lunes, 8 de abril de 2013

El papa Francisco, un apóstol de la misericordia






Madrid, 07 de abril de 2013 (Zenit.org) Iván de Vargas

El lema del papa Francisco, Miserando atque eligendo, es un homenaje a la misericordia divina. Ciertamente, esta expresión reviste un significado particular en la vida y en el itinerario espiritual del santo padre.
En 1953, a la edad de 17 años, el joven Jorge Mario Bergoglio experimenta, de un modo del todo particular, la presencia amorosa de Dios en su vida. Después de una confesión, siente su corazón tocado y advierte la llegada de la misericordia de Dios, que, con mirada de tierno amor, le llama a la vida religiosa a ejemplo de san Ignacio de Loyola.
Una vez elegido obispo, el religioso jesuita, en recuerdo de tal acontecimiento, que marca los inicios de su total consagración a Dios en Su Iglesia, decide elegir, como lema y programa de vida, el citado enunciado de San Beda "lo miró con misericordia y lo eligió", que también ha querido reproducir en su escudo pontificio.
Para el nuevo papa, la misericordia de Dios es el mensaje "más fuerte" y una idea central de su pensamiento.
Al ser creado cardenal por el papa Juan Pablo II, monseñor Bergoglio dice: "Sólo alguien que ha encontrado la misericordia, que ha sido acariciado por la misericordia, está feliz y cómodo con el Señor".
Además, el entonces purpurado argentino acude anualmente al santuario de Villa Urquiza, en Buenos Aires, para celebrar la fiesta patronal en honor de Jesús Misericordioso. Asimismo, no falta a su cita con la Caravana Nacional de la Divina Misericordia.
Siendo arzobispo de Buenos Aires, tiene también una importante intervención en el Primer Congreso Apostólico Mundial de la Divina Misericordia, celebrado en el año 2008 en Roma.
Quienes le conocen bien aseguran que el padre Bergoglio siempre recomienda a sus sacerdotes misericordia, valentía apostólica y puertas abiertas a todos.
Tras su elección como sucesor de Pedro, todavía resuenan con fuerza las palabras del papa Francisco en la pequeña iglesia parroquial de Santa Ana: "La misericordia cambia el mundo, hace al mundo menos frío y más justo. El rostro de Dios es el rostro de la misericordia, que siempre tiene paciencia. [...] Dios nunca se cansa de perdonarnos. El problema es que nosotros nos cansamos de pedirle perdón. ¡No nos cansemos nunca! Él es el padre amoroso que siempre perdona, que tiene misericordia con todos nosotros".
En el reciente pregón pascual, la invitación del santo padre es clara: "Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta misericordia".