sábado, 29 de agosto de 2009

El Papa pide a Argentina solidaridad para reducir el escándalo de la pobreza


Con motivo de la colecta anual "Más por Menos"


CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 30 de agosto de 2009 (ZENIT.org).-

Benedicto XVI ha invitado a los argentinos a la solidaridad con motivo de la colecta anual "Más por menos" con se celebra entre el 12 y el 13 de septiembre con el lema "Más solidaridad por menos exclusión".

En un mensaje hecho público por el arzobispo Adriano Bernardini, nuncio apostólico en ese país, el Papa "alienta a los cristianos y a quienes participen en ella a un esfuerzo solidario que contribuya a reducir el escándalo de la pobreza y la inequidad social dando así cumplimiento a las exigencias evangélicas que exhortan a hacer posible una sociedad más justa y solidaria".

El Santo Padre "manifiesta su viva gratitud a cuantos contribuyan al buen resultado de esta campaña" y les encomienda "a la protección de Nuestra Señora de Luján, patrona de la República Argentina".

"Más por menos" es una colecta promovida por la Conferencia Episcopal Argentina y organizada por la Comisión Episcopal de Ayuda a las Regiones Más Necesitadas.

Las obras que apoya "Más por menos" ayudan a paliar las dificultades de gran parte de la población del interior argentino, especialmente aquella que se encuentra marginada en las zonas más pobres.

El obispo de San Carlos de Bariloche, monseñor Fernando Maletti, miembro de la Comisión Episcopal de Ayuda a las Regiones más Necesitadas, considera que esta colecta es "una respuesta eclesial al clamor de tanta gente que, en silencio o con ruidos, clama por ser incluida no sólo en el ámbito de las respuestas sociales y de promoción humana, sino también en el amplio abanico de lo pastoral".

"La evangelización, la enseñanza de la fe y el acompañamiento para que muchos conozcan a Jesucristo es --explica-- la gran tarea de discípulos-misioneros que anuncian el Reino ‘no sólo de palabra sino con obras y de verdad'. El lema de este año -‘más solidaridad por menos exclusión"- dice mucho: es un llamado a no cerrar los ojos, ni el corazón, ni el bolsillo".

El prelado destaca que el Santo Padre Benedicto XVI lo recoge maravillosamente en su mensaje.

sábado, 22 de agosto de 2009

Benedicto XVI: La senda de Juan Eudes para penetrar en el abismo de amor


Intervención durante la audiencia general


CASTEL GANDOLFO, miércoles 19 de agosto de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI pronunciada ante los peregrinos congregados este miércoles en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo sobre "san Juan Eudes y la formación del clero".



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Queridos hermanos y hermanas:

Se celebra hoy la memoria litúrgica de san Juan Eudes, apóstol incansable de la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María, quien vivió en Francia en el siglo XVII, siglo marcado por fenómenos religiosos contrapuestos y también por grandes problemas políticos. Es el tiempo de la guerra de los Treinta Años, que devastó no sólo gran parte de Europa central, sino que también devastó las almas. Mientras se difundía el desprecio por la fe cristiana por parte de algunas corrientes de pensamiento que entonces eran dominantes, el Espíritu Santo suscitaba una renovación espiritual llena de fervor, con personalidades de alto nivel como la de Bérulle, san Vicente de Paúl, san Luis María Grignon de Montfort y san Juan Eudes. Esta gran "escuela francesa" de santidad tuvo también entre sus frutos a san Juan María Vianney. Por un misterioso designio de la Providencia, mi venerado predecesor, Pío XI, proclamó santos al mismo tiempo, el 31 de mayo de 1925, a Juan Eudes y al cura de Ars, ofreciendo a la Iglesia y al mundo entero dos extraordinarios ejemplos de santidad sacerdotal.

En el contexto del Año Sacerdotal, quiero detenerme a subrayar el celo apostólico de san Juan Eudes, en particular dirigido a la formación del clero diocesano. Los santos son la verdadera interpretación de la Sagrada Escritura. Los santos han verificado, en la experiencia de la vida, la verdad del Evangelio; de este modo, nos introducen en el conocimiento y en la compresión del Evangelio. El Concilio de Trento, en 1563, había emanado normas para la erección de los seminarios diocesanos y para la formación de los sacerdotes, pues el Concilio era consciente de que toda la crisis de la reforma estaba también condicionada por una insuficiente formación de los sacerdotes, que no estaban preparados de la manera adecuada para el sacerdocio, intelectual y espiritualmente, en el corazón y en el alma. Esto sucedía en 1563; pero dado que la aplicación y la realización de las normas llevaban tiempo, tanto en Alemania como en Francia, san Juan Eudes vio las consecuencias de este problema. Movido por la lúcida conciencia de la gran necesidad de ayuda espiritual que experimentaban las almas precisamente a causa de la incapacidad de gran parte del clero, el santo, que era párroco, instituyó una congregación dedicada de manera específica a la formación de los sacerdotes. En la ciudad universitaria de Caen, fundó el primer seminario, experiencia sumamente apreciada, que muy pronto se amplió a otras diócesis. El camino de santidad, que él recorrió y propuso a sus discípulos, tenía como fundamento una sólida confianza en el amor que Dios reveló a la humanidad en el Corazón sacerdotal de Cristo y en el Corazón maternal de María. En aquel tiempo de crueldad, de pérdida de interioridad, se dirigió al corazón para dejar en el corazón una palabra de los salmos muy bien interpretada por san Agustín. Quería recordar a las personas, a los hombres, y sobre todo a los futuros sacerdotes, el corazón, mostrando el Corazón sacerdotal de Cristo y el Corazón maternal de María. El sacerdote debe ser testigo y apóstol de este amor del Corazón de Cristo y de María.

También hoy se experimenta la necesidad de que los sacerdotes testimonien la infinita misericordia de Dios con una vida totalmente "conquistada" por Cristo, y aprendan esto desde los años de su formación en los seminarios. El Papa Juan Pablo II, después del Sínodo de 1990, emanó la exhortación apostólica Pastores dabo vobis, en la que retoma y actualiza las normas del Concilio de Trento y subraya sobre todo la necesaria continuidad entre el momento inicial y el permanente de la formación; para él, para nosotros, es un verdadero punto de partida para una auténtica reforma de la vida y del apostolado de los sacerdotes, y es también el punto central para que la "nueva evangelización" no sea simplemente un eslogan atractivo, sino que se traduzca en realidad. Los cimientos de la formación del seminario constituyen ese insustituible "humus spirituale" en el que es posible "aprender a Cristo", dejándose configurar progresivamente por Él, único Sumo Sacerdote y Buen Pastor. El tiempo del seminario debe ser visto, por tanto, como la actualización del momento en el que el Señor Jesús, después de haber llamado a los apóstoles y antes de enviarles a predicar, les pide que se queden con Él (Cf. Marcos 3,14). Cuando san Marcos narra la vocación de los doce apóstoles, nos dice que Jesús tenía un doble objetivo: el primero era que estuvieran con Él, el segundo que fueran enviados a predicar. Pero al ir siempre con Él, realmente anuncian a Cristo y llevan la realidad el Evangelio al mundo.

En este Año Sacerdotal os invito a rezar, queridos hermanos y hermanas, por los sacerdotes y por quienes se preparan a recibir el don extraordinario del sacerdocio ministerial. Concluyo dirigiendo a todos la exhortación de san Juan Eudes, que dice así a los sacerdotes: "Entregaros a Jesús para entrar en la inmensidad de su gran Corazón, que contiene el Corazón de su santa Madre y de todos los santos, y para perderos en este abismo de amor, de caridad, de misericordia, de humildad, de pureza, de paciencia, de sumisión y de santidad" (Coeur admirable, III, 2).

domingo, 16 de agosto de 2009

La crisis ecológica debe afrontarse globalmente, indica el Papa


header_original_modDedica su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz al cuidado de la creación

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 29 de julio de 2009 (ZENIT.org).-

"Si quieres cultivar la paz, custodia lo creado" es el tema al que está dedicado el próximo mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el 1 de enero de 2010.

La Oficina de Información de la Santa Sede publicó un comunicado este miércoles para presentar el tema de ese mensaje.

"El tema intenta fomentar una toma de conciencia del estrecho vínculo que existe, en nuestro mundo globalizado e interconectado, entre la salvaguarda de lo creado y el cultivo del bien de la paz", señala el comunicado.

"Esta estrecha e íntima relación es, de hecho, cada vez más discutida, por los numerosos problemas que afectan al medio ambiente natural de la persona, como el uso de los recursos, el cambio climático, la aplicación y el uso de la biotecnología, el crecimiento demográfico", señala el comunicado.

El texto advierte que descuidar esos temas puede provocar violencia no sólo entre los diversos pueblos sino también entre generaciones.

"Si la familia humana no sabe afrontar estos nuevos desafíos con un renovado sentido de la justicia e igualdad social y de la solidaridad internacional, se corre el riesgo de sembrar violencia entre las poblaciones y entre las generaciones presentes y las futuras", advierte.

El mensaje del Papa para la próxima Jornada Mundial de la Paz recogerá las indicaciones de la encíclica "Caritas in veritate" para destacar que la necesidad urgente de proteger el medio ambiente debe constituir "un desafío para la humanidad entera".

En el mensaje, Benedicto XVI apelará al "deber, común y universal, de respetar un bien colectivo, destinado a todos, impidiendo que se pueda hacer impunemente uso de las diversas categorías de seres como se quiera".

El comunicado indica que cuidar la creación "es una responsabilidad que debe madurar sobre la base del carácter global de la actual crisis ecológica y de la consiguiente necesidad de afrontarla globalmente".

Y esto es así porque "todos los seres dependen los unos de los otros en el orden universal establecido por el Creador", añade el texto.

El mensaje del Papa indicará que "si se intenta cultivar el bien de la paz, se debe favorecer, de hecho, una renovada conciencia de la interdependencia que liga a todos los habitantes de la tierra entre sí".

"Esa conciencia combatirá y eliminará diversas causas de desastres ecológicos y garantizará una oportuna capacidad de respuesta cuando esos desastres golpeen poblaciones y territorios", indica el comunicado.

Finalmente, el comunicado destaca que "la cuestión ecológica no debe ser afrontada sólo por la aterradora perspectiva que la degradación ambiental perfila: debe conducir, sobre todo, a una fuerte motivación para cultivar la paz".


sábado, 8 de agosto de 2009

La fe no es una idea, sino amor al otro


Catequesis pronunciada por el Papa Benedicto XVI durante la audiencia general que ha tenido lugar en el Aula Pablo VI, en presencia de Su Santidad Aram I, catolicós de Cilicia de los Armenios.

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis del miércoles pasado hablé de la cuestión de cómo el hombre se hace justo ante Dios. Siguiendo a san Pablo, hemos visto que el hombre no es capaz de hacerse "justo" con sus propias acciones, sino que puede realmente convertirse en "justo" ante Dios sólo porque Dios le confiere su "justicia" uniéndole a Cristo su Hijo. Y esta unión con Cristo, el hombre la obtiene mediante la fe. En este sentido, san Pablo nos dice: no son nuestras obras, sino la fe la que nos hace "justos". Esta fe, con todo, no es un pensamiento, una opinión o una idea. Esta fe es comunión con Cristo, que el Señor nos entrega y que por eso se convierte en vida, en conformidad con Él. O con otras palabras, la fe, si es verdadera, es real, se convierte en amor, en caridad, se expresa en la caridad. Una fe sin caridad, sin este fruto, no sería verdadera fe. Sería fe muerta.

