sábado, 22 de agosto de 2009

Benedicto XVI: La senda de Juan Eudes para penetrar en el abismo de amor


Intervención durante la audiencia general


CASTEL GANDOLFO, miércoles 19 de agosto de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI pronunciada ante los peregrinos congregados este miércoles en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo sobre "san Juan Eudes y la formación del clero".



* * *



Queridos hermanos y hermanas:

Se celebra hoy la memoria litúrgica de san Juan Eudes, apóstol incansable de la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María, quien vivió en Francia en el siglo XVII, siglo marcado por fenómenos religiosos contrapuestos y también por grandes problemas políticos. Es el tiempo de la guerra de los Treinta Años, que devastó no sólo gran parte de Europa central, sino que también devastó las almas. Mientras se difundía el desprecio por la fe cristiana por parte de algunas corrientes de pensamiento que entonces eran dominantes, el Espíritu Santo suscitaba una renovación espiritual llena de fervor, con personalidades de alto nivel como la de Bérulle, san Vicente de Paúl, san Luis María Grignon de Montfort y san Juan Eudes. Esta gran "escuela francesa" de santidad tuvo también entre sus frutos a san Juan María Vianney. Por un misterioso designio de la Providencia, mi venerado predecesor, Pío XI, proclamó santos al mismo tiempo, el 31 de mayo de 1925, a Juan Eudes y al cura de Ars, ofreciendo a la Iglesia y al mundo entero dos extraordinarios ejemplos de santidad sacerdotal.

En el contexto del Año Sacerdotal, quiero detenerme a subrayar el celo apostólico de san Juan Eudes, en particular dirigido a la formación del clero diocesano. Los santos son la verdadera interpretación de la Sagrada Escritura. Los santos han verificado, en la experiencia de la vida, la verdad del Evangelio; de este modo, nos introducen en el conocimiento y en la compresión del Evangelio. El Concilio de Trento, en 1563, había emanado normas para la erección de los seminarios diocesanos y para la formación de los sacerdotes, pues el Concilio era consciente de que toda la crisis de la reforma estaba también condicionada por una insuficiente formación de los sacerdotes, que no estaban preparados de la manera adecuada para el sacerdocio, intelectual y espiritualmente, en el corazón y en el alma. Esto sucedía en 1563; pero dado que la aplicación y la realización de las normas llevaban tiempo, tanto en Alemania como en Francia, san Juan Eudes vio las consecuencias de este problema. Movido por la lúcida conciencia de la gran necesidad de ayuda espiritual que experimentaban las almas precisamente a causa de la incapacidad de gran parte del clero, el santo, que era párroco, instituyó una congregación dedicada de manera específica a la formación de los sacerdotes. En la ciudad universitaria de Caen, fundó el primer seminario, experiencia sumamente apreciada, que muy pronto se amplió a otras diócesis. El camino de santidad, que él recorrió y propuso a sus discípulos, tenía como fundamento una sólida confianza en el amor que Dios reveló a la humanidad en el Corazón sacerdotal de Cristo y en el Corazón maternal de María. En aquel tiempo de crueldad, de pérdida de interioridad, se dirigió al corazón para dejar en el corazón una palabra de los salmos muy bien interpretada por san Agustín. Quería recordar a las personas, a los hombres, y sobre todo a los futuros sacerdotes, el corazón, mostrando el Corazón sacerdotal de Cristo y el Corazón maternal de María. El sacerdote debe ser testigo y apóstol de este amor del Corazón de Cristo y de María.

También hoy se experimenta la necesidad de que los sacerdotes testimonien la infinita misericordia de Dios con una vida totalmente "conquistada" por Cristo, y aprendan esto desde los años de su formación en los seminarios. El Papa Juan Pablo II, después del Sínodo de 1990, emanó la exhortación apostólica Pastores dabo vobis, en la que retoma y actualiza las normas del Concilio de Trento y subraya sobre todo la necesaria continuidad entre el momento inicial y el permanente de la formación; para él, para nosotros, es un verdadero punto de partida para una auténtica reforma de la vida y del apostolado de los sacerdotes, y es también el punto central para que la "nueva evangelización" no sea simplemente un eslogan atractivo, sino que se traduzca en realidad. Los cimientos de la formación del seminario constituyen ese insustituible "humus spirituale" en el que es posible "aprender a Cristo", dejándose configurar progresivamente por Él, único Sumo Sacerdote y Buen Pastor. El tiempo del seminario debe ser visto, por tanto, como la actualización del momento en el que el Señor Jesús, después de haber llamado a los apóstoles y antes de enviarles a predicar, les pide que se queden con Él (Cf. Marcos 3,14). Cuando san Marcos narra la vocación de los doce apóstoles, nos dice que Jesús tenía un doble objetivo: el primero era que estuvieran con Él, el segundo que fueran enviados a predicar. Pero al ir siempre con Él, realmente anuncian a Cristo y llevan la realidad el Evangelio al mundo.

En este Año Sacerdotal os invito a rezar, queridos hermanos y hermanas, por los sacerdotes y por quienes se preparan a recibir el don extraordinario del sacerdocio ministerial. Concluyo dirigiendo a todos la exhortación de san Juan Eudes, que dice así a los sacerdotes: "Entregaros a Jesús para entrar en la inmensidad de su gran Corazón, que contiene el Corazón de su santa Madre y de todos los santos, y para perderos en este abismo de amor, de caridad, de misericordia, de humildad, de pureza, de paciencia, de sumisión y de santidad" (Coeur admirable, III, 2).