CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 29 de octubre de 2008 (ZENIT.org).-
Benedicto XVI ha propuesto meditar en la eternidad en este fin de semana en el que el 2 de noviembre se conmemora a los difuntos.
Con su propuesta el Papa invitó a orientar la vida hacia los valores que no perecen, una auténtica alternativa a muchas de las fiestas de Halloween que tendrán lugar en este fin de semana.
Hablando en eslovaco, el pontífice explicó que "el domingo próximo, la Iglesia invita a rezar por los difuntos".
"Que su recuerdo nos lleve a meditar en la eternidad, orientando nuestra vida hacia los valores que no perecen".
El día anterior, 1 de noviembre, la Iglesia celebrará la solemnidad de todos los santos. Esta fiesta, como todas las solemnidades, comienza la noche anterior. Por eso, a la noche del 31 de octubre se le llama, en inglés antiguo, "All hallow's eve" (víspera de todos los santos). Mas tarde "All hallow´s eve" se abrevió a "Halloween".
Pero, como las celebraciones de un pueblo reflejan su cultura y su fe, Halloween dejó de ser una fiesta cristiana para convertirse en una fantasía de brujas y fantasmas.
Catequesis que el Papa pronunció ante los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro, con motivo de la Audiencia General.
Ciudad del Vaticano, 1 de octubre de 2008.
Queridos hermanos y hermanas,
El respeto y la veneración que Pablo ha cultivado siempre hacia los Doce no disminuyen cuando él defendió con franqueza la verdad del Evangelio, que no es otro que Jesucristo, el Señor. Queremos hoy detenernos en dos episodios que demuestran la veneración y, al mismo tiempo, la libertad con la que el Apóstol se dirige a Cefas y a los otros Apóstoles: el llamado "Concilio" de Jerusalén y el incidente de Antioquía de Siria, relatados en la Carta a los Gálatas (cfr 2,1-10; 2,11-14).
Todo Concilio y Sínodo de la Iglesia es "acontecimiento del Espíritu" y reúne en su realización las solicitudes de todo el Pueblo de Dios: lo han experimentado en primera persona quienes tuvieron el don de participar en el Concilio Vaticano II. Por esto san Lucas, al informarnos sobre el primer Concilio de la Iglesia, que tuvo lugar en Jerusalén, introduce así la carta que los Apóstoles enviaron en esta circunstancia a las comunidades cristianas de la diáspora: "Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros..." (Hch 15, 28). El Espíritu, que obra en toda la Iglesia, conduce de la mano a los Apóstoles a la hora de tomar nuevos caminos para realizar sus proyectos: Él es el artífice principal de la edificación de la Iglesia.
Y sin embargo, la asamblea de Jerusalén tuvo lugar en un momento de no poca tensión dentro de la Comunidad de los orígenes. Se trataba de responder a la pregunta de si era oportuno exigir a los paganos que se estaban convirtiendo a Jesucristo, el Señor, la circuncisión, o si era lícito dejarlos libres de la Ley mosaica, es decir, de la observación de las normas necesarias para ser hombres justos, obedientes a la Ley, y sobre todo libres de las normas relativas a las purificaciones rituales, los alimentos puros e impuros y el sábado. A la Asamblea de Jerusalén se refiere también san Pablo en Ga 2, 1-10: tras catorce años de su encuentro con el Resucitado en Damasco -estamos en la segunda mitad de los años 40 d.C.- Pablo parte con Bernabé desde Antioquía de Siria y se hace acompañar de Tito, su fiel colaborador que, aún siendo de origen griego, no había sido obligado a hacerse circuncidar cuando entró en la Iglesia. En esta ocasión Pablo expuso a los Doce, definidos como las personas más relevantes, su evangelio de libertad de la Ley (cfr Ga 2,6). A la luz del encuentro con Cristo resucitado, él había comprendido que en el momento del paso al Evangelio de Jesucristo, a los paganos ya no les eran necesarios la circuncisión, las leyes sobre el alimento, y sobre el sábado, como muestra de justicia: Cristo es nuestra justicia y "justo" es todo lo que está conforme a Él. No son necesarios otros signos para ser justos. En la Carta a los Gálatas refiere, con pocas palabras, el desarrollo de la Asamblea: recuerda con entusiasmo que el evangelio de la libertad de la Ley fue aprobado por Santiago, Cefas y Juan, "las columnas", que le ofrecieron a él y a Bernabé la mano derecha en signo de comunión eclesial en Cristo (Gal 2,9). Si, como hemos notado, para Lucas el Concilio de Jerusalén expresa la acción del Espíritu Santo, para Pablo representa el reconocimiento de la libertad compartida entre todos aquellos que participaron en él: libertad de las obligaciones provenientes de la circuncisión y de la Ley; esa libertad por la que "Cristo nos ha liberado, para que seamos libres" y no nos dejemos imponer ya el yugo de la esclavitud (cfr Ga 5,1). Las dos modalidades con que Pablo y Lucas describen la Asamblea de Jerusalén se unen por la acción liberadora del Espíritu, porque "donde está el Espíritu del Señor hay libertad", dirá en la Segunda Carta a los Corintios (cfr 3,17).
Con todo, como aparece con gran claridad en las Cartas de san Pablo, la libertad cristiana no se identifica nunca con el libertinaje o con el arbitrio de hacer lo que se quiere; esta se realiza en conformidad con Cristo y por eso, en el auténtico servicio a los hermanos, sobre todo a los más necesitados. Por esto, el relato de Pablo sobre la asamblea se cierra con el recuerdo de la recomendación que le dirigieron los Apóstoles: "sólo que nosotros debíamos tener presentes a los pobre, cosa que he procurado cumplir con todo esmero" (Ga 2, 10). Cada Concilio nace de la Igelsia y vuelve a la Iglesia: en aquella ocasión vuelve con la atención a los pobres que, de las diversas anotaciones de Pablo en sus Cartas, son sobre todo los de la Iglesia de Jerusalén. En la preocupación por los pobres, atestiguada particularmente por la segunda Carta a los Corintios (cfr 8-9) y en la conclusión de la Carta a los Romanos (cfr. Rm 15), Pablo demuestra su fidelidad a las decisiones maduradas durante la Asamblea.
Quizás ya no estemos en grado de comprender plenamente el significado que Pablo y sus comunidades atribuyeron a la colecta para los pobres de Jerusalén. Se trató de una iniciativa del todo nueva en el panorama de las actividades religiosas: no fue obligatoria, pero libre y espontánea; tomaron parte todas las Iglesias fundadas por Pablo en Occidente. La colecta expresaba la deuda de sus comunidades a la Iglesia madre de Palestina, de la que habían recibido el don inenarrable del Evangelio. Tan grande es el valor que Pablo atribuye a este gesto de participación que raramente la llama "colecta": es más bien "servicio", "bendición", "amor", "gracia", es más, "liturgia" (2 Cor, 9). Sorprende, particularmente, este último término, que confiere a la recogida de dinero un valor incluso de culto: por una parte es un gesto litúrgico o "servicio", ofrecido por cada comunidad a Dios, y por otra es acción de amor cumplida a favor del pueblo. Amor por los pobres y liturgia divina van juntas, el amor por los pobres es liturgia. Los dos horizontes están presentes en toda liturgia celebrada y vivida en la Iglesia, que por su naturaleza se opone a la separación entre el culto y la vida, entre la fe y las obras, entre la oración y la caridad a los hermanos. Así el Concilio de Jerusalén nace para dirimir la cuestión sobre cómo comportarse con los paganos que llegaban a la fe, eligiendo la libertad de la circuncisión y por las observancias impuestas por la Ley, y se resuelve en la solicitud pastoral que pone en el centro la fe en Cristo Jesús y el amor por los pobres de Jerusalén y de toda la Iglesia.
El segundo episodio es el conocido incidente de Antioquía, en Siria, que da a entender la libertad interior de que gozaga Pablo: ¿cómo comportarse en ocasión de la comunión en la mesa entre creyentes de origen judío y los de matriz gentil? Aquí se pone de manifiesto el otro epicentro de la observancia mosaica: la distinción entre alimentos puros e impuros, que dividía profundamente a los hebreos observantes de los paganos. Inicialmente Cefas, Pedro, compartía la mesa con unos y con otros: pero con la llegada de algunos cristianos ligados a Santiago, "el hermano del Señor" (Ga 1,19), Pedro había empezado a evitar los contactos en la mesa con los paganos, para no escandalizar a los que continuaban observando las leyes de pureza alimentaria; y la elección era compartida por Bernabé. Tal elección dividía profundamente a los cristianos venidos de la circuncisión y los cristianos venidos del paganismo. Este comportamiento, que amenazaba realmente la unidad y la libertad de la Iglesia, suscitó encendidas reacciones de Pablo, que llegó a acusar a Pedro y a los demás de hipocresía: "Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?" (Ga 2, 14). En realidad, las preocupaciones de Pablo, por una parte, y de Pedro y Bernabé, por otro, eran distintas: para los últimos la separación de los paganos representaba una modalidad para tutelar y para no escandalizar a los creyentes provenientes del judaísmo; para Pablo constituía, en cambio, un peligro de malentendimiento de la salvación universal en Cristo ofrecida tanto a los paganos como a los judíos. Si la justificación se realiza sólo en virtud de la fe en Cristo, de la conformidad con Él, sin obra alguna de la Ley, ¿qué sentido tiene observar aún la pureza alimentaria con ocasión de la participación en la mesa? Muy probablemente las perspectivas de Pedro y de Pablo eran distintas: para el primero, no perder a los judíos que se habían adherido al Evangelio, para el segundo no disminuir el valor salvífico de la muerte de Cristo para todos los creyentes.
Es extraño decirlo, pero escribiendo a los cristianos de Roma, algunos años después (hacia la mitad de los años 50) Pablo mismo se encontrará ante una situación análoga y pedirá a los fuertes que no coman comida impura para no perder o para no escandalizar a los débiles: "Lo bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad" (Rm 14, 21). El incidente de Antioquía se reveló así como una lección tanto para Pedro como para Pablo. Solo el diálogo sincero, abierto a la verdad del Evangelio, pudo orientar el camino de la Iglesia: "Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo (Rm 14,17). Es una lección que debemos aprender también nosotros: con los diversos carismas confiados a Pedro y a Pablo, dejémonos todos guiar por el Espíritu, intentando vivir en la libertad que encuentra su orientación en la fe en Cristo y se concreta en el servicio a los hermanos. Es esencial ser cada vez más conformes a Cristo. Es así que se es realmente libre, así se expresa en nosotros el núcleo más profundo de la Ley: el amor a Dios y al prójimo. Pidamos al Señor que nos enseñe a compartir sus sentimientos, para aprender de Él la verdadera libertad y el amor evangélico que abraza a todo ser humano.
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 22 de octubre de 2008 (ZENIT.org).-
Ante los peregrinos reunidos este miércoles en la Plaza de San Pedro para la Audiencia General, Benedicto XVI volvió a retomar el ciclo de catequesis sobre san Pablo, centrándose en esta ocasión en la centralidad de la divinidad de Cristo, crucificado y resucitado, en sus enseñanzas.
Pablo, explica el Papa, centraba su enseñanza a las comunidades en “el anuncio de Jesucristo como 'Señor', vivo ahora y presente en medio de los suyos”, hasta el punto de que “Jesucristo resucitado, 'exaltado sobre todo nombre', está en el centro de todas sus reflexiones”.
“De ahí la esencialidad característica de la cristología paulina, que desarrolla las profundidades del misterio con una preocupación constante y precisa: anunciar, ciertamente, a Jesús, su enseñanza, pero anunciar sobre todo la realidad central de su muerte y resurrección”, subraya.
Esta experiencia de Cristo vivo, que Pablo tuvo en el camino de Damasco, es la que intenta transmitir, explica el obispo de Roma: “Cristo es para el Apóstol el criterio de valoración de los acontecimientos y de las cosas, el fin de todo esfuerzo que él hace para anunciar el Evangelio, la gran pasión que sostiene sus pasos por los caminos del mundo”.
Este Cristo es “un Cristo vivo, concreto”, es “esta persona que me ama, con la que puedo hablar, que me escucha y me responde, éste es realmente el principio para entender al mundo y para encontrar el camino en la historia”.
La cristología paulina apunta a la divinidad de Cristo, a quien identifica con la Sabiduría del Antiguo Testamento. Efectivamente, explica el Papa, los Libros sapienciales muestran una Sabiduría que existía antes de la creación del mundo, y que descendió para establecerse entre los hombres, como se recuerda en el prólogo del evangelio de Juan.
“San Pablo, desarrollando su cristología, se refiere precisamente a esta perspectiva sapiencial: reconoce a Jesús la sabiduría eterna existente desde siempre, la sabiduría que desciende y se crea una tienda entre nosotros”, añade.
Sin embargo, este reconocimiento de la divinidad de Cristo no es una “invención paulina”, explica el Papa, pues uno de los textos más significativos, el himno a la humildad de Cristo contenido en la carta a los Filipenses, es, según los exégetas, una composición precedente.
“Este es un dato de gran importancia, porque significa que el judeo-cristianismo, antes de san Pablo, creía en la divinidad de Jesús. En otras palabras, la fe en la divinidad de Jesús no es un invento helenístico, surgido después de la vida terrena de Jesús”, explica el Papa, sino que “el primer judeo-cristianismo creía en la divinidad de Jesús, es más, podemos decir que los mismos Apóstoles, en los grandes momentos de la vida de su Maestro, han entendido que Él era el Hijo de Dios”.
Otro de los aspectos que la cristología de Pablo pone de manifiesto, afirma el Papa, es la realización del plan divino de la salvación, que contrasta “con la pretensión de Adán que quería hacerse Dios, y contrasta también con el gesto de los constructores de la torre de Babel que querían edificar por sí solos el puente hasta el cielo y hacerse ellos mismos divinidad”.
“Esta iniciativa de la soberbia acabó con la autodestrucción: así no se llega al cielo, a la verdadera felicidad, a Dios. El gesto del Hijo de Dios es exactamente lo contrario: no la soberbia, sino la humildad, que es la realización del amor, y el amor es divino”.
Esta humildad de Cristo, “con la que contrasta la soberbia humana”, explica el Papa, “es realmente expresión del amor divino; a ella le sigue esa elevación al cielo a la que Dios nos atrae con su amor”.
Precisamente, Cristo invita a los hombres a “participar en su humildad, es decir, a su amor hacia el prójimo, para ser así partícipes de su glorificación, convirtiéndonos con él en hijos en el Hijo”, concluye el Papa.
Visita a la ciudad reconstruida de las cenizas por el beato Bartolo Longo
POMPEYA, domingo, 19 de octubre de 2008 (ZENIT.org).-
Benedicto XVI puso este domingo al mundo en manos de María al visitar el santuario de Pompeya, en el sur de Italia.
Uno de los momentos culminantes del duodécimo viaje pastoral a Italia se vivió cuando, tras haber celebrado la eucaristía en la plaza del santuario, dirigió la Súplica a la Virgen del Rosario, escrita por el beato Bartolo Longo, en 1883.
"Piedad hoy imploramos por las naciones descarriadas, por toda Europa, por todo el mundo, para que, arrepentido, vuelva a tu Corazón. Misericordia para todos ¡Madre de Misericordia!", dice la plegaria.
Con palabras del beato, el Papa se dirigió a María diciendo: "Si tú no quisieras ayudarnos, porque somos hijos ingratos y no merecemos tu amparo, no sabríamos a quién dirigirnos".
A continuación, como gesto de amor filial, ofreció a la Virgen una Rosa de oro.
El Papa, quien llegó en helicóptero desde el Vaticano, fue acogido a las diez de la mañana en el santuario por unos 50 mil fieles en fiesta por la tercera visita de un sucesor de Pedro.
Pompeya fue destruida por la lava y la lluvia de cenizas el 24 de agosto del año 79 d.c., durante la erupción del Vesubio.
La nueva Pompeya se erigió 1796 años después, respondiendo a la promesa efectuada en 1872 por el abogado laico Bartolo Longo, de construir una iglesia dedicada a Nuestra Señora del Rosario.
El santuario alberga una imagen de la Virgen a la que se atribuyen cientos de milagros y curaciones.
En la homilía de la celebración eucarística, el Papa evocó la figura del beato Longo, che, como San Pablo, había perseguido a la Iglesia, cuando era "un militante anticlerical, que practicaba incluso el espiritismo y la superstición".
Un hombre que cambió radicalmente porque encontró el "verdadero rostro de Dios", transformando el desierto en el que vivía.
"¡Donde llega Dios, el desierto florece! También el beato Bartolo Longo, con su conversión personal, dio testimonio de esta fuerza espiritual que transforma al hombre interiormente y le hace capaz de hacer grandes cosas según el designio de Dios".
"Esta ciudad por él fundada es, por tanto, una demostración histórica sobre cómo Dios transforma el mundo: llenando de caridad el corazón del hombre", explicó.
"Aquí, en Pompeya, se comprende que el amor por Dios y el amor por el prójimo son inseparables", subrayó.
"Aquí, a los pies de María, las familias vuelven a encontrar o refuerzan la alegría del amor que las mantiene unidas".
El secreto de Pompeya, según el Papa, es el Rosario: "Esta oración nos lleva, a través de María, a Jesús".
"El Rosario es oración contemplativa, accesible a todos: grandes y pequeños, laicos y clérigos, cultos o poco instruidos".
"El Rosario es 'arma' espiritual en la lucha contra el mal, contra la violencia, por la paz en los corazones, en las familias, en la sociedad y en el mundo", aseguró.
Tras la misa y el Ángelus, el Papa almorzó con los obispos de Campania (la región italiana de Nápoles).
Después visitó los restos de Bartolo Longo, y dirigió, en torno a las cinco de la tarde, el rezo del Rosario en el santuario, ofreciendo una meditación en la que propuso a los presentes, entre quienes había numerosos religiosos y religiosas, ser apóstoles del Rosario.
Discurso pronunciado hoy por el Papa Benedicto XVI durante el rezo del Ángelus a los peregrinos reunidos en el patio del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo.
Ciudad del Vaticano, 28 de septiembre de 2008.
¡Queridos hermanos y hermanas!
Hoy la liturgia nos propone la parábola evangélica de los dos hijos enviados por el padre a trabajar en su viña. De ellos, uno dice en seguida que sí pero luego no fue; el otro en cambio rechaza en ese momento, pero después, arrepintiéndose, secunda el deseo paterno. Con esta parábola Jesús confirma su predilección por los pecadores que se convierten, y nos enseña que hace falta humildad para acoger el don de la salvación. También san Pablo, en el fragmento de la Carta a los Filipenses que hoy meditamos, nos exhorta a la humildad: “Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores sí mismo”(Fl 2,3). Estos son los mismos sentimientos de Cristo, che, despojándose de la gloria divina por amor a nosotros, se hijo hombre y se rebajó hasta morir crucificado (cfr Fil 2,5-8). El verbo utilizado - ekenôsen - significa literalmente que Él “se vació a sí mismo”, y pone en claro la humildad profunda y el amor infinito de Jesús, el Siervo humilde por excelencia.
Reflexionando sobre estos textos bíblicos, he pensado en seguida en el Papa Juan Pablo I, del que precisamente hoy se cumple el trigésimo aniversario de su muerte. Él eligió como lema episcopal el mismo de san Carlos Borromeo: Humilitas. Una sola palabra que sintetiza lo esencial de la vida cristiana e indica la virtud indispensable de quien, en la Iglesia, está llamado al servicio de la autoridad. En una de las cuatro audiencias generales que celebró en su brevísimo pontificado, dijo entre otras cosas, con ese tono familiar que le caracterizaba: “Me limito a recomendar una virtud, tan querida al Señor, que dijo: aprended de mí que soy manso y humilde de corazón... Aunque hayáis hecho grandes cosas, decid: somos siervos inútiles”. Y observó: “En cambio, la tendencia, en todos nosotros, es más bien la contraria: lucirse” (Enseñanzas de Juan Pablo I, p. 51-52). La humildad puede considerarse su testamento espiritual.
Gracias precisamente a esta virtud, bastaron 33 días para que el Papa Luciani entrase en el corazón de la gente. En sus discursos usaba ejemplos sacados de la vida concreta, de sus recuerdos de familia y de la sabiduría popular. Su simplicidad esta vehículo de una enseñanza sólida y rica, que, gracias al don de una memoria excepcional y de una vasta cultura, enriquecía con numerosas citas de escritores eclesiásticos y profanos. Fue así un catequista incomparable, en las huellas de san Pío X, conciudadano suyo y predecesor antes que él en la cátedra de san Marcos y después en la de san Pedro. “Debemos sentirnos pequeños ante Dios”, dijo en aquella misma audiencia. Y añadió: “No me avergüenzo de sentirme como un niño ante su mamá: se cree en la mamá, yo creo en el Señor y en lo que Él me ha revelado” (ivi, p. 49). Estas palabras muestran todo el espesor de su fe. Mientras agradecemos a Dios por haberlo entregado a la Iglesia y al mundo, atesoramos su ejemplo, empeñándonos en cultivar su misma humildad, que le hizo capaz de hablar a todos, especialmente a los pequeños y a los alejados. Invocamos por ello a María Santísima, humilde Sierva del Señor.
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 13 de octubre de 2008 (ZENIT.org)
El Papa entregará una “Rosa de Oro” a la Virgen de Pompeya, durante su visita pastoral de este domingo al conocido santuario italiano, según el programa hecho público hoy por la Santa Sede.
Está previsto que el Papa se traslade a Pompeya, ciudad cercana a Nápoles, en helicóptero desde el Vaticano, para la celebración eucarística que tendrá lugar en la plaza exterior del Santuario.
Después, el Papa dirigirá una súplica a la Virgen y le ofrecerá una “rosa de oro”. Seguidamente, tendrá lugar el rezo del Ángelus, siempre en la plaza del Santuario.
Está previsto que el Papa se reúna a la hora de comer con los obispos de la región italiana de la Campania, entre ellos con el cardenal Crescenzio Sepe, que hace pocos días viajó a Moscú en visita oficial al Patriarca Alejo II, a quien entregó un mensaje papal.
Posteriomente, el Papa volverá a la plaza del Santuario para el rezo del Rosario, y al término de éste se dirigirá de nuevo al Vaticano en helicóptero.
Según informó el arzobispo-prelado de Pompeya, monseñor Carlo Liberati, está previsto que el Papa “confíe a la intercesión de la Madre del Señor las reflexiones y las conclusiones de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se está celebrando en Roma sobre la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia”.
El Santuario de Pompeya fue construido en 1876 por el beato italiano Bartolo Longo, gran difusor de la devoción al santo Rosario e instaurador de las “súplicas”, un tipo de oración mariana que ha tenido una rápida difusión. El santuario alberga una imagen de la Virgen a la que se atribuyen cientos de milagros y curaciones.
La última visita papal la realizó Juan Pablo II el 7 de octubre de 2003, con motivo del 125 aniversario de la consagración del templo.
Dedicó nuevamente al Apóstol su catequesis del miércoles
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 8 de octubre de 2008 (ZENIT.org).-
El Papa Benedicto XVI dedicó hoy de nuevo la tradicional catequesis de la audiencia general a la figura del Apóstol san Pablo, a los cerca de 25.000 peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.
En esta ocasión, el Papa se centró en mostrar cómo los hechos y las palabras de Jesús se reflejan fielmente en los escritos paulinos, a pesar de que históricamente nunca llegara a conocerle en persona.
“El mismo san Pablo distingue dos maneras de conocer a Jesús”, explicó, “según la carne, es decir, externamente, o con el corazón, es decir, el núcleo de la persona”. Pablo conocía a Jesús de esta forma, aunque también sabía los detalles de su vida.
“Solo con el corazón se conoce verdaderamente a una persona”, reiteró el Papa. “Hay personas doctas que conocen a Jesús en muchos de sus detalles y personas sencillas que no conocen estos detalles, pero que lo conocen en su verdad”.
Seguidamente, el Papa explicó que, por los escritos paulinos, se deduce que Pablo conocía perfectamente muchos detalles personales y muchas palabras y hechos de Jesús, por tres tipos de referencia: explícita, por alusiones a pasajes evangélicos, y por la transposición de muchas enseñanzas de Jesús.
En una serie de pasajes, entre ellos por ejemplo sobre la indisolubilidad del matrimonio o sobre la Última Cena, Pablo muestra que conocía exactamente palabras pronunciadas por Jesús.
En otros, como la figura del ladrón en la noche, Pablo hacía referencia claramente a un pasaje evangélico que no tiene correspondencia en el Antiguo Testamento.
Pablo, explica el Papa, “conoce la pasión de Jesús, su cruz, el modo en que vivió los últimos momentos de su vida. La cruz de Jesús y la tradición sobre este hecho de la cruz está en el centro del kerygma paulino”.
“Otro pilar de la vida de Jesús conocido por san Pablo era el Discurso de la Montaña, del que cita algunos elementos casi literalmente, cuando escribe a los Romanos: 'Amaos unos a otros... Bendecid a los que os persiguen... vivid en paz con todos... Venced al mal con el bien...' ”.
El Papa puso varios ejemplos de correspondencia de la doctrina paulina con la vida de Jesús, entre ellos la utilización de la palabra “Abbà” (“papá”) utilizada por Jesús para referirse a Dios en el Monte de los Olivos, y que por su extrema familiaridad era impensable en boca de un hebreo.
“En las Cartas de san Pablo a los Romanos y a los Gálatas sorprendentemente esta palabra 'Abbà', que expresa la exclusividad de la filiación de Jesús, aparece en la boca de los bautizados, porque han recibido el Espíritu del Hijo”, continúa el Papa.
El Papa prosiguió con varios ejemplos, que muestran la fidelidad de Pablo al Jesús de los Evangelios. Sin embargo, añadió, “san Pablo no pensaba en Jesús como algo histórico, como una persona del pasado. Conoce ciertamente la gran tradición sobre la vida, las palabras, la muerte y la resurrección de Jesús, pero no los trata como algo del pasado; lo propone como realidad del Jesús vivo”.
“Esta es la verdadera forma de conocer a Jesús y de acoger la tradición sobre él”, añadió.
Finalmente, el Papa exhortó a los fieles a “aprender a conocer a Jesús, no según la carne, como una persona del pasado, sino como nuestro Señor y Hermano, que hoy está con nosotros y nos muestra cómo vivir y como morir”.
Benedicto XVI inauguró este domingo el Sínodo de los Obispos sobre la Palabra esperando que traiga un nuevo dinamismo misionero para regiones del mundo en las que parece que "Dios ha muerto".
El pontífice dio inicio por primera vez un Sínodo en la Basílica de San Pablo Extramuros para celebrar que en este año se celebran los dos mil años del nacimiento del apóstol de las gentes.
En la Eucaristía concelebraron con el Papa los padres sinodales y colaboradores: 52 cardenales, 14 miembros de las Iglesias orientales, 45 azobispos, 130 obispos y 85 presbíteros (de los cuales 12 son padres sinodales, 5 oficiales de la Secretaría General, 30 auditores, 5 expertos, 4 encargados de prensa, 24 asistentes y 5 traductores).
La cumbre eclesial, que durará al 26 octubre, se celebra sobre el tema "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia".
"Naciones que en un tiempo tenían una gran riqueza de fe y vocaciones ahora están perdiendo su identidad, bajo la influencia deletérea y destructiva de una cierta cultura moderna", ha constatado el Papa en la homilía de la celebración eucarística.