Hemos encontrado por tanto en la última catequesis dos niveles: el de la irrilevancia de nuestras obras para alcanzar la salvación y el de la "justificación" mediante la fe que produce el fruto del Espíritu. La confusión entre estos dos niveles ha causado, en el transcurso de los siglos, no pocos malentendidos en la cristiandad. En este contexto es importante que san Pablo, en la misma Carta a los Gálatas ponga, por una parte, el acento, de forma radical, en la gratuidad de la justificación no por nuestras fuerzas, pero que, al mismo tiempo, subraye también la relación entre la fe y la caridad, entre la fe y las obras: "En Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad" (Gal 5,6). En consecuencia, están, por una parte, las "obras de la carne" que son fornicación, impureza, libertinaje, idolatría..." (Gal 5,19-21): todas obras contrarias a la fe; por la otra, está la acción del Espíritu Santo, que alimenta la vida cristiana suscitando "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Gal 5,22): estos son los frutos del Espíritu que surgen de la fe.

Al inicio de esta lista de virtudes se cita al ágape, el amor, y en la conclusión del dominio de sí. En realidad, el Espíritu, que es el Amor del Padre y del Hijo, infunde su primer don, el ágape, en nuestros corazones (cfr Rm 5,5); y el ágape, el amor, para expresarse en plenitud exige el dominio de sí. Sobre el amor del Padre y del Hijo, que nos alcanza y transforma nuestra existencia profundamente, traté también en mi primera encíclica: Deus caritas est. Los creyentes saben que en el amor mutuo se encarna el amor de Dios y de Cristo, por medio del Espíritu. Volvamos a la Carta a los Gálatas. Aquí san Pablo dice que, llevando el peso unos de otros, los creyentes cumplen el mandamiento del amor (cfr Gal 6,2). Justificados por el don de la fe en Cristo, estamos llamados a vivir en el amor a Cristo hacia el prójimo, porque es en este criterio en el que seremos juzgados al final de nuestra existencia. En realidad, Pablo no hace otra cosa que repetir lo que había dicho Jesús mismo y que se nos recordó en el Evangelio del domingo pasado, en la parábola del Juicio final. En la Primera Carta a los Corintios, san Pablo se deshace en un famoso elogio al amor. Es el llamado himno a la caridad: "Aunque hablara las lenguas de los hombre y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe... La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés..." (1 Cor 13,1.4-5). El amor cristiano es tan exigente porque surge del amor total de Cristo por nosotros: este amor que nos reclama, nos acoge, nos abraza, nos sostiene, hasta atormentarnos, porque nos obliga a no vivir más para nosotros mismos, cerrados en nuestro egoísmo, sino para "Aquel que ha muerto y resucitado por nosotros" (cfr 2 Cor 5,15). El amor de Cristo nos hace ser en Él esa criatura nueva (cfr 2 Cor 5,17) que entra a formar parte de su Cuerpo místico que es la Iglesia.

Desde esta perspectiva, la centralidad de la justificación sin las obras, objeto primario de la predicación de Pablo, no entra en contradicción con la fe que opera en el amor; al contrario, exige que nuestra misma fe se exprese en una vida según el Espíritu. A menudo se ha visto una contraposición infundada entre la teología de san Pablo y Santiago, que en su carta escribe: "Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta" (2,26). En realidad, mientras Pablo se preocupa ante todo en demostrar que la fe en Cristo es necesaria y suficiente, Santiago pone el acento en las relaciones de consecuencia entre la fe y las obras (cfr St 2,2-4). Por tanto, para Pablo y para Santiago, la fe operante en el amor atestigua el don gratuito de la justificación en Cristo. La salvación, recibida en Cristo, necesita ser guardada y testimoniada "con respeto y temor. Es Dios de hecho quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien le parece. Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones... presentando la palabra de vida", dirá aún san Pablo a los cristianos de Filipos (cfr Fil 2,12-14.16).

A menudo tendemos a caer en los mismos malentendidos que han caracterizado a la comunidad de Corinto: aquellos cristianos pensaban que, habiendo sido justificados gratuitamente en Cristo por la fe, "todo les fuese lícito". Y pensaban, y a menudo parece que lo piensen los cristianos de hoy, que sea lícito crear divisiones en la Igelsia, Cuerpo de Cristo, celebrar la Eucaristía sin ocuparse de los hermanos más necesitados, aspirar a los mejores carismas sin darse cuenta de que son miembros unos de otros, etc. Las consecuencias de una fe que no se encarna en el amor son desastrosas, porque se recude al arbitrio y al subjetivismo más nocivo para nosotros y para los hermanos. Al contrario, siguiendo a san Pablo, debemos tomar conciencia renovada del hecho que, precisamente porque hemos sido justificados en Cristo, no nos pertenecemos más a nosotros mismos, sino que nos hemos convertido en templo del Espíritu y somos llamados, por ello, a glorificar a Dios en nuestro cuerpo con toda nuestra existencia (cfr 1 Cor 6,19). Sería un desprecio del inestimable valor de la justificación si, habiendo sido comprados al caro precio de la sangre de Cristo, no lo glorificásemos con nuestro cuerpo. En realidad, este es precisamente nuestro culto "razonable" y al mismo tiempo "espiritual", por el que Pablo nos exhorta a "ofrecer nuestro cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios" (Rm 12,1). ¿A qué se reduciría una liturgia que se dirigiera solo al Señor y que no se convirtiera, al mismo tiempo, en servicio a los hermanos, una fe que no se expresara en la caridad? Y el Apóstol pone a menudo a sus comunidades frente al juicio final, con ocasión del cual todos "seremos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo en su vida mortal, el bien o el mal" (2 Cor 5,10; cfr anche Rm 2,16). Y este pensamiento debe iluminarnos en nuestra vida de cada día.

Si la ética que san Pablo propone a los creyentes no caduca en formas de moralismo y se demuestra actual para nosotros, es porque, cada vez, vuelve siempre desde la relación personal y comunitaria con Cristo, para verificarse en la vida según el Espíritu. Esto es esencial: la ética cristiana no nace de un sistema de mandamientos, sino que es consecuencia de nuestra amistad con Cristo. Esta amistad influencia a la vida: si es verdadera, se encarna y se realiza en el amor al prójimo. Por esto, cualquier decaimiento ético no se limita a la esfera individual, sino que al mismo tiempo devalúa la fe personal y comunitaria: de ella deriva y sobre ella incide de forma determinante. Dejémonos por tanto alcanzar por la reconciliación, que Dios nos ha dado en Cristo, por el amor "loco" de Dios por nosotros: nada ni nadie nos podrá separar nunca de su amor (cfr Rm 8,39). En esta certeza vivimos. Y esta certeza nos da la fuerza para vivir concretamente la fe que obra en el amor.

sábado, 1 de agosto de 2009

El Papa pide oraciones en agosto por los emigrantes y la libertad religiosa


Intención del Apostolado de la Oración para agosto


CIUDAD DEL VATICANO, viernes 31 de julio de 2009 (ZENIT.org).-

Benedicto XVI ha pedido oraciones durante este mes de agosto para que la opinión pública preste más atención al drama de tantos emigrantes, así como por la libertad religiosa.

Así lo expone en las intenciones del Apostolado de la Oración, iniciativa que siguen unos 50 millones de personas de los cinco continentes, para el mes que comienza.

El Papa presenta dos intenciones de oración, una general y otra misionera. La primera dice así: "Para que la opinión pública se ocupe más del problema de los millones de desplazados y refugiados y se encuentren soluciones concretas para su situación frecuentemente trágica".

La intención misionera del Apostolado de la Oración del Papa para el mes de agosto es: "Para que a los cristianos, que en no pocos países son discriminados y perseguidos a causa del nombre de Cristo, se les reconozcan los derechos humanos, la igualdad y la libertad religiosa, de modo que puedan vivir y profesar libremente su fe".