ti he bajado del cielo a la tierra, por ti me he dejado poner en la Cruz, por ti he permitido que fuera abierto con una lanza mi Sagrado Corazón y he abierto para ti una fuente de Misericordia. Ven y toma de las Gracias de esta fuente con el recipiente de la confianza. No rechazaré jamás un corazón que se humilla, tu miseria será hundida en el abismo de mi Misericordia." (Diario #1485, p. 521)

"...aquellos que proclamarán mi gran Misericordia. Yo mismo los defenderé en la hora de la muerte, como mi Gloria aunque los pecados de las almas fuesen negros como la noche, cuando un pecador se dirige a mi Misericordia, me rinde la gloria más grande y es un honor para mi pasión. Cuando un alma exalta mi Bondad, entonces Satanás tiembla y huye a lo más profundo del infierno." (Diario #378, p. 186)

"Mi Corazón está colmado de gran Misericordia por las almas y sobre todo por los pobres pecadores. Oh si pudieran comprender que Yo soy para ellos el mejor de los padres; que para ellos ha brotado de mi Corazón Sangre y Agua, como de un manantial desbordante de Misericordia; que para ellos vivo en el Tabernáculo y como Rey de Misericordia deseo colmar a las almas de Gracias, pero no quieren aceptarlas. Ve tú por lo menos lo más seguido posible a tomar las Gracias, que ellos no quieren aceptar y con esto consolarás mi Corazón..." (Diario #367, p. 178)

"De todas mis llagas, como de arroyos, fluye la Misericordia para las almas, pero la Llaga de Mi Corazón es la fuente de la Misericordia sin límites; de esta fuente brotan todas las Gracias para las almas. Las llamas de mi compasión me consumen, deseo derramarlas sobre las almas de los hombres." (Diario #1190, p.431)

"Deseo unirme a las almas humanas. Mi gran deleite es unirme con las almas. Has de saber, hija Mía, que cuando llego a un corazón humano en la Santa Comunión, tengo las manos llenas de toda clase de gracias y deseo dárselas al alma, pero las almas ni siquiera Me prestan atención, Me dejan solo y se ocupan de otras cosas. Oh, qué triste es para Mí que las almas no reconozcan al Amor. Me tratan como una cosa muerta." (Diario #1385, p. 492)

"Oh, si los pecadores conocieran Mi misericordia no perecería un número tan grande de ellos. Diles a las almas pecadoras que no tengan miedo de acercarse a Mí, habla de Mi gran misericordia." (Diario #1396, p. 496)

Texto tomado del "DIARIO: La Divina Misericordia en mi alma." Editorial de los Padres Marianos, Stockbridge, Massachuesetts, 1996.