sábado, 12 de mayo de 2018

DOMINGO ASCENSIÓN del SEÑOR 2018




Día 13 VII Domingo de Pascua: La Ascensión del Señor

 Nuestro Señor asciende a los cielos, entre la admiración y la perplejidad de sus discípulos. Y nosotros, que también somos sus discípulos y queremos cada día desempeñar mejor esta misión, para la que el mismo Cristo cuenta con cada uno, nos ponemos hoy en el lugar de aquellos apóstoles..., junto a ellos. Queremos dar a nuestro Dios, con esta vida que llevamos, la misma respuesta generosa, positiva, que ellos le dieron. Dice san Marcos que la doctrina que enseñaban los apóstoles quedaba confirmada con los milagros que la acompañaban. Era, indudablemente, como para sentirse felices y llenos de entusiasmo, comprobar que, en efecto, había valido la pena la entrega generosa que hacía ya tres años hicieron de su vida y las incomprensiones que apenas comenzaban a padecer. San Lucas, por su parte, manifiesta en su evangelio que mientras los bendecía, se alejó de ellos y comenzó a elevarse al cielo.

 Y ellos le adoraron y regresaron a Jerusalén con gran alegría. Nada más lógico que esa alegría, aunque fuera acompañada de otros sentimientos, incluso de cierto temor, razonable, al sentirse por primera vez separados físicamente del Maestro. Es preciso que los discípulos del Señor, en nuestro siglo, nos tomemos como aquellos primeros el compromiso cristiano. Predicaron por todas partes, afirma el evangelista. Es lo primero –y lo único– que nos dice san Marcos tras la ascensión del Señor a los cielos, y con lo que concluye su Evangelio. Nos da así a entender que, en adelante, la vida de quienes fueron leales a Cristo consistiría en eso: anunciar por todas partes lo que de Jesús habían aprendido. Pero no estaban solos: el Señor cooperaba y confirmaba la palabra con los milagros que la acompañaban.

Era la promesa de Jesús. Se marchaba a los cielos, pero a la vez se quedaba con ellos para siempre: presente en la Eucaristía de modo muy singular; y presente, de modo especialísimo, por la acción del Espíritu Santo, que dentro de pocos días iban a recibir, como Jesús les había anunciado. El Paráclito inundaría de luz las inteligencias de cuantos fueran fieles y de fuerza sus corazones. Con la misma confianza con que le habían seguido hasta entonces, estaban dispuestos ahora a continuar la misión encomendada.

Ya no le verían a su lado, pero no les faltaría su fuerza ni su consuelo ningún día, según recoge san Mateo finalizando su evangelio: —Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo