sábado, 18 de diciembre de 2010

Benedicto XVI: el árbol de Navidad enriquece el valor simbólico del belén


El abeto de la plaza de San Pedro fue iluminado esta tarde


CIUDAD DEL VATICANO, viernes 17 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).-

El árbol de Navidad es un símbolo de la devoción popular que habla al mundo de esperanza y de paz.

Lo dijo este viernes Benedicto XVI al acoger a una delegación de unos 300 fieles procedentes de la diócesis de Bolzano-Bressanone, llegados al Vaticano para el regalo del árbol de Navidad colocado en la plaza de San Pedro e iluminado esta noche.

De unos 30 metros de alto y con un diámetro de siete, el abeto, de 80 años de edad, procede de un valle del Tirol del Sur -como ya sucedió en 2007-, en concreto del Común de Luson en el Valle Isarco.

Talado sin dañar el bosque en el que creció -localizado a casi 1.500 metros de altitud-, el árbol de Navidad, que pesa cinco toneladas, llegó al Vaticano el pasado 2 de diciembre y fue colocado en la plaza al día siguiente.

Junto al abeto principal, han sido donados también unos cuarenta árboles más pequeños, algunos de ellos decorados con estrellas de paja realizadas a mano por miembros del Movimiento Católico de Mujeres de Bressanone.

Esos árboles más pequeños adornarán los apartamentos pontificios, las residencias de los cardenales, las oficinas de la Curia y el Aula Pablo VI.

“Sé que este particular acontecimiento ha despertado interés y ha implicado a toda la población de la región”, dijo el Papa, dando las gracias a todos los presentes.

“El árbol de Navidad -explicó Benedicto XVI- enriquece el valor simbólico del belén, que es un mensaje de fraternidad y de amistad; una invitación a la unidad y a la paz; una invitación a dejar sitio, en nuestra vida y en la sociedad, a Dios, que nos ofrece su amor omnipotente a través de la frágil figura de un Niño, porque quiere que respondamos libremente a su amor con nuestro amor”.

“El belén y el árbol -continuó- traen por tanto un mensaje de esperanza y de amor, y ayudan a crear el clima propicio para vivir en la justa dimensión espiritual y religiosa el misterio del nacimiento del Redentor”.

Las luces, añadió, son el signo de “la luz que Cristo ha traído a la humanidad a través de su nacimiento” para disipar “las tinieblas del terror, de la tristeza y del pecado”.

El Pontífice deseó “que esta generosa iniciativa exhorte a todos los habitantes del Tirol del Sur a dar testimonio en el propio ambiente de los valores de la vida, del amor y de la paz que cada año nos encomienda la Navidad”.

Benedicto XVI también agradeció al alcalde de Naz-Sciaves el gesto de haberle querido conferir la ciudadanía de honor en recuerdo de su abuela paterna, originaria de Rasa, que forma parte de este municipio.

Por la tarde, fueron encendidas las luces del árbol de Navidad en la plaza de San Pedro con una ceremonia evocadora, especialmente esperada por los fieles romanos y por los peregrinos.

En la ceremonia, intervinieron el obispo de Bolzano-Bressanone, monseñor Karl Golser; el presidente de la provincia, Luis Durnwalder; y el alcalde de Bressanone, Albert Pürgstaller, junto a miembros de la Compañía de los Schützen de Valle Isarco, así como diversos representantes del Estado de la Ciudad del Vaticano.

La animación musical corrió a cargo de tres formaciones de Bressanone: el coro del Duomo, la banda de música Bürgerkapelle y el Coro Plose.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Discurso del Papa en el acto de veneración a la Inmaculada

Hoy en la Plaza de España en Roma



ROMA, miércoles 8 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el discurso pronunciado por el Papa Benedicto XVI este miércoles por la tarde, durante el tradicional acto de veneración de la Inmaculada en la Plaza de España en Roma.


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¡Queridos hermanos y hermanas!

