Exhorta a los jóvenes a abrir el corazón al poder del Espíritu
SYDNEY, domingo, 20 julio 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI espera que la XXIII Jornada Mundial de la Juventud sea un nuevo Pentecostés, una venida del Espíritu Santo sobre los jóvenes para que anuncien al mundo a Cristo resucitado, según él mismo confeso en la misa de clausura.
A la homilía dirigida a los 400 mil peregrinos, dedicada a mostrar el poder del Espíritu, le siguió la lista de los 24 jóvenes que serían confirmados por el Papa: doce de cada estado australiano y otros doce del resto del mundo.
El pontífice pudo darse cuenta de la cantidad de persona reunidas en el hipódromo de Randwick, donde habían pasado la noche bajo las estrellas unos 225 mil jóvenes, al sobrevolar la explanada en helicóptero antes de la celebración eucarística.
Bajo el sol del invierno austral, el obispo de Roma deseó: "Que el fuego del amor de Dios descienda y llene vuestros corazones para uniros cada vez más al Señor y a su Iglesia y enviaros, como nueva generación de Apóstoles, a llevar a Cristo al mundo".
El Santo Padre explicó a los chicos y chicas qué es el poder del Espíritu Santo con estas palabras: "Es el poder de la vida de Dios. Es el poder del mismo Espíritu que se cernía sobre las aguas en el alba de la creación y que, en la plenitud de los tiempos, levantó a Jesús de la muerte. Es el poder que nos conduce, a nosotros y a nuestro mundo, hacia la llegada del Reino de Dios".
Una nueva era
El obispo de Roma aclaró que con el Evangelio de Jesús comenzó una nueva era, "en la cual el Espíritu Santo será derramado sobre toda la humanidad".
"En esta gran asamblea de jóvenes cristianos provenientes de todo el mundo, hemos tenido una experiencia elocuente de la presencia y de la fuerza del Espíritu en la vida de la Iglesia", constató.
"Hemos visto la Iglesia como es verdaderamente --siguió diciendo--: Cuerpo de Cristo, comunidad viva de amor, en la que hay gente de toda raza, nación y lengua, de cualquier edad y lugar, en la unidad nacida de nuestra fe en el Señor resucitado".
Sin embargo, aclaró, "esta fuerza, la gracia del Espíritu Santo, no es algo que podamos merecer o conquistar; podemos sólo recibirla como puro don".
"El amor de Dios puede derramar su fuerza sólo cuando le permitimos cambiarnos por dentro. Debemos permitirle penetrar en la dura costra de nuestra indiferencia, de nuestro cansancio espiritual, de nuestro ciego conformismo con el espíritu de nuestro tiempo".
"Sólo entonces podemos permitirle encender nuestra imaginación y modelar nuestros deseos más profundos".
Por esto, aseguró, "es tan importante la oración: la plegaria cotidiana, la privada en la quietud de nuestros corazones y ante el Santísimo Sacramento, y la oración litúrgica en el corazón de la Iglesia".
Renovación para el mundo y la Iglesia
El Papa aseguró que el mundo tiene necesidad de esta renovación, pues "en muchas de nuestras sociedades, junto a la prosperidad material, se está expandiendo el desierto espiritual: un vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación".
"Éste es el don grande y liberador que el Evangelio lleva consigo: revela nuestra dignidad de hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios. Revela la llamada sublime de la humanidad, que es la de encontrar la propia plenitud en el amor. Revela la verdad sobre el hombre, la verdad sobre la vida".
Pero "también la Iglesia tiene necesidad de renovación", reconoció. "Tiene necesidad de vuestra fe, vuestro idealismo y vuestra generosidad, para poder ser siempre joven en el Espíritu".
"Abrid vuestro corazón a esta fuerza --añadió--. Dirijo esta invitación de modo especial a los que el Señor llama a la vida sacerdotal y consagrada. No tengáis miedo de decir vuestro "sí" a Jesús, de encontrar vuestra alegría en hacer su voluntad, entregándoos completamente para llegar a la santidad y haciendo uso de vuestros talentos al servicio de los otros".