"Hay quien, habiendo decidido que 'Dios ha muerto', se declara a sí mismo 'dios', considerándose el único agente de su propio destino, el propietario absoluto del mundo --siguió explicando--. Desembarazándose de Dios, al no esperar de Él la salvación, el hombre cree que puede hacer lo que quiere y ponerse como la única medida de sí mismo y de su acción".
Pero cuando el hombre elimina a Dios de su horizonte, cuando declara que Dios ha "muerto", se preguntó el Papa, "¿es verdaderamente feliz? ¿Se hace verdaderamente más libre?".
"Cuando los hombres se proclaman propietarios absolutos de sí mismos y únicos dueños de la creación, ¿pueden verdaderamente construir una sociedad en la que reinen la libertad, la justicia y al paz?", siguió interrogándose.
El obispo de Roma respondió negativamente, explicando que de este modo, "--como lo demuestran cotidianamente las crónicas-- se difunden el poder arbitrario, los intereses egoístas, la injusticia y el abuso, la violencia en todas sus expresiones".
"Al final el hombre se encuentra más solo y la sociedad más dividida y confundida", reconoció.
En este contexto, el Papa dijo que con este Sínodo la Iglesia quiere mostrar al mundo "el mal y la muerte no tienen la última palabra, sino que al final Cristo vence. ¡Siempre!".
"La Iglesia no se cansa de proclamar esta Buena Nueva, como sucede también hoy, en esta basílica dedicada al apóstol de las gentes, quien se convirtió en el primero en difundir el Evangelio en grandes regiones de Asia Menor y Europa", dijo.
Para desempeñar esta misión, añadió, "alimentarse de la Palabra de Dios es para la Iglesia su primera y fundamental tarea".
"De hecho, si el anuncio del Evangelio constituye su razón de ser y su misión, es indispensable que la Iglesia conozca y viva lo que anuncia, para que su predicación sea creíble, a pesar de las debilidades y las pobrezas de los hombres que la conforman", aseguró.
Y citando a san Jerónimo añadió: "Quien no conoce las Escrituras, no conoce la potencia de Dios ni su sabiduría. Ignorar las Escrituras significa ignorar a Cristo".
Las sesiones de trabajo del Sínodo comenzarán este lunes con una meditación del Papa, seguida por la relación antes de la discusión, que será presentada por el cardenal Marc Ouellet, P.S.S., arzobispo de Quebec.
Ya en ese mismo día tendrá lugar el primer debate con intervenciones libres de los padres sinodales.
En la tarde, la discusión continuará con cinco ponencias sobre la relación con la Palabra de Dios en los cinco continentes.
La jornada sinodal concluirá con las intervenciones del rabino jefe de Haifa (Israel), Shear Yashyv Cohen, y de uno de los biblistas más prestigiosos del mundo, el cardinal Albert Vanhoye, S.I. (Cf. Entrevista, Zenit, 23 de septiembre de 2008).
Discurso de Benedicto XVI pronunció el pasado sábado en la Sala de los Suizos del Palacio Apostólico de CastelGandolfo, al recibir en audiencia a los participantes en el Congreso Internacional de Abades Benedictinos. CastelGandolfo 22 de septiembre de 2008
con gran alegría os acojo y saludo con ocasión del Congreso Internacional que cada cuatro años reúne en Roma a todos los Abades de vuestra Confederación y a los Superiores de los Priorados independientes, para reflexionar y discutir sobre las modalidades a través de las cuales encarnar el carisma benedictino en el presente contexto social y cultural, y responder a los nuevos desafíos que éste pone al testimonio del Evangelio. Saludo sobre todo al Abad Primado DomNotker Wolf y le agradezco todo lo que ha expresado en nombre de todos. Saludo también al grupo de Abadesas, que han acudido en representación de la CommunioInternationalisBenedictinarum, como también a los Representantes ortodoxos.
En un mundo desacralizado y en una época marcada por una preocupante cultura del vacío y del "sinsentido", vosotros estáis llamados a anunciar sin compromiso el primado de Dios y de hacer propuestas de nuevos caminos de evangelización. La tarea de santificación, personal y comunitaria, que buscáis en la oración litúrgica que cultiváis os permiten dar un testimonio de particular eficacia. En vuestros monasterios, sois los primeros en renovar y profundizar día a día el encuentro con la persona de Cristo, que tenéis siempre con vosotros como huésped, amigo y compañero. Por esto vuestros conventos son lugares adonde hombres y mujeres, también en nuestra época, corren a buscar a Dios y a aprender a reconocer los signos de la presencia de Cristo, de su caridad, de su misericordia. Con humilde confianza, no os canséis de compartir, con cuantos se dirigen a vuestras solicitudes espirituales, la riqueza del mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, dispuesto a abrazar en Cristo a toda persona. Continuaréis así ofreciendo vuestra preciosa contribución a la vitalidad y santificación del Pueblo de Dios, según el carisma particular de san Benito de Nursia.
Queridos Abades y Abadesas, vosotros sois los custodios del patrimonio de una espiritualidad radicalmente anclada en el Evangelio. Perducatumevangeliipergamusitineraeius, dice san Benito en el Prólogo de la Regla. Por esto os compromete en comunicar y dar a los demás los frutos de vuestra experiencia interior. Conozco y aprecio mucho la generosa y competente obra cultural y formativa que tantos de vuestros monasterios llevan a cabo, especialmente en favor de las nuevas generaciones, creando un clima de acogida fraterna que favorece una singular experiencia de Iglesia. En efecto, es de importancia primaria preparar a los jóvenes a afrontar su porvenir y a medirse con las múltiples exigencias de la sociedad, teniendo una referencia constante en el mensaje evangélico, que siempre es actual, inagotable y vivificante. Dedicaos por tanto a los jóvenes con renovado ardor apostólico, pues son el futuro de la Iglesia y de la humanidad. Para construir una Europa "nueva" es necesario empezar con las nuevas generaciones, ofreciéndoles la posibilidad de acercarse íntimamente a las riquezas espirituales de la liturgia, de la meditación y de la lectio divina.
Esta acción pastoral formativa, en realidad, es cada vez más necesaria para la entera familia humana. En muchas partes del mundo, especialmente en Asia y en África, hay gran necesidad de espacios vitales de encuentro con el Señor, en los que a través de la oración y la contemplación se recuperen la serenidad y la paz con uno mismo y con los demás. Por tanto, no dejéis de salir al encuentro con corazón abierto a las esperanzas de cuantos, incluso fuera de Europa, expresan el deseo verdadero de vuestra presencia y de vuestro apostolado para poder sacar las riquezas de la espiritualidad benedictina. Dejaos guiar por el íntimo deseo de servir con caridad a todo hombre, sin distinción de raza y de religión. Con profética libertad y sabio discernimiento, sed presencias significativas allí donde la Providencia os llame a estableceros, distinguiéndoos siempre por el equilibrio armónico de oración y trabajo que caracteriza vuestro estilo de vida.
¿Y qué decir de la célebre hospitalidad benedictina? Esta es una peculiar vocación vuestra, una experiencia plenamente espiritual, humana y cultural. También aquí debe haber un equilibrio: el corazón de la comunidad debe estar abierto, pero los tiempos y modos de la acogida deben estar bien proporcionados. Así podréis ofrecer a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo la posibilidad de profundizar en el sentido de la existencia en el horizonte infinito de la esperanza cristiana, cultivando el silencio interior en la comunión de la Palabra de salvación. Una comunidad capaz de una auténtica vida fraterna, ferviente en la oración litúrgica, en el estudio, en el trabajo, en la disponibilidad cordial al prójimo sediento de Dios, constituye el mejor impulso para hacer brotar en los corazones, especialmente de los jóvenes, la vocación monástica y, en general, un camino de fe fecundo.
Quisiera dirigir una palabra especial a las representantes de las monjas y hermanas benedictinas. Queridas hermanas, también vosotras como otras familias religiosas sufrís, sobre todo en algunos países, la escasez de nuevas vocaciones. No os dejéis desanimar, sino afrontad estas situaciones dolorosas de crisis con serenidad y con la conciencia de que a cada uno no se nos pide tanto el éxito como el empeño y la fidelidad. Lo que se debe evitar absolutamente es el debilitarse de la adhesión espiritual al Señor y a la propia vocación y misión. Perseverando fielmente en ella se confiesa, en cambio, con gran eficacia también de cara al mundo, la propia confianza firme en el Señor de la historia, en cuyas manos están los tiempos y los destinos de las personas, de las instituciones, de los pueblos, y a él confiamos lo tocante a las realizaciones históricas de sus dones. Haced vuestra la actitud espiritual de la Virgen María, contenta de ser ancillaDomini, totalmente disponible a la voluntad del Padre celeste.
Queridos monjes, monjas y hermanas, ¡gracias por esta agradable visita! Os acompaño con mi oración, para que en vuestros encuentros de estos días de congreso podáis discernir las modalidades más oportunas para dar testimonio visible y claramente en vuestro estilo de vida, en el trabajo y en la oración, del empeño en una imitación radical del Señor. María Santísima sostenga todos vuestros proyectos de bien, os ayude siempre a tener ante los ojos a Dios, antes que otras cosas, y os acompañe maternalmente en vuestro camino. Mientras invoco los dones celestes en apoyo de todo propósito generoso vuestro, imparto de corazón a vosotros y a la entera Familia Benedictina una especial bendición apostólica.