También este año nos hemos dado cita aquí, en la Plaza de España, para rendir homenaje a la Virgen Inmaculada, con ocasión de su fiesta solemne. A todos vosotros, que habéis venido en gran número, como también a cuantos participan mediante la radio y la televisión, dirijo mi saludo cordial. Estamos aquí reunidos en torno a este histórico monumento, que hoy está todo rodeado de flores, signo del amor y de la devoción del pueblo romano por la Madre de Jesús. Y el don más bello, y que a ella más agrada, que nosotros ofrecemos es nuestra oración, la que llevamos en el corazón y que confiamos a su intercesión. Son invocaciones de acción de gracias y de súplica: agradecimiento por el don de la fe y por todo el bien que cotidianamente recibimos de Dios; y súplica por las diversas necesidades, por la familia, la salud, el trabajo, por todas las dificultades que la vida nos hace encontrar.

Pero cuando venimos aquí, especialmente en esta celebración del 8 de diciembre, es mucho más importante lo que recibimos de María, respecto a lo que le ofrecemos. Ella, de hecho, nos da un mensaje destinado a cada uno de nosotros, a la ciudad de Roma y al mundo entero. También yo, que soy el Obispo de esta Ciudad, vengo para ponerme a la escucha, no solo por mí, sino por todos. ¿Y qué nos dice María? Ella nos habla con la Palabra de Dios, que se hizo carne en su seno. Su “mensaje” no es otro que Jesús, Él que es toda su vida. Y gracias a Él y por Él que es la Inmaculada. Y como el Hijo de Dios se hizo hombre por nosotros, así también ella, la Madre, fue preservado del pecado por nosotros, por todos, como anticipo de la salvación de Dios para cada hombre. Así María nos dice que todos somos llamados a abrirnos a la acción del Espíritu Santo para poder llegar, en nuestro destino final, a ser inmaculados, plena y definitivamente libres del mal. Nos lo dice con su misma santidad, con una mirada llena de esperanza y de compasión, que evoca palabras como estas: “No temas, hijo, Dios te quiere; te ama personalmente; pensó en ti antes de que vinieras al mundo y te llamó a la existencia para colmarte de amor y de vida; por esto ha salido a tu encuentro, se ha hecho como tú, se ha convertido en Jesús, Dios-Hombre, en todo igual que tú pero sin pecado; se dio a sí mismo por ti, hasta morir en la cruz, y así te dio una vida nueva, libre, santa e inmaculada" (cfr Ef 1,3-5).

Este mensaje nos da María, y cuando vengo aquí, a esta Fiesta, me impresiona, porque lo siento dirigido a toda la Ciudad, a todos los hombres y mujeres que viven en Roma: también a quien no piensa en ello, a quien hoy no se acuerda siquiera que es la Fiesta de la Inmaculada; a quien se siente solo y abandonado. La mirada de María es la mirada de Dios sobre cada uno. Ella nos mira con el amor mismo del Padre y nos bendice. Se comporta como nuestra “abogada” - y así la invocamos en la Salve, Regina: "Advocata nostra". Aunque todos hablaran mal de nosotros, ella, la la Madre, hablaría bien, porque su corazón inmaculado está sintonizado con la misericordia de Dios. Así ve ella la Ciudad: no como un aglomerado anónimo, sino como una constelación donde Dios conoce a todos personalmente por su nombre, uno a uno, y nos llama a resplandecer de su luz. Y quienes a los ojos del mundo son los primeros, para Dios son los últimos; los que son pequeños, para Dios son grandes. La Madre nos mira como Dios la miró a ella, humilde muchacha de Nazaret, insignificante a los ojos del mundo pero elegida y preciosa para Dios. Reconoce en cada uno la semejanza con su Hijo Jesús, ¡aunque nosotros seamos tan diferentes! ¿Pero quién más que ella conoce el poder de la Gracia divina? ¿Quién mejor que ella sabe que nada es imposible para Dios, capaz incluso de sacar el bien del mal?

Este es, queridos hermanos y hermanas, el mensaje que recibimos aquí, a los pies de María Inmaculada. Es un mensaje de confianza para cada persona de esta Ciudad y del mundo entero. Un mensaje de esperanza no hecho de palabras, sino de su misma historia: ¡ella, una mujer de nuestra estirpe, que dio a luz al Hijo de Dios y compartió toda su propia existencia con Él! Y hoy nos dice: este es también tu destino, el vuestro, el destino de todos: ser santos como nuestro Padre, ser inmaculados como nuestro Hermano Jesucristo, ser hijos amados, adoptados todos para formar una gran familia, sin límites de nacionalidad, de color, de lengua, porque uno solo es Dios, Padre de cada hombre.

