Lo testimonia la encíclica Humanae vitae, explica la historiadora Lucetta Scaraffia
ROMA, jueves, 8 mayo 2008 (ZENIT.org).-
Cuando la «utopía de la liberación sexual» se acercaba al culmen, la encíclica Humanae vitae de Pablo VI -recibida entre críticas-- mostró confianza en la auténtica libertad del ser humano «y sobre todo en la capacidad de los católicos de tomar distancia crítica» de esa época; es el reproche que se le puede hacer al entonces pontífice, ironiza la historiadora Lucetta Scaraffia.
Con el tema «Custodios e intérpretes de la vida», la Pontificia Universidad Lateranense, en Roma, celebra un congreso --8 y 9 de mayo-- para evidenciar la actualidad del texto del Papa Giovanni Battista Montini a los 40 años de su publicación.
Clave de lectura del documento es «El escenario cultural: la revolución sexual y los progresos científicos», intervención con la que Scaraffia -profesora de Historia Contemporánea en la Universidad de Roma La Sapienza- recordó este jueves que, en los años '60, había cuajado un proceso cultural que se proponía «liberar el comportamiento sexual de las reglas morales que lo habían frenado, a fin de restituirlo a una mítica naturalidad» que «habría dado por fin la felicidad a los seres humanos».
Tal camino había comenzado a finales del siglo XVIII, cuyo proceso de secularización «no sólo pone en discusión la moral sexual cristiana, sino incluso la legitimidad misma de la Iglesia para hablar de sexo, legitimidad reconocida solamente al discurso científico, sobre todo si es médico», explica la historiadora.
Al paso de los años «la utopía de la liberación sexual no convenció sólo a los antropólogos»; también Freud centró en la sexualidad su teoría psicoanalítica «minando una de las bases de la moralidad católica --observa--, esto es, la confianza en la capacidad del ser humano de combatir las tentaciones sexuales».
Un impulso decisivo a la revolución sexual llegó del biólogo Alfred Kinsey (1896-1956), con quien «el comportamiento sexual se escinde completamente de la esfera emotiva y de la moral, para considerarse sólo desde el punto de vista físico».
«En cierto sentido esta visión de la sexualidad -que se impone en las sociedades occidentales- vuelve a proponer, al revés, la herejía gnóstica que separaba cuerpo y espíritu»; «aquí se da al cuerpo y a la sexualidad la máxima importancia» como elemento que determina el comportamiento, «en total contraposición con la unión irrescindible entre cuerpo y espíritu siempre sostenida por la tradición cristiana», alerta Scaraffia.
Así que «Kinsey se revela como un óptimo auxilio para el psicoanálisis, legitimando la confesión de deseos y prácticas transgresivas para la moral corriente», confirma; y el éxito de esta «ideología revolucionaria» que separa sexualidad y procreación llega de la mano del factor demográfico.
Tras la segunda guerra mundial, gracias a los progresos médicos, crece la población, «cosa que también ocurre por primera vez en la historia en los países del Tercer Mundo» --señala Lucetta Scaraffia--; surgen entonces «previsiones catastrofistas» sobre desequilibrios entre crecimiento demográfico y recursos del planeta -como se dijo en la conferencia mundial de población, celebrada en Roma en 1954 bajo el patrocinio de la ONU--.
«En las siguientes décadas -prosigue- las organizaciones internacionales hacen propio el punto de vista occidental, según el cual los países ricos estarían en peligro por el asedio de una creciente multitud de pobres que se multiplican, con el riesgo de consumir demasiados recursos».
Por su parte, «planificación familiar» es el nombre que, en los '60, asume el «control de natalidad», todo ello al hilo de la propaganda --«eugenesia "psicológica"», dice Scaraffia- a favor de la idea de que «los niños deseados y queridos serán seres humanos mejores, más sanos e inteligentes, y también más equilibrados y más felices que los nacidos "por azar"».
Desde 1960 se comercializa el anticonceptivo del doctor Pincus, «la píldora que inhibe la ovulación», un fármaco que «abre más perspectivas» «que permiten realizar las nuevas y más avanzadas teorías de liberación sexual que en los años '60 se esparcen por todo el mundo occidental».
Abría una «nueva estación para la práctica de la sexualidad», cosa que plantea interrogantes inéditos a la Iglesia; pero el descubrimiento de este anticonceptivo además «se debe a representantes de un filón de ideólogos que la Iglesia conoce y combate desde hace muchos años, el de la eugenesia neomalthusiana», advierte la historiadora.
En cualquier caso, con la píldora anticonceptiva se impone rápidamente como bien masivo el control de la natalidad, «sobre todo como instrumento de liberación para las mujeres» en cuanto que les «permite comportarse desde el punto de vista sexual como los hombres», expone Scaraffia: «pueden ser las únicas en decidir la concepción de un hijo», «pueden separar definitivamente» «la sexualidad respecto del amor y de la familia».
Son «transformaciones culturales» que «contagian también a los católicos» --recuerda--; el debate de los fines del matrimonio se ve fuertemente influenciado por las transformaciones culturales occidentales; «se percibe cada vez más el matrimonio como una institución humana, con finalidades humanas y sociales, esto es, la consecución de una realización afectiva y sexual individual, y como tal expuesto a la fragilidad de los deseos humanos».
De ahí la preocupación de la Iglesia, «que ve en peligro la irreversibilidad del vínculo -subraya la historiadora--, pero sobre todo vislumbra» «una auténtica supresión de Dios de la relación entre los esposos, aunque sean creyentes».
Así que «la segunda revolución sexual no sólo separará definitivamente la sexualidad de la procreación, sino también del matrimonio y del amor, para legitimarla como simple búsqueda de placer individual», sintetiza.
Este es, a grandes rasgos, el itinerario de la revolución sexual y de la contracepción --que se convierten, «sobre todo a partir de los '60, en una de las cuestiones más calientes del catolicismo contemporáneo»-- y el contexto de la publicación de la Humanae vitae.
La profesora Scaraffia apunta la razón principal «de la difícil recepción de la encíclica, incluso dentro del mundo católico»; viene de la pluma de Joseph Razinger en 1995: «Si se quisiera hacer un reproche al Papa [Pablo VI], no podría ser el del naturalismo -dice el purpurado--, sino como mucho el del que tiene una idea demasiado grande del ser humano, de la capacidad de su libertad en el ámbito de la relación espíritu-cuerpo».
En cuanto a las últimas décadas, «el clima respecto a la liberación sexual ha cambiado» --recalca la historiadora-- «porque ya no estamos ansiosos de introducirla en nuestras sociedades, sino que incluso hoy -que ya se ha difundido establemente- estamos dispuestos a contemplarla con mirada crítica, conscientes de que el mito de la felicidad al alcance de la mano no se ha cumplido tampoco esta vez».Por Marta Lago