¡Gracias, oh Madre Inmaculada, por estar siempre con nosotros! Vela siempre sobre nuestra Ciudad: conforta a los enfermos, alienta a los jóvenes, sostén a las familias. Infunde la fuerza para rechazar el mal, en todas sus formas, y de elegir el bien, aun cuando cuesta y comporta ir contracorriente. Danos la alegría de sentirnos amados por Dios, bendecidos por Él, predestinados a ser sus hijos.

¡Virgen Inmaculada, dulcísima Madre nuestra, ruega por nosotros!

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez]

sábado, 4 de diciembre de 2010

Defender y promover matrimonio auténtico, familia y vida desde la concepción, exhorta Benedicto XVI

No se debe aprobar leyes que favorezcan la fecundación in vitro o el aborto






VATICANO, 03 Dic. 10 / 10:34 am (ACI)

Al recibir esta mañana las cartas credenciales del nuevo Embajador de Costa Rica ante la Santa Sede, Fernando Felipe Sánchez Campos, el Papa Benedicto XVI exhortó a defender y promover el matrimonio auténtico conformado por un hombre y una mujer, la familia que nace de este y toda vida humana desde la concepción hasta la muerte natural.

En su discurso el Santo Padre elevó sus oraciones por esta nación centroamericana y recordó sus estrechos lazos con el Sucesor de Pedro. También se refirió al Año Jubilar por los 375 años de la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, Patrona del país.

El Papa se refirió luego al patrimonio espiritual de Costa Rica, que hace posible luchar por el bien común y la justicia social, tarea en la que "nadie puede sentirse al margen". Esto, precisó, debe hacerse "sin menoscabar los valores fundamentales que vertebran la inviolable dignidad de la persona, comenzando por la firme salvaguarda de la vida humana".

Benedicto XVI recordó entonces que fue precisamente en Costa Rica "donde se firmó el Pacto de San José, en el que se reconoce expresamente el valor de la vida humana desde su concepción. Así pues, es deseable que Costa Rica no viole los derechos del nasciturus con leyes que legitimen la fecundación in vitro y el aborto".

Tras referirse al deseo de generar un nuevo acuerdo entre la Santa Sede y Costa Rica que concrete "las materias de interés común, fijando pormenorizadamente los derechos y obligaciones de las partes signatarias", el Papa elevó sus oraciones por los afectados por las lluvias en este país en los últimos días.

Luego de enumerar una serie de tareas importantes de Costa Rica a favor de los más pobres y necesitados para asegurarles una vida digna, en camino hacia la verdadera paz a través también del estado de derecho, el Santo Padre explicó que "mucho contribuirá a dilatar este horizonte el afianzamiento en la sociedad de un pilar tan sustancial e irrenunciable como la estabilidad y unión de la familia, institución que está sufriendo, quizás como ninguna otra, la acometida de las transformaciones amplias y rápidas de la sociedad y de la cultura".

Ante estos ataques a la familia, dijo el Papa, esta célula básica de la sociedad "no puede perder su identidad genuina, pues está llamada a ser vivero de virtudes humanas y cristianas, en donde los hijos aprendan de sus padres de forma natural a respetarse y comprenderse, a madurar como personas, creyentes y ciudadanos ejemplares".

"Por consiguiente, nada de cuanto favorezca, tutele y apoye la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer será baldío. En este sentido, la Iglesia no se cansará de alentar especialmente a los jóvenes, para que descubran la belleza y grandeza que entraña servir fiel y generosamente al amor matrimonial y a la transmisión de la vida", precisó.

Finalmente, el Papa también hizo un especial llamado a la paz, y al buen entendimiento entre las naciones. En este contexto resaltó la necesidad de contribuir a la defensa de la naturaleza en consonancia del desarrollo humana integral para lograr "esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos".